Los militares fusilan sumariamente al alcalde de Ponferrada, Juan García Arias
Los militares sublevados en la provincia de León —aparte de dejar 'hacer' a los falangistas, carlistas y de las JONS en los pueblos del Alfoz de León—, comenzaron a darse prisa en demostrar que no tendrían piedad con autoridades, militares o líderes sociales que se les resistieron en la primera semana de lo que ya llamaban 'alzamiento'. El día 29 de julio convocaron en el Cuartel del Cid del Regimiento número 36 un consejo de guerra sumarísimo en el que los incausados no tendrían defensa alguna. Esa misma madrugada, la del 30 de julio, fueron fusilados sin más.
Entre los acusados se encontraba el jovencísimo alcalde de Ponferrada, Juan García Arias, el sindicalista Arturo Pérez Pita y el teniente de la Guardia de Asalto que 'comandaba' la columna de mineros asturianos que estuvo en León el día 19 de julio de paso para Madrid y terminó en Ponferrada el día 20 tras la traición del comandante Aranda en Oviedo. Los tres serían casos ejemplares para advertir a todos que los militares rebeldes no se iban a andar con chiquitas, anunciando que su forma de actuar sería extremadamente fría y cruel, dando un aviso también a los que quedaban bajo su mandato.
Con esta causa judicial, de un alcalde, el de Ponferrada, a otro, el de León: “El homólogo de Castaño, por tanto, cae en apenas 9 días del 'Alzamiento' en la provincia y durante el Consejo de Guerra saca a relucir el nombre del entonces gobernador civil de León, Emilio Francés Ortiz de Elguea”, indica el periodista y autor del libro sobre Miguel Castaño 'Asesinaron la Democracia', Carlos Javier Domínguez. En concreto, lo que se escucha es “el día 19 de julio de este año recibió un oficio del gobernador Civil en el que le decía que estuviera preparado un número determinado de hombres para el movimiento que se esperaba”. Esto sería usado como excusa, porque las muertes de los cargos de la República estaban ya en el pensamiento de los militares sublevados.
Juan García Arias, que además de alcalde, trabajaba en la Inspección de la Compañía de los Ferrocarriles del Norte de España en Ponferrada, era hijo de un chapista y una modista pantalonera. Estaba casado con Mercedes Herrero, hija de un teniente coronel que llegó a general de Brigada. Miembro del Partido Socialista, García Arias fue elegido concejal en las filas del Frente Popular en febrero de 1936. No fue alcalde electo, sino que tras una serie de crisis entre las fuerzas de izquierdas mal avenidas y una gestora que no sirvió para nada el gobernador Civil puso el 14 de mayo a García Arias al mando del Ayuntamiento ponferradino por su talante concilidador. Sólo tuvo el bastón municipal unas diez semanas.
Engañado durante la sublevación por el capitán Román Losada, que le decía que la Guardia Civil estaba con la República, al final el día 20 de julio llegó a la capital del Bierzo el tren de mineros asturianos justo cuando se enteraron de la traición del comandante Aranda en Asturias. Arias, creyendo que tenía la situación controlada y por consejo del Gobernador civil, Emilio Francés, se negó a darles armas y dicen que convenció a los milicianos para que siguieran el camino de regreso hacia Oviedo.
Arias con uno de sus hijos. / Archivo familiar de José Luis García Herrero.
Según datos del investigador Santiago Macías, los interrogatorios, los informes de conducta, las denuncias o los atestados de las fuerzas del ejército y de la Guardia Civil “nos acercan a la figura de un hombre cuyo único delito fue mantener el orden en la ciudad hasta la llegada de las fuerzas del ejército sublevado”, según escribe en el prólogo del libro dedicado al jovencísimo alcalde. En éste se explica incluso que para mantener el orden, y evitar represelias, Juan García Arias trató de poner a salvo a las personas que podían temer por su vida en la cárcel municipal de la calle del Reloj (lo que hoy sería el Museo del Bierzo). “Durante los tres días que la ciudad permaneció bajo control gubernamental, los principales derechistas fueron detenidos; en uno de los interrogatorios, el alcalde justificó aquellas detenciones en un deseo de garantizar su seguridad y lo cierto es que ninguno de ellos sufrió maltrato alguno, como acabarían reconociendo en declaraciones posteriores”.
También parece que el joven regidor ponferradino intentó evitar que los los mineros quemaran la antigua iglesia de San Pedro. Sí se produjeron disparos en torno al cuartel de la Guardia Civil, que entonces se encontraba en lo que hoy es la avenida de España, y en torno a la casa del capitán Román Losada, donde otros guardias civiles se atrincheraron. Lo que sí se sabe es que una vez que García Arias se dio cuenta de la traición de los guardias civiles, sí que llamó al Gobernador civil Emilio Francés exigiendo que bombardearan el cuartel, de lo que le disuadió la máxima autoridad gubernativa en León.
En 1941 los cronistas del régimen franquista cuentan también que el capitán Losada llamó por teléfono al alcalde para pedirle un médico que curase a los guardias heridos y éste cortó la comunicación. Y a continuación ordenó “que nadie pensase en marchar de Ponferrada mientras quedase una cabeza con tricornio”. Nadie pudo confirmar estas palabras.
