La aventura de volver a poner películas en tu pueblo: la historia de 'El Cine de Villablino'

Scheherezade Blanco Otero y Javier Álvarez Meléndez, dueños del cine de Villablino

Nuria V. Martín

Villablino —

Todos los mes de enero se celebra una fecha muy especial de uno de los acompañamientos más icónicos y queridos de las sesiones cinematográficas, el día de las palomitas. Su textura crujiente y su sabor, que puede variar desde lo dulce hasta lo salado, convierten a las palomitas en el complemento perfecto para cualquier película, realzando la experiencia de disfrutar de una buena historia en la pantalla. La historia de cómo las palomitas se convirtieron en el snack icónico del cine es tan fascinante como el cine mismo. Originaria de los años 20 en Estados Unidos, esta tradición nació en una época donde el cine, inicialmente reservado para los ricos, comenzó a ser accesible para la clase trabajadora, especialmente tras la introducción del cine sonoro en 1927.

Durante la Gran Depresión en 1929, con el maíz siendo uno de los pocos alimentos asequibles, los vendedores ambulantes vendían palomitas fuera de los cines, y la gente las compraba antes de entrar a las salas. La empresaria Julia Braden propuso luego instalar puestos de palomitas dentro de los cines, ofreciendo un porcentaje de las ganancias a los propietarios. Este negocio resultó ser extremadamente lucrativo, y para 1931, Julia había establecido sus puestos en varios cines. Las palomitas, más baratas que otros snacks como los caramelos, se convirtieron en un alivio económico durante la crisis, y para la Segunda Guerra Mundial, constituían hasta el 85% de los beneficios de las salas de cine. Así que tal día como hoy es el momento perfecto para poner el foco sobre una pareja que ha apostado por rescatar del olvido la cultura del Valle reabriendo el cine de Villablino.

De familia a familia

Sherezade Blanco Otero, equilibrando su vida entre esta actividad y el cuidado de los niños, y Javier Álvarez Meléndez, un informático en activo, llevan el que se ha convertido en un negocio familiar para las familias: El Cine de Villablino. En 2015 decidieron volver al pueblo para criar a sus tres hijos en el mismo entorno en el que ellos crecieron y se conocieron. Cuando vieron que el cine que marcó su infancia cerraba después de la pandemia dieron el paso de hacerse cargo de él.

El Cine de Villablino, un proyecto familiar que data de hace aproximadamente 30 años, ha sido un pilar en la comunidad en los buenos tiempos del Valle de Laciana. El cine se levantó en los terrenos de los anteriores dueños, los hermanos Andrés y Javier, y después lo llevó la siguiente generación, con Verónica, la hija de Javier, al mando durante más de una década. “Se cambió el antiguo proyector por la digitalización, lo que facilitó mucho que las películas llegaran mucho antes a las salas pequeñas, ya que cuando había un número limitado de copias primero eran para los cines grandes. Pero, a pesar de la espera, había mucha expectación y afluencia en el cine de Villablino”, explican los nuevos propietarios. Y recuerdan la película de ‘Titanic’ (1997) como todo un acontecimiento: se llenaron las 169 butacas, tres filas más que ahora, durante todas las sesiones. Sin tener en cuenta el éxito de DiCaprio, en aquella época el cine sólo cerraba un día a la semana y siempre tenía gente, pero llegó la pandemia y, con ella, todo cambió, incluidos los propietarios de El Cine de Villablino.

De una corazonada a un quebradero de cabeza

“¿Cómo vamos a tener el cine cerrado? Hay que abrir ese cine”. Eso es lo que pensó Sherezade cuando supo que Verónica ya no quería reabrir tras lo ocurrido por el COVID-19. Y, aunque no había ningún cartel que anunciara un traspaso, se lo propusieron a los que ahora son sus arrendatarios, a los que les están muy agradecidos por todas las facilidades y apoyo incondicional que les brindan siempre porque “creen que somos las personas idóneas para llevar el cine”, comentan. Y, gracias a una decisión más emocional que económica, el Valle tiene un refugio cultural cuatro noches a la semana, de viernes a lunes. “Aquí hay muchas virtudes, pero también tenemos alguna carencia. En ocio, poco puedes hacer aquí y el cine es una opción. De hecho, Javier ha venido siempre con nuestros hijos a este cine, incluso, cuando vivíamos en León”, relata Sherezade.

Con el tiempo, de hecho, han conseguido atraer a un público fiel al que agradecen que acudan todas o casi todas las semanas a ver la película que toque, independientemente del género o condición de la misma. Y por ellos hacen una labor encomiable cuadrando las fechas para traer los mejores estrenos, plantando cara a las plataformas de streaming con una única sala de proyección y a las condiciones de las distribuidoras. “Seleccionar las películas que proyectamos es una labor horrorosa, aunque parece que es una tontería, pero yo me pego semanas mirando cada película y las críticas, para ver cómo las puedo compaginar, cuándo puede venir más gente, si puedo ponerla aquí o no… un tetris que te come la cabeza para tener la planificación hecha con más de un mes de antelación”, ilustra Sherezade la complejidad de su trabajo. 

