Mera Peak (6.470 m.), la Montaña de Hielo (III)

Foto: V. Costo. Vista aérea en helicóptero hacia Lukla.

V. Costo.

*Puedes leer las dos primeras partes de este relato, en el valle del Langtang, 'Un viaje al pasado (I)' y 'Un viaje al pasado (II)', haciendo click en los enlaces.

Acabamos de bajar del autobús después de viajar durante 10 interminables y traqueteantes horas desde el valle del Langtang a Katmandú. La llegada a esta ciudad a mí siempre me sorprende con su tráfico caótico y el polvo de sus calles.

De la baca del autobús bajan primero los viajeros que iban subidos en ella y después nuestros petates. Con los huesos todavía sin recomponer y jugándonos el tipo entre el tráfico, nos buscan un taxi, o algo parecido. Son coches destartalados que no me explico cómo funcionan. Hubo un momento que el taxi empezó a hacer ruido, pensábamos que había pinchado, pero sin inmutarse el taxista se bajó del coche y con una llave empezó a apretar los tornillos de la rueda, que casi se le había salido. Ya estaba preparado. Se ve que cada pocos kilómetros le sucede esto.

En el hotel situado en el barrio más típico de la ciudad, barrio de Thamel, nos alojamos y por fin pudimos ducharnos después de muchos días sin “este lujo”.

Nos dijeron dónde comprar pan, en una terraza del hotel y a la luz de los frontales, sacamos chorizos, quesos, cecina y alguna cosa más que habíamos llevado envasada al vacío desde León y que guardamos para esta ocasión. También compramos dos botellas de vino, por cierto era vino de Orense. Podéis imaginar cómo nos pusimos. Comimos hasta que nos dolió la barriga y todavía nos sobró para el último día de estancia en Nepal.

Al día siguiente, a las 7 de la mañana, ya estábamos preparados para que nos llevaran al aeropuerto, donde empezaría verdaderamente nuestra aventura.

De Katmandú tenemos que viajar a Lukla, pequeña localidad en la cual han hecho un aeropuerto literalmente colgado del vacío a casi 3.000 m. de altura.

Una pequeña pista de 300 m. y un desnivel del 12% sirve para que aterricen las avionetas procedentes de la capital cargadas con montones de expediciones, petates y muchas ilusiones y expectativas que no siempre se cumplen. Este pueblo es el inicio de todas las expediciones por la zona del Everest y su aeropuerto está considerado como el más peligroso del mundo, esto no quita para que aterricen todas las mañanas, después el tiempo se suele estropear, decenas de avionetas. Es un ir y venir de aeronaves que ya lo quisiéramos para nuestro aeropuerto de la Virgen del Camino.

Aunque todos los años hay algún accidente, los pilotos son verdaderos especialistas. Enfilan el valle y ya no hay vuelta atrás: o aterrizas o te la pegas. Al acabar la pista hay un barranco de más de 600 m.

Pero para sorpresa nuestra, nuestro guía, no nos explicamos cómo, nos dijo que si queríamos viajar en helicóptero por dos euros más (no me digas cómo consiguió esto) y para allá fuimos. Pesaron los petates, a nosotros, todo lo que llevábamos (aquí el peso está muy ajustado) y junto con una nepalí que llevaba un niño recién nacido, volamos hasta la localidad de Lukla. Nada más despegar ya se veían montañas muy altas, pero al poco rato (el vuelo duró unos 40 minutos) empezamos a ver los colosos del Himalaya, el Everest entre ellos. Un espectáculo inigualable.

Foto: V. Costo. Subiendo al collado La Zatrwa.

Volábamos cerca de collados, bosques, ríos, multitud de aldeas diseminadas por la montaña y entre nubes que movían el aparato más de lo que desearíamos. El aterrizaje en Lukla fue de lo más suave, fue una buena experiencia que ninguno habíamos tenido antes.. Dos petates llegaron en otro helicóptero algo más tarde, que ya no entraba más peso en el nuestro.

Después de prepararnos y comer algo, llegó la hora de ponerse en marcha. Nos presentaron a los porteadores, en principio iban a venir cuatro, pero solo aparecieron dos. Esto es normal, así se reparten más dinero entre ellos, pero claro, también se reparten más peso. Llevaban unos 50 kg. Cada uno. Esta gente es sobrehumana, a mi me parece imposible cargar tanto peso en la espalda y hacer subidas que a nosotros nos costaban mucho esfuerzo y ellos nos adelantaban y por no hablar de la indumentaria...¿goretex? ropa de andar por la calle y unas zapatillas todas rotas, incluso así andaban por los glaciares y el hielo. Sin esta gente sería muy difícil y costoso subir estas montañas. Quiero mandar un reconocimiento desde aquí para estos hombres que sin ellos, no seríamos nada.

