Por Navidad se cantan villancicos

Ilustración de un cuento de Navidad generada por Inteligencia Artificial.

Era bien conocido como Leo, un sencillo apócope. Hasta se podría decir que nació con él. En el recuerdo de algunos legionense permanecerá, así, sin más, este personaje nada anodino, aunque no de especial destacado vivir. Su nombre de pila bautismal, y queda esto así bien señalado, era Leoncio.

Leoncio González Fernández, era de pleno su gracia, según se decía por entonces, y así quedó escrito de puño y letra del párroco, don Eladio, en el libro bautismal de San Juan de Renueva, allá por diciembre de1945. En aquel tiempo compartían espacio urbano la citada iglesia y la Estación del Tren Hullero.

Una máquina de vapor del trenecito, pronta a partir, dejó oír unos sonoros pitidos; dos, para ser exactos, algo más que una sencilla coincidencia, compromiso de amigo. El maquinista lo era del padre del bautizado.

El actuante de padrino, no se exprimió el caletre para elegir el nombre; siguiendo la tónica dominante del padrinazgo, decidió que compartiera el suyo: Leoncio.

Y así, con intencionado énfasis dicente, trató de anunciarlo ante la pila bautismal; por cierto le salió entrecortado por su permanente ronquera. Se atascó en Leo… y hubo de carraspear... para soltar de una vez:

— Leoncio

El agua bautismal derramada por el párroco sobre la cabeza del niño, lo dejó así cristianado.

***

Era Leoncio un tío responsable, o puede que algo más. También un comprometido leonés y religioso a brotes, a quien ya no se le olvidaría el abrenuncio que hubo de pronunciar, vela en mano, dentro del exigido rito, poniendo voz y responsabilidad al bautizado.

De lo que a futuro se iba a sentir “hasta 'orgulloso”, y así lo comentaría más de una vez, fue “renunciar a las pompas de satanás”, se asemejaba a soltar lastre… Puede que tal brote de emotividad, estuviera forzado por la discrepancia con su hermano… el padre, que siempre díscolo, se había negado a inscribirlo en la nómina católica, cabezonamente poseído como estaba por un incipiente protestantismo. Pero que, al final, aun sin dar su visto bueno, tampoco impidió el acto, llegando a decir:

— Si lo bautizáis allá por vuestra cuenta.

Añadiendo con cierta dosis de supuesto enfado:

— ¡Nadie me va a arrastrar a la iglesia católica!

Y ahí tenemos a Leoncio, el tío, ejerciendo de padrino, un tanto forzado por una peripecia nada convencional… al que, en verdad, lo que le causaba congoja era una dubitativa inquietud interior de paternidad.

El momento vivencial, el de aquel entonces, se correspondía con la España nacionalcatólica que Franco había impuesto. Los dirigentes eclesiales que gozaban de sumisión aparente a la dictadura, imponían su doctrina ya desde los primeros compases de la posguerra. ¡Y la ciudadanía tenía que andarse con ojo avizor a tenor de lo que pudiera interpretar la autoridad, por los signos externos. La voz del párroco era de autoridad.

Para aproximarnos un poco más a la supuesta verdad, al intríngulis de lo ya relatado, digamos que fue la madre, de nombre Laudelina, quien lanzó la sorprendente petición de padrinazgo a Leoncio. Habían sido novios antes de su boda con el hermano mayor, Cástor de nombre. Algunos familiares y amigos, siempre hablaron de una ceremonia un pelín forzada.

Fueron momentos de confusión, de vaivenes en quien no estaba demasiado madura, fue y vino, estuvo con uno y con otro hermano, como atolondrada por los halagos, lo hormonal empujaba mucho, jugando una baza determinante. Por distinta razón, los dos hermanos, digamos que, en principio, le caían bien.

Vamos que, del nudo/noviazgo, resultó una boda por sospechoso penalti, como se solía decir, la duda mayor, partícipe en todos, estaba en “quién era el padre”. Pues ni la propia Laudelina, andando el tiempo, se atrevería a marcar la paternidad. Cástor asumía, y ella no se pronunciaba, naturalmente, tampoco admitía que tal cosa fuera objeto de conversación. Me temo que nunca lo sabremos, si bien, para la peripecia de Leo que iremos descubriendo, tampoco importa demasiado.

El viraje religioso de Cástor hacia el protestantismo, supuso para Laudelina un grave inconveniente en la fe. Mas no un impedimento de convivencia. Éste surgía de las dudas paternales. Cástor, en lo humano, herido en su amor propio, se esforzó cuanto pudo en que la convivencia fuera feliz. Mas, lo que pesa, cansa. Lo que marcaba distancia era el supuesto pasaje de su hermano Leoncio y Laudelina, intercalado en los prolegómenos de su boda.

Leo, el protagonista, no fue infeliz en la niñez, sí en la juventud y pubertad, lo de la duda paterna, que en algún momento llego a escuchar, le creo incertidumbres, que, bajo los efectos del pequeño trasiego de alcohol, siendo ya adulto, y como bebedor social, le resultaban tolerables.

Soldador y fontanero, en distintos momentos y etapas, fueron sus actividades laborales, marcando buen hacer y profesionalidad, de autónomo que diríamos hoy, lo que le permitía ser dueño de su propio horario. Beber y olvidar, estaban en su calendario. Llegando a decir, ya entrado en año:

— Soy un paisanín de León. Con muchos años… bebidos…

¿Era sabedor de que su estampa decadente, en lo físico, era debida a su condición de bebedor empedernido? Por su comportamiento se intuía que sí.

Y mira que su sufridora madre, siempre le repetía: ¡Hijo, te estás matando!

Una premonición que llegará a cumplirse el Día de los Inocentes.

CONTINUARÁ...

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