Patricia García: “En los pueblos se mantiene algo esencial para afrontar los problemas que se está perdiendo en otros lugares”

La escritora Patricia García

Abel Aparicio

Hay novelas que te incitan a leer una página tras otra hasta llegar a la última. Hay novelas con una redacción exquisita con la que disfrutas aún más. Hay novelas que van tocando varios puntos de vital importancia, para que el lector, encerrado en lo que le ocupa, haga una pausa para analizar su postura sobre ese tema en concreto. Por último, hay novelas que están de actualidad aunque sobre lo que trate sucediera hace casi cuarenta años. Entiendo que ahí radica el éxito, y Patricia García, con ‘El día que mueren los cerdos’ (Ed. maLuma, 2022) lo consigue. Este viernes presentará su obra en la librería El guardián de los libros, de la capital leonesa.

Un hombre que vive en el madrileño barrio de Lavapiés, pide destino como maestro en Villañúñez, un pequeño pueblo de Valladolid. Lo hace por un asunto muy concreto. ¿Por qué decidiste que esos fueran los lugares de procedencia y destino y que ese tema fuese el central?

En gran medida, porque son los lugares de mi vida, los espacios en los que he habitado. Creo que una escritora o un escritor cuenta historias que suelen partir de su experiencia vital, de sus conocimientos y sus contradicciones. No digo que esta sea una novela autobiográfica, pero sí tiene muchas cosas de mí, de mi propia trayectoria de abandono y añoranza del pueblo, y del barrio que me ha acogido en Madrid, Lavapiés, e incluso de Vallecas, donde nació Sancho, el protagonista, un lugar que por trabajo conozco bastante. Vallecas tiene una historia muy asociada al éxodo rural del siglo XX, y eso ha condicionado mucho la idiosincrasia del barrio, el fuerte asociacionismo, los ejemplos de solidaridad y de apoyo mutuo, temas que de alguna manera he querido tocar en la novela, porque creo que forman parte de la manera de ser en los entornos rurales. Algo parecido sucede con Lavapiés, que tradicionalmente ha sido un espacio de acogida para población migrante y que aún guarda, aunque cada vez menos, ese vivir más de “barrio”, cercano y afable que para mí tiene más que ver con los pueblos que con la manera de habitar hoy en día en las ciudades.

Durante toda la novela se trata de fondo la Guerra Civil. España, en 2023, es el segundo país del mundo con mayor número de desapariciones forzosas. ¿Qué nos ocurre como sociedad para no enfrentarnos a este problema?

Creo que en este país sufrimos de un Alzheimer impuesto, nos han arrebatado la memoria, cuando no manipulado, y eso tiene implicaciones muy crudas a la hora de construir un presente y un futuro alejados de los peores momentos de nuestra historia. Durante décadas no se podía hablar de ciertos temas, y eso implica que mucha gente haya tenido que vivir escondiendo su dolor, su historia, sus pérdidas o incluso lo que eran, a quien habían decidido amar. Hace unos meses se publicó el libro 'Medina de Rioseco: crónica de la represión franquista'. Es mi pueblo, y ya no es que yo desconociera los hechos, tampoco mi padre tenía conocimiento, pese a vivirlo más de cerca. Hay un silencio terrible sobre lo sucedido en la dictadura, y una estrategia de que la tierra siga encima. Si las generaciones de ahora no revertimos esto, por una cuestión de verdad, justicia y reparación, no podremos construir una sociedad sana. De hecho, estamos siendo testigos de lo fácil que es falsear la historia para justificar posturas reaccionarias, algo impensable si tuviésemos memoria democrática. Y creo que este es un problema que han sufrido más las mujeres, que contra todo sacaron a familias enormes adelante en las épocas más crudas, en el más absoluto silencio y a costa de sufrir innumerables violencias y humillaciones. No sé si lo he conseguido, pero con mi novela he tratado de poner en valor la memoria de esas mujeres, especialmente de las mujeres rurales, que durante siglos se han visto silenciadas y sometidas a un olvido impuesto en todas las facetas de sus vidas. Sin duda, tenemos que seguir reivindicando una memoria histórica real. Nos debemos eso como sociedad.

Hay temas, como muestras, que aún se siguen hablando en las cocinas en voz baja, y si eres mujer, más. Embarazos, la regla, actitudes de mujeres que no se fiscalizan si las hace un hombre. ¿Somos un país acomplejado y machista?