Empezamos a caminar. El tiempo iba cambiando, se metieron las nieblas. La lluvia no tardó en aparecer. En una casa había una pequeña tienda donde vendían de todo y allí Goyo y yo compramos unos pequeños paraguas que hicieron bien su cometido.

Subimos mucho rato entre bosques de rododendros y pinos, todo estaba muy brumoso y mojado, parecía un bosque encantado. Andábamos en silencio como si tuviéramos miedo de romper algún encantamiento. A veces llovía, atravesábamos torrentes por pequeños puentes de troncos bastante resbaladizos. Subimos casi 1000 m. de desnivel entre estos bosques, y entre la bruma apareció Chutanga, apenas tres casas a más de 3.400 m. de altura. En una de ellas nos alojaron. Escasos camastros y un pequeño comedor con una estufa en el medio que costó bastante encenderla, pero Julio con sus habilidades consiguió hacerla funcionar. Afuera hacía mucho frío y a las 6 de la tarde ya era noche cerrada. Toda la tarde estuvimos alrededor de la estufa junto con la familia que habitaba esa casa y que nos hicieron la cena, unas sopas de patata y espaguetis. Antes de las 9 de la noche ya estábamos metidos en los sacos de dormir pensando que nos depararía el día siguiente. Sabíamos que teníamos que atravesar un collado a más de 4.600 m. y había nevado, pero esto ahora no nos preocupaba.

Foto: V. Costo. Montañas en el valle del Inkhu Khola.

El 30 de octubre amaneció despejado pero muy frío. Dentro del saco se estaba caliente y no apetecía nada salir de él. En la habitación había 5º C. En la casa-refugio daba todavía la sombra y en la calle había una buena helada. Por fin nos decidimos a salir del calor del saco y nos asomamos a la ventana, bueno no hacía falta asomarse mucho porque en estos sitios en vez de cristales ponen un plástico, en el mejor de los casos, y vimos el sitio donde habíamos pasado la noche.

Rodeados de bosques, el sitio era muy bonito y grandes montañas cubiertas de nieve se veían por todas partes. Salimos a la calle y nos lavamos un poco la cara en una fuente. La verdad es que con tanto frío no apetece nada lavarse. Y como siempre, después de desayunar, comenzamos la subida del día. Este día lo recuerdo

como uno de los más duros de la expedición. A 3.700 m. empezamos a pisar nieve y así fuimos subiendo durante varias horas, cada vez más nieve y el terreno muy resbaladizo con unas laderas muy empinadas. A los 4.000 m. paramos en una casa a tomar un té. Es increíble las condiciones de vida tan duras que soportan estas gentes, sin cristales en las ventanas no se cómo pueden aguantar esas temperaturas. Había un niño de menos de un año al cual fueron envolviendo en capas de ropa, por lo menos siete conté yo, y después lo metieron en una cunita de madera y todavía lo taparon con otras dos mantas. Aunque no se pudiera mover, por lo menos estaría caliente. Nosotros seguimos subiendo por la nieve. Los porteadores con sus grandes pesos no parecía importarles nada, subían y subían a un ritmo muy fuerte que nos costaba trabajo seguir, aunque ellos paraban cada poco. El cielo se cubrió de nubes y ya no vimos nada. Llegamos al collado Zatrwa-La de 4.610 m., la altitud se hacía notar. Habíamos subido un desnivel de casi 1.400 m. Desde aquí empezamos a bajar por un valle entre grandes rocas hasta Thuli Kharka a 4.300 m. y allí pasamos la tarde y la noche.

Este refugio estaba bastante concurrido de otras expediciones que ya volvían del Mera Peak. Había un grupo numeroso de rusos y todos nos acomodamos alrededor de la estufa de leña (leña que hay que subir a cuestas porque los bosques quedaban lejos) y ya no nos movimos en toda la tarde de allí. Nosotros estábamos un poco desmoralizados porque todos los que volvían nos decían lo mismo: “En la montaña hace mucho frío, temperaturas de –20, incluso más bajas y no hemos podido subir”. Hablamos con un suizo que nos contó lo mal que lo pasó en el campo de altura. Nos dijo que tenía un buen saco y así todo no pudo dormir del frío y tuvo que renunciar a la cumbre. También nos contó que a unos españoles les habían sacado de allí en helicóptero con congelaciones en pies y manos, por todo esto estábamos un poco asustados, pero había que seguir, ya pensaríamos en todo esto más cerca de la montaña.

Foto: V. Costo. Macizo de Ama Dablam desde Khare.

31 de octubre. Salimos del saco con las primeras luces y enseguida nos pusimos en marcha. Sabíamos que hoy era más cómodo el camino, había poca subida y mucha bajada. Este día subimos un desnivel de 700 m. y bajamos 1.400 m.

