Niebla
Nunca sabemos cómo va a terminar la película. Ni siquiera conocemos cómo va a seguir desde el capítulo en que nos encontramos. Y ese exceso de presente nos angustia. Quisiéramos descubrir los siguientes pasos. Aceptar que si ahora el mundo se detiene y ahoga será solo por un periodo de tiempo y que después, cuando menos lo esperemos, volverá a salir el sol. Pero en este momento masticamos niebla. En esta tierra tocó fuego, ahora cenizas agolpadas y fábricas que los días convertirán en ruina y pasado. Y fuera de aquí, también, las nubes se estancan con formas diversas y tenaces. La oscuridad es parte de esta época, cerca o lejos, a golpe de párpado e indiferencia.
Porque hay niebla en una tregua que no se respeta: lejos de aquí la muerte sigue avanzando con una guadaña inhóspita y brutal. Hay niebla al otro lado del océano, en una Argentina que vota con contundencia a su propio verdugo, una y otra vez, en una decrépita melodía final. Y aquí, más cerca, hay niebla en los ríos que se contaminan cuando el agua cae y arrastra todo lo que el fuego dejó a los pies de los montes. Hay niebla en los familiares de mineros que siguen esperando justicia más de una década después. Hay niebla en la remolacha que viaja un poco más lejos porque aquí no queda nada por lo que valga la pena quedarse. Hay niebla en los mandados y en los mandatarios, cuando prefieren el hastío funcional a la creación de expectativas que arriesguen y pongan, de una vez, la esperanza en un lugar del que tanta gente debe irse con lágrimas en los ojos en busca de un trabajo que le permita respirar. Hay niebla en el abandono que sigue sufriendo nuestra tierra y, sobre todo, hay niebla en las palabras de quien ignora esta realidad. Hay niebla en quien trata de justificar lo imposible, en quien confunde enemigo y aliado. Hay niebla en la frustración que genera monstruos: muchos del lado de la extrema derecha que afila sus colmillos y se enreda, precisamente, en la garganta de la rebeldía adolescente que acapara las aulas y que será, mañana, quien dicte la realidad. Pero también hay otras reacciones, más amables, por suerte, que buscan e impulsan la identidad perdida reconstruyendo una comunidad cercana desde su propia esencia.
Porque niebla hay y siempre habrá, pero también formas de alumbrar el camino. Recoger uno a uno los escombros de lo que perdimos para mirar atrás y reinventar el presente sin olvidar el origen. En estos días de fin de ciclo, cuando el otoño descarga las hojas y las calabazas están a punto para recolectarse y dejar que la tierra cueza hasta la próxima siembra, hay lugares que aún rescatan celebraciones a fuerza de no cubrirlas de olvido. Es, por ejemplo, el Samhain de Tsaciana, donde el sustrato celta revive y los hábitos de quienes saben escuchar la tierra toman cuerpo y enseñanza de mayores a jóvenes: castañas, matanzas y música que se mezclan con los primeros fríos y la sonrisa franca de quien dice que no se va, que aquí se queda, a pesar de todo.
Y somos muchos, varios, en distintos puntos de esta tierra, que nos abrazamos a su tozudez, tan diversa según el punto en el que estemos. Desde mi ventana veo el Teleno cuando la niebla me deja y con mis manos trabajo una huerta pedregosa, mucho más austera que la que otra gente cultiva a las orillas de otros ríos que dan alimento con más certezas y menos sudores. Pero todas hacen una, la nuestra, y de ahí, en esa comunión cercana, debemos reinventar nuestro futuro. León ruge, está rugiendo: solo hay que saber escuchar.