—
Cine
'This is England': cine para ver después del Purple Weekend

No hace mucho, ir al cine era algo más que ir a ver una película: era un buen plan. Y estarán conmigo en que tener un plan siempre es el principio de algo y bastante más que nada. Por eso, y porque uno no puede evitar que cierto romanticismo contamine su opinión al respecto, este cronista sigue defendiendo que no es lo mismo ver una película en una enorme sala oscura que verla en nuestro televisor. Aunque poco importa este subjetivo criterio ante la imparable y contrastada tendencia que ha reducido de forma alarmante la asistencia a las salas cuando, paradójicamente, se consume más cine que nunca. Este mismo año, sin ir más lejos, son ya varias las ocasiones en que uno se ha encontrado completamente sólo en el cine, rodeado de butacas vacías y con unas irreprimibles ganas de aprovechar la coyuntura para hacer alguna gansada o estirar cómodamente las piernas. Vamos, como en casa.
Esta nueva realidad también afecta a los que ejercemos de intermediarios entre una propuesta cinematográfica y el público. Porque uno no puede nunca olvidar que escribe para todos esos lectores y potenciales consumidores de cine que buscan en esta columna semanal, o en cualquier otra, el espaldarazo definitivo que les haga decantarse por este u otro filme. Y estos días, en plena resaca emocional y física de la maravillosa experiencia que ha sido vivir una nueva edición del Purple Weekend, este espectador ha vuelto a ver en su casa This is England (2006), el filme de Shane Meadows que es un claro exponente de ese realismo costumbrista que retrata las miserias y grandezas cotidianas de la gente que puebla los barrios obreros de Gran Bretaña, casi un género que engloba por igual comedias o miradas más irónicas y amables con dramas o retratos cargados de denuncia social.
This is England nos lleva a los primeros años ochenta, cuando Inglaterra era gobernada con mano de hierro por Margaret Thatcher y el país acababa de ganar la guerra de Las Malvinas. En ese contexto asistimos al viaje iniciático de un chaval de doce años que encuentra en un grupo de skinheads protección y respuestas a la urgente necesidad de pertenencia al grupo que buscamos a esa edad. Las espléndidas interpretaciones de todos los actores (genial el chaval protagonista caracterizado por Thomas Turgoose) y la naturalidad con la que su director esquiva ciertos maniqueísmos o pretensiones moralizantes, consiguen equilibrar y eclipsar otras carencias que tienen que ver con la ingenuidad del mensaje o la falta de profundidad de la trama. Quizás esto último sea intencionado y su director no aspiraba a reflexionar sobre nada, sino únicamente a mostrarnos como era la vida del barrio en aquellos convulsos años. Y a hacerlo a través del proceso de madurez de este chico al que terminamos viendo con cierta ternura, empatizando irremisiblemente con todas esas primeras veces que empiezan a poner patas arriba su mundo.