El día, frío como siempre y empezamos a andar con nieve hasta llegar a un collado, la niebla nos cubría y cuando se retiraba, nos dejaba ver unas montañas espectaculares, nuestra montaña entre ellas, cubiertas de un blanco impoluto por los glaciares, pero la niebla volvía a taparlo todo. La bajada se hizo algo peligrosa por la nieve y lo empinado que estaba e íbamos entre un bosque de rododendros. Al lado de una piedra gigantesca había una casa, una especie de refugio que lo regentaban dos chicas nepalíes, allí tomamos un té.

Después de descansar, seguimos bajando hasta el fondo del valle hasta llegar al río Inkhu Khola. Estos ríos del Himalaya, que bajan directamente de las grandes montañas y de los glaciares, son siempre espectaculares, salvajes, arrastrando grandes piedras. Caminar cerca del cauce, siempre es una experiencia que no se olvida y además el bosque por el que nos movíamos era, como todos los de la zona, muy bonito. Y así subiendo y bajando por aquel camino llegamos a una población algo más grande que se llama Kote. El sitio era bastante agradable y después de

comer en una terracita de madera nos fuimos a dar una vuelta por los alrededores. Comimos carne de yak, que hacía muchos días que no comíamos nada de carne, Bueno, si a aquello se le puede llamar carne. Era imposible cortarla con la navaja y tuvimos que comerla a bocados, era un amasijo de nervios negros, pero al final nos la comimos.

Esa tarde anduvimos al lado del río por el bosque con los árboles recubiertos de musgo entre la niebla, parecía todo irreal. Encontramos una enorme piedra partida en dos en la cual había unas ofrendas. Era como un sitio para rezar los budistas. Nos gustó el lugar y dejamos unas monedas como ofrenda. También nos acercamos a unas cascadas que caían por un pequeño valle de las cuales los lugareños cogían el agua para el pueblo. De vuelta al refugio ya habían encendido la estufa y junto con dos italianos, que también iban al Mera, pasamos el resto de la tarde. A las 21,30 estábamos metidos en nuestros sacos para pasar la noche. Las dudas rondaban nuestros pensamientos... ¿soportaremos el frío?

Hoy tenemos 3º C en la habitación. Es 1 de noviembre.

Foto: V. Costo. Grieta del glaciar del Mera.

Nos toca remontar todo el curso del río Inkhu Khola y esto nos llevará dos días. Asi que nada más acabar con la rutina de todas las mañana, comenzamos a andar. Aquí, en Kote, entramos en el parque nacional Baruntse-Makalu y hay una pequeña oficina de policía donde tenemos que enseñar los permisos y demás trámites necesarios para poder subir esta montaña, nuestro guía Prem se encarga de todo esto.

El valle, espectacular. Grandes bloques de piedras jalonan todo el recorrido y ya se ven los glaciares y picos de más de 6.000 m. A veces tenemos que pasar por bloques inestables debido a la erosión que parece que se nos van a caer encima en cualquier momento, yo me pongo a filmar precisamente estos pasos con lo cual se hace más peligroso andar por aquí, pero no puedo resistirme.

Llegamos a un pequeño monasterio construido debajo de una gran roca. Monasterio del Mera. Entramos en él para dejar unas ofrendas por parte de nuestro guía sherpa. Encendió unas ramas olorosas y rezó un poco. Estos sitios siempre sobrecogen un poco y nosotros muy respetuosos con todo esto para ver si Buda nos trae algo de suerte. Goyo dejó un donativo de 100 rupias.

En Tangnag a 4.358 m. nos dieron alojamiento. Esta aldea está situada al borde de las morrenas de los glaciares y entre imponentes montañas, la que tenemos justo enfrente son los contrafuertes del Mera peak con una pared de roca y hielo de más de mil metros, por ella caen frecuentes avalanchas que nos asustan cada poco. Por la tarde nos adentramos entre las morrenas para ver donde acaban las masas de hielo. El terreno es muy inestable pero al que le guste la geología, aquello es toda una lección al aire libre: por todas partes bloques erráticos pulidos por los hielos con grandes estrías, cubetas glaciares, morrenas, un espectáculo!

Foto: V. Costo. Vista nocturna del campo de altura del Mera, a 5.800 m.

Cenamos al calor de la estufa y llegaron un grupo de ingleses que nos contaron que habían subido al pico. Esto nos animó, son los primeros que nos dieron buenas noticias. Dejando volar nuestra imaginación ya nos veíamos en la cumbre. También nos advirtieron del frío reinante por esas alturas, pero esto ya lo sabíamos.

A todo esto, dos petates faltaban por llegar. Un porteador no aparecía y temíamos que se hubiera caído al río por alguno de aquellos pasos malos. Nadie sabía nada de él. Fueron a buscarle pero no aparecía. Ya de noche entró por la puerta del refugio con gran alivio para todos. Al parecer, la noche anterior estuvieron de juerga y este no se pudo levantar hasta bien entrada la mañana, creo que el vino de arroz corrió más de la cuenta la velada anterior... Nos metimos en el saco. En la habitación había 2º C.

Continuará...

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