Memorias de la montaña (VII): la orquesta
Los Robles eran cinco hermanos y tres hermanas que crecieron al amparo de la música desde siempre, porque ya su padre Felipe tocaba la dulzaina por los pueblos, instrumento que le permitía dar de comer a toda la familia y al que se entregaría en cuerpo y alma durante años. Lucio era uno más de esos ocho hermanos, y cuando la guerra, cuando apenas tenía cinco años, ya acompañaba a su padre con el bombo en aquellas verbenas bajo las frondosas ramas del Negrillón. En aquella época se puso muy de moda un pasodoble llamado Mi barco velero, y los paisanos de la montaña y muchos de los gerifaltes que andaban guerreando por los caminos bajaban a la plaza y les pedían esa canción una y otra vez. La interpretarían hasta la saciedad, tanto que acabaron poniendo en el bombo Orquestina Velero. Y aunque ellos insistían en que se les presentara como Orquesta Robles, el apellido familiar, ya no hubo manera, el nombre de Los Veleros se había instalado para siempre en la memoria colectiva y tuvieron que claudicar, así serían conocidos durante toda su extensa y prolífica trayectoria.
La música había entrado en sus vidas siendo muy jóvenes y había venido para quedarse. Lucio aprendería a tocar la batería con 14 años, yendo con su padre de verbena en verbena, mientras su hermano Talino aprendía también a tocar el acordeón. Ambos tocaban de oído e hicieron todas las bodas y fiestas posibles durante esos primeros años. Luego sus otros tres hermanos ya aprenderían solfeo, primero con Isabelita en Boñar y más tarde en León. Como Venicio, que terminaría convirtiéndose en un excelente trompetista, o Felipe, que era el saxo alto. Tenían contacto con más de 30 compositores que les enviaban sus partituras. Ellos solían ensayarlas en las sesiones vermú, para elegir cuales llegarían finalmente al repertorio y cuales se desechaban. En esos días cobraban lo que fuera, aunque también les invitaban a comer en las casas de los pueblos.
De Cistierna a Guardo, de La Robla hasta León capital...
Desde Cistierna a Guardo, desde La Robla hasta León capital, no había verbena en la comarca que no estuviera amenizada por ellos. De aquellas tanto las bodas como las fiestas duraban dos días. Cuando cruzaban a Asturias para tocar en Felechosa, por ejemplo, iban hasta la mina de talco que se encuentra más arriba de Puebla de Lillo en los camiones que transportaban el preciado mineral. A partir de ahí ya subían caminando hasta San Isidro, donde paraban a descansar y degustar unas empanadas que les traían los paisanos de la zona. Luego emprendían la bajada hasta Felechosa, donde nada más llegar daban un pasacalles para empezar la fiesta. Tocaban casi todo el año y con lo que ganaban pudieron sacar a sus familias adelante. Llegaron a rivalizar con las grandes orquestas que vendrían años después, teniendo el favor de los lugareños tras tantos años de bailes y música. Incluso los miembros de otras bandas que tocaban en los bares acababan dejando lo suyo para acercarse a disfrutar de Los Veleros. Eran unas celebridades locales que se habían ganado el respeto de paisanos y colegas de profesión a base de talento y constancia.
En Boñar, en el salón de baile del Viejo, estuvieron doce años tocando cada domingo de cinco a once. Además, por supuesto, de ser las estrellas de las fiestas de San Roque y el Pilar. El salón del Viejo tenía unos bancos en los laterales donde se sentaban las mozas esperando que los mozos las sacaran a bailar, un quiosco arriba donde se colocaba la orquesta, una taquilla en la entrada para comprar tu tíquet y lo que entonces se llamaba el ambigú, una barra donde se servían las bebidas. Y allí acudían ineludiblemente los mozos de la zona para lidiar con las chavalas entre bailes y risas. Como el Rana, un tipo entrañable y experto en hacer la maniobra de distracción soltándole un buen rollo a la amiga de la que tu querías sacar a bailar, dejando así el terreno libre para que tu discutible capacidad de seducción pudiera convencer a la chica en cuestión de tu irresistible encanto. Allí surgieron amores de verano y otros que duraron toda una vida. Bajo los acordes de Los Veleros nacieron familias y sueños de futuro, besos robados y parejas eternas.
Despedida de los escenarios en 1977
Se despidieron de los escenarios en 1977, en Robles de la Valcueva, pero nunca abandonarían los instrumentos ni su amor por la música. En el verano de 2019 la villa de Boñar les rindió un último e inolvidable homenaje en el que se volvieron a escuchar en la plaza todos esos ritmos que emocionaron a tantas generaciones: pasodobles, twists, boleros, tangos, cumbias…
Fue una conmovedora velada a la que acudieron todos los vecinos de la montaña, un viaje al pasado sentimental de esta tierra. Porque Los Veleros y todos esas orquestas que recorrían la montaña en aquellos años tenían el trabajo más hermoso del mundo, eran los portadores de todas esas melodías que iluminaban la rutina de los días.
👉 Continúa en la entrega VIII: el madridista