Machista, desde luego. Y ya no hablo solo de la violencia machista, que es la muestra más desgarradora de la sociedad patriarcal. Hablo de una desigualdad profundamente arraigada, fruto primero de una historia atravesada por el control del cuerpo de las mujeres propiciado por la Iglesia y los sectores más conservadores, y segundo, por el modelo económico neoliberal, que agranda todas las brechas sociales. El machismo es un problema transversal que tenemos que abordar como sociedad, de forma colectiva, y en todos los espacios. Mi novela tiene como tema central la reivindicación del feminismo rural, menos contado y menos entendido, y la denuncia de cómo la sociedad patriarcal es más opresiva y desgarradora en los pueblos. Gracias a la lucha de muchas mujeres ahora somos más libres. Hoy en día, mis personajes femeninos sufrirían menos los prejuicios y la discriminación que han vivido muchas mujeres por el simple hecho de querer vivir sus vidas. Aún queda camino por recorrer, pero se pueden ver los avances porque, en muchas ocasiones, los derechos alcanzados tienen nombres y apellidos. Puedes tener un referente feminista en la casa de al lado o tras la barra de un bar. Creo que eso es lo maravilloso de los pueblos. Por desgracia, también está siendo más intensa la reacción, los ataques al feminismo en los ámbitos rurales, envuelto en falsas tradiciones, en el desconocimiento del pasado y en un costumbrismo atravesado por la desigualdad. Ante esto, nos toca aportar nuestro granito de arena para seguir avanzando.

Respecto a lo de país acomplejado, no creo que sea un resultado, más bien es una herramienta, la forma de mantener eternas desigualdades, acomplejar a una parte de la sociedad para que sea más fácilmente manipulable. Para que calen los discursos de odio, la sensación de inseguridad y las envidias. Es un proceso terrible, que tiene mucho que ver con lo que mencionaba en la pregunta anterior, con la usurpación de la memoria. Sin duda, es el segundo gran tema de mi novela, la memoria como anclaje a quienes somos y a quienes quisimos ser, un pilar de construcción social cuya desarticulación implica una deshumanización individual y colectiva. Una sociedad acomplejada tiene más dificultades para luchar contra las injusticias y reivindicar sus derechos, y en gran medida esto se consigue echando tierra sobre una parte de nuestro pasado, ocultando referentes y ejemplos de dignidad en los que mirarnos. Solo nos han enseñado una parte interesada de nuestra historia. ¿Qué sucede con la historia de quienes lucharon por la democracia? ¿Por los derechos laborales o por los derechos de las mujeres o del colectivo LGTBI+? Tenemos que reivindicar esa parte desconocida de nuestra historia, de la conciencia colectiva y de los ejercicios de solidaridad que hay detrás, para seguir avanzando, sin complejos impuestos. A veces, en lugares pequeños y aislados como puede ser un pueblo, esos ejercicios han sido y son simples acciones personales, como decidir no hacer lo que socialmente se espera.

Hay un punto del libro en el que hablas del famoso ‘pueblo pequeño, infierno grande’. Sin embargo, añades algo que considero clave. En Madrid, Barcelona o Berlín, ocurre lo mismo en tu comunidad de vecinos, en tu barrio.

Hay un momento en la novela, una conversación entre Sancho y Mercedes, que toca este tema, cuando él se queja de que en Villanúñez “todo es más intenso” y ella responde “lo bueno también”. En la obra he querido hacer una crítica a las convenciones sociales, a la fiscalización de la vida privada, y a ese eterno “qué dirán”, que tradicionalmente se ha asociado más a la existencia en los pueblos, pero no es, ni mucho menos, ajeno a otros espacios. Barrios, comunidades de vecinos, centros de trabajo y ahora, incluso, lo sufrimos en las redes sociales. Tampoco creo que sea algo exclusivo de España, ni mucho menos. Creo que muchas de estas cuestiones, a mi entender, vienen asociadas al intento de controlar a las sociedades, y las instituciones religiosas saben mucho de eso. Pero este tema nos llevaría más de una entrevista, jeje. Sin embargo, sí que creo importante reivindicar que en los pueblos se mantiene algo esencial para hacer frente en muchas ocasiones a esos problemas, algo que se está perdiendo en otros lugares debido a la precarización de las condiciones de vida, por ejemplo, las dificultades para encontrar una vivienda o un trabajo estable. Ahí es donde cobra sentido la frase de Mercedes y otras escenas de la novela. Me refiero al sentimiento de comunidad, al apoyo mutuo entre vecinas y vecinos, y a la solidaridad.

Con los personajes, a la hora de crearlos, actúas casi de psicóloga. ¿Nos tragamos en exceso nuestros demonios?

Mis personajes, desde luego, sí. A veces tengo la sensación de que es algo muy de esta zona, lo de tragarse los demonios y el no saber o no querer expresar lo que sentimos, lo que nos duele o nos molesta. A mí, personalmente me sucede, y he encontrado en la escritura una vía de salida, un autoexorcismo, por seguir con la metáfora. Supongo que también se debe a cómo hemos sido educados, en el miedo al fracaso o a la crítica, y en la negación de la salud mental. En esto último, estamos dando grandes pasos para acabar con los estigmas y los prejuicios existentes, y ojalá se mantenga, por las generaciones futuras.

