La ruina no es el final
Anda la vida matándonos poco a poco, rompiendo nuestros esquemas y retrasando la paz. Anda la vida desmoronando dioses y estrellas que un día nos supieron ilusionar. Anda la vida destrozando razones para seguir apostando por ella y, sin embargo, hay quien dice que precisamente en la conciencia de la ruina está la razón para salir a flote.
El último ensayo de Antonio García Maldonado publicado por La Caja Books, Los sentidos del tiempo, alienta desde la conciencia del abismo. Quien detestó los domingos por la tarde y la podredumbre del ser humano y sus patéticas circunstancias, reaviva su propia llama apostando a que siempre hay un misterio que podemos descubrir. No está todo escrito, no tenía razón Stefan Zweig. Podemos morir mil veces más y mil veces tener la tentación del suicidio, pero quizás no debemos ser aún tan audaces. Zweig se quitó la vida en Petrópolis convencido de que el futuro estaba clausurado en 1942. Quién le iba a decir que podríamos romper el mundo otra vez, más fuerte todavía, ahora con un genocidio retransmitido en directo en el contexto de un mundo hiperconectado en el que fingimos felicidad a cambio de likes. Pero antes de eso y a la vez, hubo y hay también belleza, todavía existe. Aunque cada día nos cueste más atraparla, aunque cada apuesta resulte cada vez más efímera.
En la película Puan, el filósofo protagonista les dice a sus estudiantes que la única razón por la que la vida vale la pena es por estar dispuesto a tomar el riesgo, a salir del carril preestablecido, a mirar más allá de la ventana, a atravesar el miedo, como hacía Camarón con el cante que salía de su garganta. Si ya no tenemos capacidad de asombrarnos ni de incendiarlo todo para renacer de nuestras propias cenizas, entonces, ¿qué estamos haciendo aquí? ¿Qué significa este escenario? Siempre fue una ficción, eso es cierto. La cuestión es hasta qué punto vamos a tolerar la verosimilitud de la pantalla y la narcotización que nos devuelve de manera cada vez más implacable. Tanto que mucha gente ya comenta abiertamente las pastillas que se toma para poder resistir.
Arturo Belano, el mítico personaje que creó Roberto Bolaño en Los detectives salvajes, nos recuerda por qué vale la pena estar vivo. Sucumbir a lo importante en vez de a lo superficial es cada vez más difícil en estos tiempos feroces. Perdemos la brújula porque ya no hay apenas poetas, sino influencers. Ya no hay apenas ensayistas, sino influencers. Ya no hay apenas novelistas, sino influencers. Ya no haya apenas verdad, sino apariencia. Y todo se mide en clics, desde lo banal hasta lo crucial. También la guerra.
Yo, por ejemplo, puedo decir que soy feliz en una foto mientras sujeto mi llanto tras una música de plantilla de Instagram donde la vida parece perfecta. Todo es percepción, como nos muestra la película Anatomía de una caída, y no sabremos la verdad porque siempre estará sujeta a interpretaciones. ¿Quién es aún capaz de arriesgar y decir que el rey está desnudo? ¿Quién se atreve a desafiar el argumento concluyente y abrirse a una nueva pregunta sabiendo que puede destrozarlo? ¿Será condenado por ese coraje ruidoso? Sólo el que mira las ruinas y atraviesa el miedo. El que está dispuesto a renacer para ser. El que aún está vivo.
Desde la pandemia hasta hoy atravesamos un momento histórico lleno de turbulencias y desafíos transversales. La esperanza es la propia ruina, y la búsqueda incansable del misterio. Para avanzar hay que recordar la audacia de Belano y la precipitación de Zweig porque sí, sin duda, son tiempos feroces y sólo nos salvará la lucha por la vida, la verdadera vida.