Comprar la tinta por barriles
Llega un momento Saulo en todo lector de periódicos –alguno queda– en que, yendo hacia Damasco y disfrutando de su cabecera favorita se da o topa con un tema que conoce y exclama ¿¡De qué cojones hablan!? Puede ocurrir más o menos tarde. Yo empecé a leer –y a comprar– periódicos muy joven, pero antes, de chiquitín, ya la prensa local me rodeaba como el nitrógeno. El Proa, ¡La Hora Leonesa! Aparte de los nacionales –nunca mejor dicho–; el ABC, El Caso, El Alcázar... De niño hasta salí en una foto en el decano –el decano es el Diario de León– sentado en un banco del Parque de San Francisco leyendo tebeos: el pie de foto del suelto, redactado evidentemente para relleno, rezaba en negrita: ¿Qué hacemos con estos niños? Ya no me acuerdo que proponía. Supongo que hacernos hombres y seguir la cruz y la espada o algo igual de macabro. El decano nunca ha sido muy gracioso. Conscientemente al menos. Es decir –y es decir mucho–, no entendía de qué o quién hablaban jamás. Ni aunque saliera yo mismo. Llegó un momento, no muchos años después, en que la disrupción entre realidad real –perdón– y escrita me resultaba tan chocante que tomé la Olivetti Lettera 35 de casa –uno de nuestros recién adquiridos electrodomésticos– y redacté una CARTA AL DIRECTOR llena de disparates. Confiaba –ya ves tú– en que hubiera algún tipo de filtro profesional y que jamás se les ocurriría sacar mis meticulosamente escogidas burradas que intitulé ¿A dónde vas, España? Al día siguiente ahí estaban, junto con las suyas, en negro sobre gris. A lo que iba es que llega un momento en la vida del lector y de la persona –que a veces resultan la misma criatura– en que ocurre algo sorprendente: un periódico saca o habla de algo que conoce íntimamente por lo que sea –por tema de oficio, rama o especialidad: ¡Pero si yo me dedico a esto y eso no ha ocurrido nunca!, personal: ¡Pero si ese es mi primo!, de cultura general: Yo creo que el mercurio no es comestible o, sencillamente porque ha estado ahí: he leído crónicas de conciertos que se habían suspendido...– y, ¡oh!, NO TIENE ABSOLUTAMENTE NADA QUE VER con lo que ve impreso. Estoy seguro de que todos hemos experimentado esa misma epifánica desilusión, que, curiosamente, y como con las inteligencias artificiales o los sacerdotes no conduce a un definitivo ¡esta gente no tiene ni puta idea! sino a un descorazonador y colectivo si lo pone el periódico… Luego, claro, uno se acostumbra. Una simpática profesional cuando le señalé que en el ejemplar de aquel día estaba mal hasta la fecha –en serio– me contestó que no podían estar en todo.