Argentina

Javier Milei, con una motosierra en un mítin en Argentina.

Estos días no estoy ahí. Una parte de mí sí lo está. Siempre lo está. Y una parte de mí teme. Siempre una parte de mí lo hace. Teme que cuando esto se publique Javier Milei haya ganado las elecciones en primera vuelta en la Argentina. No lo puedo saber. La mejor encuesta hoy es el voto en el día de las elecciones y nada más. Mi pacto es escribir esta columna con margen, aunque en estos tiempos vertiginosos que vivimos ‘cuatro días’ signifiquen mucho más.

El otro día acudí en Madrid a un acto el que se hablaba de esta posibilidad, de que Milei fuese el próximo presidente de la Argentina. Lo escribo y un rayo eléctrico me recorre la columna vertebral. Le pasó también a una de las participantes: ella, argentina, hija de exiliado político.

Me quedé charlando con dos argentinos que ya vivían aquí de dos cosas: la primera es que mucha gente sueña con una España que no existe. Que van a llegar a acá y van a tener un buen trabajo, una casa, un coche… todo eso que es tan difícil incluso para una gran parte de los españoles donde hay un 26% de pobreza. Es lógico: en Argentina hay un 40%.

La segunda es que, a pesar de todo, lo cotidiano es tan fácil que sorprende. Los argentinos –me incluyo, porque soy la más argentina de las leonesas, probablemente–, venimos de un lugar donde levantarse cada día es ver a cuánto está el dólar respecto al peso. Un lugar donde ahorrar es una palabra utópica. Un lugar en el que, siendo mujer, es posible que tengas miedo de volver sola de noche a casa, mucho más miedo del que puedes tener en cualquier capital europea. Un lugar en el que los bondis pasan, cuando pasan, y te llevan al otro lado de la ciudad con la promesa de desencajarte los huesos en el trayecto. Un lugar donde el calor no tiene tregua de aire acondicionado en los vagones del subte. Un lugar en el que salir a comer, a cenar, a bailar vale siempre la pena: si ahorrar no es una opción, gastemos en compañía. Un lugar en el que proyectar de aquí a mañana es un montón. Un lugar en el que tus hijos crecen pensando que tal vez no sea una buena opción quedarse. Un lugar en el que el nivel intelectual es altísimo y, sin embargo, el retorno es cada vez más chiquito. Un lugar donde el arte del teatro, de la pintura, de la escritura alcanza lo sublime, da la vuelta y sube de nuevo. Un lugar donde la naturaleza te deja sin habla, de norte a sur, de este a oeste. Un lugar maravilloso que está harto de no poder levantar la cabeza y salir a flote.

Me duele Argentina porque fue el país que me permitió ser quien soy. El país que me dijo sí, adelante, demostrá de lo que sos capaz: no me importa de dónde vengas. Y yo venía de un país que nos expulsó a muchos. La España de los recortes post-crisis 2008 nos convirtió a la mayoría de jóvenes en ‘aventureros’ o, mejor dicho, en migrantes económicos.

Y sé que muchos jóvenes argentinos votan a Milei porque es una rock star pero, sobre todo, porque no son capaces de imaginar un futuro. Y esa es nuestra labor: reconstruir un horizonte común que no pase por esas ideas políticas disfrazadas de outsider. Por supuesto que Milei tiene un plan: ese plan pasa por morir o matar. El individualismo salvaje. Y lo grita vestido de cuero con una motosierra en la mano: es eficaz.

Si gana y nosotros fracasamos, la culpa también es nuestra. Quiero que la alegría por un nuevo mundo se instale desde quienes defendemos el bien común. Las calles son nuestras: toquemos su corazón otra vez. En aquel acto la participante argentina dijo que creció en Madrid y fue feliz a pesar de toda la distancia que aún siente en el cuerpo. Que pudo tener una vida digna porque una comunidad anarquista la tuvo en brazos, a ella y a su mamá. Ella era incapaz de pronunciar la posibilidad de que Milei fuese a ganar las elecciones en un país en el que la Dictadura, tan cercana, desapareció a 30.000 personas. Muchos jóvenes. Iguales a los que ahora votan Milei.

Que un anarco liberal pueda pervertir una palabra tan bella como es la anarquía da que pensar. Anarquía es amor y ternura en estado sumo: Milei, otra vez, trata de apropiarse de una de las palabras más hermosas del diccionario.

Pero la anarquía es un pensamiento muy bello que puede también conquistar el futuro desde el lado de lo común. Y puede ser eficaz como utopía a la que tender. El diccionario también es interpretable y, por eso, mientras tengamos las palabras, tendremos horizonte.

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