La dictadura de una imagen

El coronel Tejero en el Congreso de los Diputados el 23F de 1981.

La secuencia televisiva que muestra a Adolfo Suárez levantándose de su escaño para ayudar a su vicepresidente, Manuel Gutiérrez Mellado, zarandeado por los guardias civiles que asaltaron el Congreso el 23F, es sin duda una las imágenes más icónicas de la democracia. Los únicos que no se escondieron bajo sus escaños mientras el golpista Antonio Tejero descargaba su pistola en el techo del hemiciclo  fueron Gutiérrez Mellado, Santiago Carrillo y Suárez. Esto es algo que sabemos porque una de las cámaras de televisión que estaban grabando la sesión parlamentaria en el momento de producirse los hechos permaneció encendida sin que los golpistas se percataran de ello. Es así como tenemos constancia real de lo sucedido. ¿Quién sabe cuál hubiera sido el relato final y establecido sin ese documento fílmico?

Sin ese testigo mudo que grabó todo lo sucedido, la versión oficial de aquel bananero intento de derrocar los órganos del joven poder democrático hubiera sido otra. Quizás hubiera sido más épica, o quizás más prosaica. El testimonio final sería el resumen de todas las declaraciones de los allí presentes, y en el momento en el que empezamos a contar algo las palabras se convierten en maquillaje, los recuerdos se acicalan con los ropajes de la literatura y lo sucedido pasa a ser lo contado, la verdad empieza a transformarse lentamente en posverdad, en esa distorsión deliberada de una realidad que nace con el fin de crear y modelar la opinión pública. ¿Además, cuánta veracidad podrían tener las declaraciones de unos testigos que en su mayoría se escondieron tras sus escaños al escuchar el primer disparo?

Una imagen es esa dictadura que no permite opiniones contrarias a lo visto, que anula cualquier posibilidad de debate. El poder de una imagen, además de valer más que mil palabras, es el de encerrar dentro de su naturaleza catódica una verdad absoluta, unos hechos objetivos y despojados de metáforas que se convierten en algo irrefutable desde el momento en que son los ojos los encargados de recibir la información. Lo he visto con mis propios ojos, solemos decir cuando queremos corroborar una afirmación, cuando queremos darle entidad de verdad. O también: ojos que no ven, corazón que no siente. Porque nuca será lo mismo que te cuenten que la mujer que ocupa tus pensamientos se ha besado con otra boca a que sean tus propios ojos los que vean ese beso, esos labios unidos que se clavarán para siempre en tu memoria como un puñal abriéndose paso desde tu incrédula mirada hasta las entrañas del corazón. 

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