De un pálpito a la cartelera

A pesar de que gran parte de su trabajo se puede basar en un pálpito y su intuición, para Sherezade y Javier siempre es riesgo, ya que películas como ‘Napoleón’ o las de superhéroes pueden verse como un éxito en taquilla, pero luego no funcionan y, sin embargo, la sorpresa la dan títulos como ‘Ocho apellidos marroquíes’. “La gente lo que quiere es reírse, y las comedias españolas saben cómo conseguirlo”, ratifican. O, incluso, aquellas que tienen relación con la Guerra Civil Española, como ‘El maestro que prometió el mar’, una apuesta personal que resultó ser ganadora.

Ellos trabajan con las distribuidoras grandes: Warner, Universal, Paramount, Disney y Sony, y siempre les piden adelantos. “Disney pide una cantidad fija y buena parte de la taquilla, y si no tienes el adelanto no te dan la película; otras a veces te lo cobran en la siguiente película para que la puedas proyectar”, esclarecen. Y sin necesidad de calculadora son claros con sus cuentas, “nosotros cobramos 6 euros, los lunes 5 euros por el día del espectador, y quitando el porcentaje de la distribuidora, la SGAE y los derechos de autor lo que nos quedamos no llega a 2 euros por entrada que van para el mantenimiento del cine”. Por ejemplo, con ‘Indiana Jones’ perdieron dinero, ya que una cinta empieza a ser rentable, teniendo en cuenta sus cifras, a partir de 200 espectadores a lo largo de todas las sesiones, pero el viejo Indy sólo llegó a 130 nostálgicos.

Y son las protagonistas de hoy, las palomitas, las que les dan algo de respiro económico, incluso con precios más bajos que en la ciudad, ya que por 5 euros te haces un combo grande. Aunque también tuvieron que quitar los grifos de refresco porque ya les empezaban a cobrar hasta por los recipientes, así que los cambiaron por una nevera, porque se negaban a cobrar por un refresco casi mil pesetas de las de antes. “La idea es que las familias con niños puedan disfrutar de toda la experiencia con opciones económicas”, afirman, convencidos como padres de familia numerosa que son.

De muñeca a salvadora

Pero en el cine no todo es color de rosa, como se puede apreciar hay más luces y sombras. “Las distribuidoras no te dejan compartir muchas veces películas. ‘Barbie’, por ejemplo, tuvimos que esperar tres semanas a ponerla porque en julio el pueblo estaba vacío, pero fue un éxito de afluencia con todo el mundo vestido de rosa. Y aunque la distribuidora no nos dio una caja para el photocall nosotros nos la creamos”, comentan emocionados. Toda una experiencia que quisieron repetir en Halloween con ‘El exorcista’; decoraron todo el cine, se disfrazaron, colocaron un muñeco en la sala que asustaba a la gente e, incluso, apagaban y encendían las luces durante la proyección. Son el claro ejemplo de que ante la adversidad está la creatividad.

El fenómeno social de ‘Barbenheimer’ -la coincidencia de los estrenos de ‘Barbie’ y ‘Oppenheimer’- es lo que les ha hecho aguantar con el cine abierto hasta Navidad, ya que todos los beneficios que recaudaron esas semanas los han reinvertido en pagar los gastos que conlleva mantener abierto la sala sin descanso. No hay un colchón que permita cerrar un fin de semana, un festivo o, incluso, por enfermedad. “Llevamos unos meses muy fastidiados y nos planteamos el seguir. Sabíamos que este proyecto no era para sacar dinero, pero tampoco podemos tirar del sueldo de Javier para mantenerlo”, nos confiesan.

A pesar de la buena acogida y de los espectadores habituales, es cierto que echan en falta más público. Cuando los vecinos se enteraron de que el cine reabría las reacciones fueron muy positivas, pero según nos traslada la familia “aún estamos esperando ver comprando una entrada a más de uno”. También les gustaría colaborar con las instituciones. Creen, por ejemplo, que organizando unos ciclos temáticos con el ayuntamiento podrían generar más interés. O contar con alguna ayuda, como ocurre en otros cines, para hacer frente a los gastos de luz o calefacción: “es mucho dinero mantener el cine caliente en invierno. Y tú no puedes tener una sala fría, porque la gente no va a venir. Con esas pequeñas ayudas podríamos seguir adelante”.

Pero van más allá y reclaman apoyo directamente al Ministerio de Cultura que ayude a los cines pequeños, ya que dan muchas facilidades para rodar películas, pero no para proyectarlas. “Hay películas españolas que han sacado que no las puedes poner aquí”, remarcan. Ponen el ejemplo de Francia, que tiene sus propias normas y cuidan mucho su industria, “limitan que sus películas no se estrenen en streaming hasta pasados unos meses para que la gente vaya al cine a verlas”. Medidas que el matrimonio creen que ayudaría, no a que la sala esté llena siempre, pero sí a que vaya más gente. Un aliciente anímico y económico que se vería reflejado en la mejora de las instalaciones, aunque para tener 30 años mantiene esa esencia vintage clásica al más puro estilo de ‘Cinema Paradiso’. Pero si les gustaría adecentar la barra o cambiar las butacas.

A pesar de que los números no cuadran la familia tiene mucha esperanza. “Yo soy súper positiva y creo que el valle va a repuntar en un futuro, aunque no inmediato”, cree Sherezade. El problema es que tiene fecha de caducidad si no cambia porque, sin un aliciente económico que les anime a seguir, les pesa más la angustia que les crea que la ilusión por mantener vivo el cine, la única labor cultural del valle cuatro días a la semana.

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