Memorias de la montaña (VIII): el madridista

Una foto reciente de Domingo el del Lancaster en el museo de Adrados

Domingo siempre ha presumido de ser de Adrados, precioso pueblo que corona desde un alto el valle de Boñar. Allí fue a clases con Doña Julia e hizo lo que hacían los chavales en aquellos años: cuidar del ganado y ayudar en casa en todo lo que se pudiera; pero sin dejar de acudir a la escuela, claro. Nunca le gustó demasiado el campo e incluso llego a decirle a su madre que prefería la mina. Por suerte para él nunca llegaría a tener que tomar ese camino, porque Luis el del Central enseguida le ofrecería trabajo en el bar, cuando apenas contaba con 14 años. Allí empezó siendo el chico para todo y durante tres años aprendería todos los secretos del oficio. Luego llegaría el bar Viejo, donde trabajó dos años y medio a las ordenes de Pepe, antes de que le llegará la oportunidad de ir a Madrid, que entonces era como ir a otro planeta. “Yo quiero ir allí para crear mi propio negocio y conocer a los jugadores del Madrid”, solía asegurar entonces. Y Domingo Cortés Argüello, este tipo entrañable y trabajador como pocos que salió de Boñar con 19 años y una humilde maleta, lo consiguió, llegó a a triunfar en el mundo de la hostelería y a codearse con las figuras de aquel Real Madrid de los años 70 y 80: Juanito, Amancio, Del Bosque, Santillana, los García, Benito, Ito, Pineda…

Empezó trabajando con Lorenzana en Peña Golosa, una cafetería y pastelería que estaba en Bravo Murillo. Allí estaría cinco años hasta que el servicio militar llamó a sus puertas y tuvo que volver a León para hacer la mili en el Ferral. Después de cumplir 15 meses volvería de nuevo a Madrid y trabajaría otros tres años en la cervecería Valladares antes de conocer el pub Brasil, en la calle Orense, algo que le dejaría impactado, tanto como para convertirse en una obsesión que culminaría cuando por fin consiguió empezar a buscarse la vida entre sus elegantes paredes. Aunque no por mucho tiempo, porque él ya tenía claro que quería establecerse por cuenta propia. Así nacería su primer negocio, un pub que no cerraba nunca y donde Domingo trabajaría sin descanso, hasta 14 meses sin parar, sin vacaciones ni nada, porque el éxito nunca llega por gracia divina, porque la suerte poco tiene que ver con los astros y mucho con el esfuerzo. Allí ya empezaría a entablar amistad con muchos jugadores del Madrid, como Benito, aguerrido defensa con quien se asociaría para abrir el mítico Lancaster.

Desde los años 70 y hasta mediados de los 90 el Lancaster, situado en la Castellana muy cerca del Bernabéu, sería el centro de reunión para jugadores de fútbol y celebridades de todo tipo, desde toreros hasta estrellas de la televisión. Allí acudían a comer y luego se quedaban a jugar la partida de póquer o de mus. Y muchas veces las veladas se alargaban hasta la madrugada entre copas y risas. Llego a ser famosísimo el cocido de los miércoles, que costaba 3.000 pesetas y en el que cabía de todo. El ambiente que se respiraba entre los jugadores era de camaradería, incluso con los de otros equipos, como aquella vez que Rubén Cano se acercó al pub después de un derbi y exclamó: “Ahora que nos han ganado los del Madrid les toca al menos invitarnos a las copas”. Llegaron a entablar tanta amistad con Domingo que en ocasiones se acercaban con él a Boñar. Como Juanito, al que recuerda con especial cariño, Del Bosque o hasta el mismísimo José Legrá, campeón de Europa de boxeo y una auténtica celebridad en aquellos años. Llegó a regentar dos pubs más de éxito y una discoteca en Majadahonda a cuya inauguración acudieron las plantillas del Madrid de fútbol y baloncesto al completo.

Cuando algún paisano de Boñar se asomaba por las puertas del Lancaster era recibido por Domingo con todos los honores: te presentaba a Camacho, Santillana o cualquier otro jugador del Madrid que anduviera por allí y te invitaba a todo lo que quisieras, incluso al estadio para enseñarte la sala de trofeos o ver el partido que tocará desde el mismísimo palco. Su generosidad era legendaria, pero por encima de todo era genuina, ese tipo de altruismo desinteresado que brota con naturalidad de la buena gente. “Eso es porque uno nace así”, responde con modestia cuando alguien le pregunta por ello.

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