Otro punto que me marcó fue la presencia de la culpa, ese sentimiento tan cristiano del que no acabamos de desprendernos.

Sin duda, la culpa ocupa también un lugar importante en la novela. De una manera o de otra, la culpa atraviesa a los personajes principales, ha condicionado sus vidas, a veces impuesta por terceros y otras autoimpuesta. Creo que la culpa se ha utilizado como una herramienta de sumisión, ejercida en muchas ocasiones a un nivel institucional. “Esa jodida culpa con la que nos bautizan”, que dice el personaje de Roque, el más libre y sano de todos, porque se ha ido sacudiendo ya no solo los efectos de la misma, sino los prejuicios que genera. Tenemos ejemplos muy recientes y a gran escala, aquel “habéis vivido por encima de vuestras posibilidades”, cuando estalló la crisis económica de 2008. Es un tema que me fascina tanto como me perturba, porque lo tenemos muy arraigado, y resulta muy sencillo utilizar la culpa para controlarnos, para arrebatarnos nuestra autoestima y nuestra dignidad. Mi novela atraviesa unas décadas en las que la sociedad se construyó sobre la línea de los vencedores y los vencidos, y sobre esos vencidos había que sembrar un sentimiento de culpabilidad, de ahí que esta cuestión tenga mucha relevancia en la trama, porque marcó a miles de familias.

Describes a la perfección cada personaje. Sus rasgos, sus gestos, sus manías. Esta pregunta es, quizá, demasiado típica, pero siempre me la hago. ¿Te inspiraste en gente conocida?

Sí, suelo ser muy observadora. Hay detalles de gente conocida o de momentos específicos que se me quedan grabados, los anoto y luego los utilizo en mis historias, porque han removido algo en mí, y quiero transmitir esos sentimientos. Un gesto, un olor o una textura. A veces lo he hecho de una forma inconsciente, lo tenía guardado en la memoria y ha salido, sin recordar dónde lo vi o que me llevó a fijarme en ello. Cuando escribo, me gusta dedicar tiempo a la ambientación, a detallar los espacios, los aromas, el clima..., también porque me gusta leer historias así, con esos detalles, que me sumerjan con los cinco sentidos, y quiero que las lectoras y lectores sientan lo mismo.

Uno de los personajes murió de silicosis tras trabajar en las minas de León. ¿Qué te llevaste de esta ciudad y provincia en tus años de universitaria?

Sin duda, de los mejores años de mi vida. Fue mi primera experiencia de éxodo rural, tuve que salir del pueblo para estudiar, y creo que eso también supuso una apertura de mente y de miras, de lo que quería y lo que no quería ser, aunque siempre tengo en el rabillo del ojo mi tierra, que amo profundamente. Tuve la suerte de vivir seis años en el Colegio Mayor San Isidoro, de donde salí con amigas y amigos que conservo, experiencias vitales de las que dejan las cicatrices necesarias para madurar, y el recuerdo de una ciudad a la que siempre me he sentido muy unida, a sus gentes y a su historia. He vuelto infinidad de veces, y nunca serán suficientes.

En el libro haces guiños a algunas canciones y películas. ¿Te atreves con una canción que lo envuelva todo?

Acepto el reto, incluso te voy a dar dos, jeje. No las menciono en la novela, pero creo que recogen muchos de los temas de los que hablo. La primera es Fiesta, de Serrat, que para mí trata sobre las convenciones sociales, de la hipocresía de una sociedad profundamente marcada por el franquismo, el poder la Iglesia y de las élites conservadoras, y las eternas desigualdades, a veces revestidas como falsas tradiciones, ese “cada uno en su lugar”. Y la segunda, De purísima y oro, de Joaquín Sabina, que aborda los años más crudos de la posguerra en Madrid, una época que, en el caso de mi obra, marca profundamente a mis personajes, especialmente a los femeninos, verdaderos protagonistas.

El libro está disponible en decenas de librerías de toda España. ¿Qué presentaciones tienes a la vista?

La más inmediata, este viernes 19 en León, en la librería 'El guardián de los libros'. Y luego me quedan un par de firmas antes del verano, en la Feria del Libro de Madrid, el 2 de junio, en la caseta de mi editorial, Maluma, y el 7 de junio en la Feria del Libro de Valladolid, en la caseta de la librería Máxtor. El otoño y el invierno aún están por definir, ¡se aceptan propuestas!

Etiquetas
stats