Guzmán, un héroe, una plaza y un relato
Pese a su gesto enfurruñado, Guzmán siempre saluda cuando se entra o se sale de León. Desde la niñez de todos los leoneses se ha convertido en un personaje entrañable, el centro de la mejor plaza para el héroe que fue. La estatua se erigió en 1900, seis siglos después de que su gesta se extendiera por los libros de Historia, amalgamada con mitos y leyendas.
Alonso Pérez de Guzmán nació en 1256 en León, en la calle del Cid, cuatro años después de que empezara su reinado Alfonso X el Sabio. También la controversia acompaña a sus orígenes y lugar de nacimiento. Desde joven se vio envuelto en empresas bélicas y alcanzó renombre y fortuna, aunque no antes de pasar estrecheces y desprecios. En las guerras contra los benimerines, combatió al lado de Diego López de Haro, sostenedor del rey, encargándose de ajustar la tregua y negociaciones que se hicieron en Sevilla. Pero un hermanastro de Guzmán esgrimió ante el mismo rey el nacimiento ilegítimo de Guzmán, hijo bastardo de Pedro Guillén de Guzmán y de Isabel Alonso.
Había nacido en un edificio gótico del que ya no quedan restos, erigiéndose siglos más tarde en el mismo lugar la Escuela Normal de Maestros y luego la Audiencia Provincial de Justicia. Su madre murió en el parto y su padre diez años después. Don Pedro fue militar y noble, ocupó diversos cargos en los reinados de Fernando III y Alfonso X y participó activamente en la campaña de Sevilla, en 1248. Los Guzmanes eran leoneses y tenían asentado su señorío en Aviados y luego en Toral. La relación extramatrimonial de don Pedro con la aya de la infanta Urraca Alfonso, fue una mancha que la propia infanta (también hija ilegítima, de Alfonso IX) trató de borrar al adoptar a Guzmán como hijo, ocupándose de su educación.
Una espada en contra y a favor del moro
En 1275 el joven Guzmán acude desde León al llamamiento del infante Fernando de la Cerda, primogénito de Alfonso X, para la defensa de Andalucía contra los islámicos del reino nazarí de Granada y el imperio bereber cuya capital era Fez, en el actual Marruecos. Aborrecido por sus hermanos, Guzmán se trasladó a Sevilla, donde tiene parientes, Sólo la guerra era capaz de aupar a un segundón como él. Así que se dispuso a luchar contra los benimerines, islámicos de fuerte contenido religioso y ávidos mecenas de su cultura. Ocho años después de usar la espada, Guzmán ya figura como ricohombre, rodeado de privilegios y mercedes otorgadas por el rey. Pero al tacharle en la corte su bastardía, decidió ir a Fez: “Me iré a buscar entre los extraños la honra que en mi patria se me niega”. Así recoge la frase una edición del 1791 dedicada a Hombres ilustres.
En sus batallas contra el infiel, hizo preso a un jefe musulmán, Ali Abu Yusuf, al que trató con humanidad, trabando amistad con él. Tal vez por eso partió hacia Fez, porque la paz en la península le daba la posibilidad de acaudillar tropas mercenarias a favor de su antiguo prisionero, Yusuf, ahora emir, sofocando rebeliones internas contra él. Guzmán se convirtió en soldado de fortuna en tierra extranjera.
Pero la corona de Alfonso X también peligraba. El infante Sancho (futuro Sancho IV) y su hermano, el infante Juan, apoyados por sectores de la nobleza castellana, depusieron al padre. El rey llamó entonces a Guzmán, para que obtuviera ayuda a su causa en Fez. Y Guzmán cumplió con su rey. Las tropas benimerines saquearon Andalucía y regresaron a su tierra con un enorme botín, Alfonso siguió ciñendo la corona y recompensó a Guzmán. Ya no era un segundón, ni un bastardo, ni un soldado sin ventura.
