Un dios en persona
He estado viviendo en una casa alimentada con placas solares. Se ve cómo carga: 15%, 40%... 100%. Luz gratis. Todo el rato. Se siente uno como un crío en una pastelería que tuviera la luz gratis. A mí no me asombra que me cobren hasta por sudar, lo que me llena de pasmo es que haya algo que no cueste dinero. El aire, más o menos limpio, la… el… bueno. Ya está. Todavía no han encontrado la manera de cobrar el aire. ¡El océano! Eso. También es gratis. Una vez que llegas puedes beber todo el agua de mar que quieras. Luego ya si quieres arroz con bogavante, vino y postres pues no. Hay dos tipos de personas con la cosa de la economía: los que opinamos que el Estado debe nutrirse del dinero de las personas progresivamente: es decir que todos debemos apoyar a las administraciones según lo que uno posea y exigir después que estas lo repartan –equitativamente o no. Ojo. No a todos nos hace falta lo mismo: creemos que, por ejemplo, la sanidad universal debe cubrir también a los muy ricos– y luego está el bando de los que opinan que el Estado debe desaparecer y que tributar para que haya servicios es maligno comunismo. Esta segunda y pintoresca teoría se llama liberalismo y es defendida por personas a las que las palabras que empiezan por progre como progresismo o progresividad –eso que decíamos de según lo que uno tenga– les dan una dentera –o cringe, que dicen los peques– invencible. Según su teoría si uno no puede pagarse lo que sea: desde una operación de cadera a una carretera que vaya de Valladolid a Busdongo, pues se aguanta. Y se queda cojo o se queda en Valladolid –o en Busdongo–. Haber estudiao. Curiosamente este pintoresco cercenamiento no solo lo encuentra lógico gente que pueda permitirse un ejército privado de diez divisiones o un aeropuerto de tres pistas, sino a personas que NECESITAN el dinero y los servicios del Estado. A diario. De manera absoluta: para comer y beber agua potable y, en muchas ocasiones, para seguir vivos. He escuchado a gran cantidad de funcionarios o pensionistas decir que los impuestos son un robo. ¡A gente que paga un 1% de IRPF! Que tiene la seguridad de que ahorrando en ‘dos cafés’ podría acceder a los más lujosos quirófanos y viajar en aseados, supersónicos y puntuales trenes, ya que la gestión privada, constituida por empresas siempre más eficientes y generosas que las públicas, al estar llevadas por cuadros inteligentísimos de trabajadores entregados y solidarios, es regulada por su propia competencia y no pediría remuneraciones abusivas o arbitrarias por sus servicios. Nunca. En ningún caso. Lo hemos visto –y lo seguimos viendo– con la energía, la educación, la sanidad o el transporte. Juá. Pero no me hagan ni puto caso. Saco mucho en estas bobadas a adivinos y oráculos. Hay un trozo de la Odisea que me vuelve loco: la hechicera Circe, cuando mandó a consultar a Ulises con Tiresias –¿Se acuerdan ustedes del tío Tiresias? ¿El AI Overview de los griegos?– le advirtió, seria, que evitase a las sirenas. Muy sensato consejo de una fuente fiable. Bien. Pues conociendo la condición humana como solo una hija de Helios y Perseis pueda conocerla y habiendo convertido a su tripulación en gochos delante del propio héroe tuvo que decirle, me imagino que con la cara de resignación de quien sabe que nadie espabila en cabeza ajena, una frase tan elocuente como descorazonadora: un dios en persona te lo recordará después.