La realidad fue que Juan García Arias, se había escondido en una casa particular y luego en el Hotel Lisboa, temiendo que la vivienda no fuera segura en medio de los combates. Otro ex alcalde que también sería fusilado en 1936, el médico Carlos Garzón Merayo, sí había ayudado a los guardias civiles heridos y no le sirvió para salvarse de la venganza de los militares.
La misteriosa detención de Alejandro García Menéndez
El teniente de los guardias de asalto Alejandro García Menéndez, que iba al frente de la columna de mineros y al que algunos libros indican que sería el mando más alto del Estado Mayor de los obreros asturanos, entró a parlamentar en el cuartel de Ponferrada con bandera blanca tras los primeros tiroteos, y aquí la Historia da dos versiones muy diferentes. Una, la oficial franquista que entró para pedir parlamenteo expresando su deseo de rendirse“. Dicen que los guardias civiles habían gritado algunos tímidos vivas a la República al paso de los mineros que no convencieron a los milicianos, pero no está claro quién disparó primero, cuenta en un reportaje del Diario de León el hijo del alcalde fusilado de Ponferrada, José Luis García Herrero.
Después de la detención de García Menéndez, se sucedieron horas confusas en Ponferrada, con combates entre la Guardia Civil y los mineros y los obreros de Laciana que no habían regresado a Asturias.
En el artículo del Diario de León lo explican al dedillo: “Al anochecer del día 20, los guardias habían ocupado los edificios de la Agencia Ford y del Banco Urquijo para romper el cerco al cuartel. Los mineros usaron dinamita contra la Agencia Ford, cuenta la 'Historia de la Cruzada Española', y atacaron la casa del capitán Losada. Los guardias hicieron, por su parte, una incursión hasta la plaza de Lazúrtegui y ocuparon el Teatro Edesa. Y en la mañana del día 21 de julio, se atrevieron con la estación de la MSP, hasta que entrada la tarde, una columna de doscientos soldados del Regimiento de Infantería Zaragoza, procedente de Lugo, y precedidos por algunos aeroplanos, entró en la ciudad y sofocó los últimos focos de resistencia”. Parece ser que los mineros trataron de volar el puente de La Puebla.
El balance de dos días de lucha pudo llegar a treinta muertos de las fuerzas del Frente Popular y doscientos heridos. Por parte de la Guardia Civil parece que hubo veinte heridos. Y con fortuna, porque si los mineros y las fuerzas leales hubieran dispuesto de artillería, habría sido una masacre para los segundos. De todas maneras, estos números salen de un relato franquista de 1941 en la que los hechos de los leales republicanos son considerados poco menos como los de unos 'rojos' demoníacos culpables de todo lo ocurrido.
El suegro general de brigada y la “parálisis cardíaca” en el certificado de defunción de García Arias
El 21 detenían a Juan García Arias en el Hotel Lisboa, “que se había negado, a pesar de la insistencia de su mujer, a pedirle ayuda su suegro, Mariano Herrero, ascendido a general de brigada tras pasar a la reserva. El último alcalde republicano de Ponferrada escribió al final una carta a su mujer, antes de que lo fusilaran en la localidad leonesa de Puente Castro. «Para tí, Mercedes, un último abrazo del hombre que te quiso mucho y por tí luchó en la vida», escribió, con lágrimas en los ojos, Juan García Arias. El alcalde de 32 años tampoco se despedía de sus dos hijos. «Dedícate a hacerles hombres, a que guarden buen recuerdo de su pobre padre y a que sigan siempre tus consejos». Después, besos y abrazos a sus padres y a sus hermanos a los que pide que atiendan a su viuda «como una buena hija».
Prensa del accidente ferroviario del túnel de Prada, en el que participó Juan García Arias en las labores de asistencia. / Archivo familiar de José Luis García Herrero
Los militares le encerraron en San Marcos y sólo tardaron una semana en juzgarle y ajusticiarle. Juzgado, acusado cruelmente de rebelión por los militares sublevados, junto al teniente de asalto García Menéndez, y el síndicalista Arturo Pérez Pita. Considerados responsables del tiroteo del cuartel de Ponferrada, fueron condenados a muerte.
La historia termina de forma rocambolesca. El suegro del alcalde ponferradino fusilado, el general de brigada Mariano Herrero, solicitaron ante un juzgado militar de León un certificado de defunción días despúes. En él se leía: “Causa de la muerte: parálisis cardíaca”. Al leerlo en voz alta el viejo general, al oficial del juzgado no se le ocurrió más que contestarle de forma arrogante: “Se le paró el corazón”. Y el general Herrero, jubilado contra su voluntad por Azaña, perdió los nervios agarrando por la solapa a aquel hombre y lo levantó en vilo gritándole: “¡Cómo que se le paró el corazón!”. Al verlo los oficiales sublevados lo apartaron con educación y cierto respeto y no le pasó nada por haber sido miembro leal del Ejército. Pero nadie le devolvió a la familia el buen nombre y honor de Juan García Arias.
Se tardaron casi ochenta años en reivindicar su nombre.