Sevilla, el nuevo hogar
Se casó el leonés con una noble sevillana, María Alonso Coronel, mujer que aportó una generosa dote al matrimonio, casas en Sevilla, olivares, aceñas y viñedos. La ciudad de Sevilla hasta 1248 que había sido reconquistada por Fernando III fue la mayor ciudad musulmana de Occidente. Guzmanes y Coroneles serán los ascendientes de Leonor de Guzmán, la favorita de Alfonso XI y madre de Enrique II, el primer rey Trastámara. Guzmán y María tendrán varios hijos, entre ellos Alonso, que morirá trágicamente en 1294, ante los muros de Tarifa.
Entre 1284 y 1291 Guzmán se encuentra de nuevo en Fez. Surgieron leyendas de sus gestas en África, pero seguramente nunca mató al dragón, el conocido como sierpe de Fez. Allí siguió sofocando rebeliones internas contra su amigo el emir Abu Yusuf. Sin embargo, regresará a Sevilla con sus mesnadas, dentro de un inminente ambiente de guerra, pues el emir está dispuesto a recuperar diferentes plazas de las costas andaluzas, de gran valor estratégico. Los benimerines desembarcaron en Tarifa y Algeciras, y Guzmán les salió al paso en Véjer. El nuevo rey, Sancho IV, trataba de reconquistar Tarifa, lo que lograría en 1292, batalla en la que tuvo una gran actuación su vasallo leonés, a quien el rey acabaría nombrando alcalde de Tarifa. Su espada y su lealtad ya eran famosas entre moros y cristianos.
El asedio de Tarifa y la ejecución del joven Alonso
El ambicioso infante don Juan y Alonso de Guzmán resultaron ser viejos conocidos. Ambos se aborrecían y sus planes resultaron opuestos al entrar en juego las disputas entre Alfonso X y sus hijos. Guzmán defendería siempre a su rey. Años más tarde, en 1293, al atacar los musulmanes la fortaleza de Tarifa, se encontraban dentro del recinto amurallado Guzmán, su mujer y algunos de su hijos. El asedio a la plaza duró varios meses y los benimerines contaban como aliado con el infante don Juan, que había estado exiliado en Fez, desde donde conspiró para tomar el cetro real de Castilla. En un momento de tregua, Alonso, hijo de Guzmán, con sólo diez años de edad, fue capturado por don Juan, quien impuso una rendición de la plaza fortificada a cambio de la vida del joven rehén.
Al parecer, el hecho que pudiera haber adquirido tintes legendarios, se produjo de forma real y la escena conocida tuvo lugar en uno de los torreones, desde donde Guzmán lanzó su propio cuchillo. Así lo recoge el texto del siglo XVIII:
La vida de un hijo no es bastante para obligarme a que mancille mi virtud. Si os falta cuchillo para ejecutar vuestra saña, allá va el mío.
El gesto resume una vida entera. Fue una muerte en vano, pues el enemigo levantó el asedio a los pocos días, sin logra su objetivo de asaltar Tarifa.
Desde 1295 hasta la muerte de Guzmán, en 1309, el reino cristiano pasó muy rápidamente de mano en mano: Sancho IV sólo reinó once años. Fernando IV, unos 17 años y una tutoría de su madre, hasta que sube al trono Alfonso XI. Reyes con muertes prematuras que desataron las ambiciones de los reinos vecinos. Guzmán trabajó junto con María de Molina (viuda de Sancho IV) para retener el reino frente a los envites de Granada y Portugal. A su vez, el ejército aragonés (partidario del díscolo don Juan) entró en Mayorga de Campos, que defendía a Fernando. Sólo un brote de peste hizo que se deshiciera la alianza del infante Juan y los aragoneses para tratar de usurpar la corona, aunque de 1296 a 1300 el ambicioso enemigo que asesinó al hijo de El Bueno se coronó rey como Juan I de León.
El rey Sancho, en su lecho de muerte en Toledo, le confió a Guzmán otra nueva misión para garantizar la prolongación de su reino: “Partid vos a Andalucía y mirad por Sevilla: mantenedla por mi hijo, que yo fío que lo haréis como bueno que sois”.
Tras diferentes enfrentamientos por defender Tarifa, murió el leonés en un choque armado en la Sierra de Gaurín.
El héroe y el hombre
El ambiente belicoso del mundo medieval se presta mucho a fantasear con las hazañas de sus protagonistas: quedan lejos en el tiempo y resulta fácil fabular un mundo de nobles, reyes y guerreros que ha desaparecido, donde el viejo Reino de León tuvo protagonismo y enjundia.
Guzmán guerreó, no en tierras de su nacimiento sino en el sur; guerreó pero también construyó. Socorrió con su dinero a pobres en Sevilla y prestó ayuda con sus tropas a la corona de Alfonso, primero, y luego a Sancho y Fernando. Llegó a amasar una gran fortuna como soldado, convirtiéndose en el señor de mayor consideración en la Baja Andalucía. Hizo compras, recibió donaciones reales, administró la dote de su esposa, impuso rentas sobre puertas en muchas villas andaluzas, repobló Chiclana y construyó castillo en zonas desprotegidas: Rota, Trebujana, Chiclana. El castillo de ésta última se dedicó a la Virgen de Regla, la misma que se convertiría en patrona de la Catedral de León.
En época de Fernando IV se le apoderaría el Bueno, siendo compensado con las torres defensivas de Sanlúcar de Barrameda y otros señoríos. Parece que este aguerrido leonés tenía la virtud del cumplir con la palabra dada, además de bondad y honradez. Lejos de suscribir una hagiografía, se puede añadir que mostró valores guerreros y cívicos. Cuando tuvo prisionero a Yusuf, no le faltó al encarcelado comida diaria y agua para sus abluciones. Cobró bien su rescate y ganó un amigo y una fortuna, lo que le permitió salir de la pobreza.
Su hazaña se estudia en los manuales, aunque hoy los alumnos de ESO apenas saben que es lo que tiene su estatua en la mano derecha. Los que han descrito gestas medievales de la Reconquista le han comparado con Arístides, con Sócrates, con Cincinato, con Foción. Como hombre de acción se le ha colocado al lado de Carlos V, el Gran Capitán y Hernán Cortés. ¿Exageran? En Andalucía casi todas las ciudades y villas tienen una plaza o una calle dedicada a Guzmán el Bueno.
La escena de no ceder al chantaje y mostrarse inflexible a ceder la fortificación frente al enemigo, ha hecho que se le compare con la decisión tomada por el coronel Moscardó en 1936, en el Alcázar de Toledo. No ha faltado algún historiador que niega la teatralidad de la conversación telefónica del coronel atrincherado en el alcázar y su hijo, añadiendo que estaba cortada desde fuera la línea del teléfono. Lo que sí es cierto es que el bando sublevado utilizó el hecho como propaganda de sus ideales, igual que al Bueno para ensalzar valores llamados luego románticos: el honor, la dignidad, el arrojo, todo edulcorado con la extensión del relato y la exaltación heroica.
Todas las guerras han creado sus propios mitos para enardecer el sentimiento patriótico, que casi siempre ha coincidido con los intereses particulares del líder. La batalla de Clavijo, dicen los historiadores, no fue una batalla sino un relato mitificado, una hipérbole que mezcla crónica, religión y mucha imaginación. El mito partió de un supuesto sueño del rey Ramiro I, en el que Santiago Apóstol aparecía a lomos de un caballo blanco cercenando cabezas sarracenas. Y no digamos nada de los sueños gloriosos que tuvo el arzobispo Gelmírez en aquel lugar santo llamado Compostela.
León tiene su héroe con Guzmán, al que se le había dedicado un paseo hasta 1894. Luego se erigió una estatua en medio de una plaza homónima, la más flamante del ensanche de la ciudad. Fue Emilio Menéndez Pallarés quien propuso levantar el monumento, una estatua en bronce con peana de piedra, designándose la obra al artista Aniceto Mariñas. Sólo el inconformista Antonio Valbuena se quejó de que se representara su figura, pues no había ocurrido el acontecimiento de Tarifa como ha llegado a nuestros días.
“¿De dónde vienes?” –me preguntaba mi vecino Ovidio en mi niñez–. “De León” –le respondía–. ¿Y qué dice Guzmán? Yo nunca contesté que “por ahí se va a la estación”. No me parecía que aquel colosal guerrero apostado en su atalaya se entretuviese con indicaciones de guía turístico.