El concurso que rescata a contrarreloj nombres de lugares que se recitaban de memoria en los pueblos

Pueblo de Matalavilla (Palacios del Sil) con los montes Corón y la Zulera de fondo.

César Fernández

Si el Concurso de Recogida de Toponimia Concha de Lama del Club Xeitu fuese una competición, sería una contrarreloj. El tiempo, que parece detenerse en el medio rural, juega en este caso en contra. Con la muerte de una generación de paisanos acostumbrados a señalar por el nombre hasta los lugares más recónditos de sus pueblos se va también a la tumba un patrimonio inmaterial no siempre suficientemente valorado. Hasta casi 600 topónimos ha rescatado en Matalavilla (Palacios del Sil) Ovidio García, el reciente ganador de la undécima edición de un certamen al que pueden concurrir trabajos localizados en la montaña occidental astur-leonesa.

El Club Xeitu encontró en el primer vencedor el alma del concurso. Casado con una oriunda de Babia, el geógrafo Ignacio Prieto Sarro había registrado preguntando a los mayores del lugar la toponimia de la localidad de La Majúa (San Emiliano). Ganó el certamen y el colectivo lo ‘fichó’ para hacerse cargo de esta parcela, que incluye la publicación de un libro basado en la recopilación de nombres. “Él, de manera generosa, asumió ese papel. Y ha sido una figura muy determinante”, alaba el secretario del Club Xeitu, Víctor del Reguero. Director del Servicio de Cartografía de la Universidad de León (ULE), Prieto Sarro se encarga de darle valor añadido a la materia prima resultante del rastreo. “La gente que concursa no puede por sí misma hacer un mapa tan profesional”, ilustra Del Reguero.

Y es que el certamen nació en el año 2012 con una “vocación eminentemente popular”. “No buscamos expertos”, cuenta Del Reguero. “No buscamos necesariamente un filólogo, sino personas con inquietudes”, añade Prieto Sarro. Y así entre los ganadores se da una mezcolanza en la que caben desde ingenieros industriales hasta prejubilados mineros pasando también por licenciados en Filología Clásica. La contrarreloj ha adoptado forma de carrera de relevos (con la excepción de un par de ediciones en las que el premio quedó desierto) para salvar de la extinción un patrimonio recitado de memoria por generaciones pasadas y que ahora urge poner por escrito para que quede a disposición de las futuras.

Hay casos como el de Adriana García, que tiró de la memoria de su abuelo para rescatar la toponimia de Montrondo (Murias de Paredes). “Es muy importante en las zonas rurales escuchar a los viejos”, señala Ignacio Prieto Sarro hasta catalogar esa relación como un “viaje lento” al hablar en primera persona sobre cómo descubre recurrentemente “cosas nuevas” tras una relación ya de un par de décadas con su suegro, que tiene ahora 94 años de edad. “Se ha dado el plus del contacto intergeneracional”, subraya el director de la serie Toponimia del Club Xeitu. Los hechos le dan razón tirando del último vencedor, Ovidio García, que hizo una primera lista de nombres de Matalavilla hablando con su padre hace diez años. “Ellos los memorizaban. Y él me los dijo de corrido”, recuerda.

Al origen del propio nombre de Matalavilla se le dan dos interpretaciones. La primera identifica ‘mata’ como roquedal y robledal; y la ‘villa’ como casas de campo y de piedra con ‘teito’ en pueblo pequeño con molino y arroyo frío. La segunda alude al latín: ‘matujus’ como matojos, escobas, piornos y urces; y ‘villae’ como población feudal con privilegio real o con el del noble que vive en ella. A partir de ahí, García ha completado un listado dividido entre zonas de monte, el pantano y los diferentes barrios, calles y lugares hasta contabilizar, por ejemplo, 82 fuentes. “Muchas van a desaparecer por el cambio climático”, augura al recrear rastreos que van identificando progresivamente nombres de “una vaguada, una campera, una pedriza y una fuente”, muchos de ellos en patsuezu. “Cada cachito tiene su nombre”, añade al citar algunos asociados a anécdotas y otros a personajes como el rey Alfonso X el Sabio.

Asturias nos llevaba la delantera. Nosotros hemos popularizado lo que se ha hecho en Asturias. Y la gente ha normalizado ese interés y esa inquietud

Víctor del Reguero Secretario del Club Xeitu

Cuando Ovidio García nació en 1958, ya no había calechos ni filandones en Matalavilla. “Me he pasado la vida escudriñando sobre el pueblo. Y he investigado hasta los más pequeños detalles. La afición me viene por mi amor por la era preindustrial”, cuenta este ingeniero industrial de formación que trabajó en la minería del carbón, en la conservación del oso pardo y en impactos ambientales de parques eólicos hasta su reciente jubilación sin dejar nunca de lado su afición a la artesanía. Fruto de ese interés, publicó en 2008 junto a Adolfo Fernández el libro Matalavilla, memoria de una aldea leonesa, al que sumó en solitario el cuento titulado El oso, la zorra y las abejas. Su bibliografía crecerá el próximo año con la publicación resultante del rastreo toponímico, parte de un premio que también tiene una dotación económica de 500 euros (al principio eran 300 euros). El ILC (Instituto Leonés de Cultura) colabora con el Club Xeitu en este certamen, que toma como nombre el de una vecina de Laciana amante de la conservación de las tradiciones de la zona fallecida cuando se gestó la iniciativa.

Los trabajos presentados a concurso recogen “un listado, una breve descripción y la ubicación en el mapa”, resume Víctor del Reguero. Tras la elección del jurado, Ignacio Prieto Sarro se pone en contacto con el vencedor para articular la edición de una obra que cartografiará ese rescate toponímico. La publicación de los libros es un orgullo añadido tanto para los autores como para los pueblos objeto del estudio. El culmen llegó cuando una de esas obras, Toponimia de Pinos, basada en el registro y puesta al día de una recopilación realizada en los años ochenta por pura afición por el ingeniero industrial Leopoldo Antolín, se llevó uno de los galardones del Premio Libro Leonés del Año en 2017.

Una “asignatura pendiente”

El Concurso de Recogida de Toponimia del Club Xeitu también es una forma de saldar “una asignatura pendiente” en la provincia de León, expone Víctor del Reguero. “Asturias nos llevaba la delantera. Nosotros hemos popularizado lo que se ha hecho en Asturias. Y la gente ha normalizado ese interés y esa inquietud”, abunda tras enfatizar el reconocimiento que otorgan al patrimonio inmaterial entidades como la Unesco. “El patrimonio inmaterial es menos visible. La labor del Club Xeitu ha sido muy meritoria. Y en la zona noroeste cada vez se acerca más gente a la toponimia”, subraya Ignacio Prieto Sarro, que anima a extender este interés al resto de la provincia.

La carrera contra el reloj comenzó a mediados del pasado siglo XX con “el cambio de modelo económico que provocó el éxodo rural”, señala el director de la serie Toponimia del Club Xeitu, que en su día comprobó en La Majúa cómo hasta fincas de apenas 50 metros cuadrados tenían su propio nombre. “Una finca se llamaba ‘El maravadí’. Seguramente fue porque se vendió por un maravedí”, expone, mientras desde Matalavilla Ovidio García sugiere la multiplicación de topónimos en zonas de intrincada orografía como el Alto Sil y reconoce la ruptura de la cadena generacional al admitir que apenas entre el colectivo de cazadores se ha conservado la costumbre de identificar los parajes por su nombre. La sangría demográfica ha hecho su efecto en los dos pueblos: de más de 200 habitantes a apenas una docena de residentes en invierno en La Majúa y de 400 censados a principios del siglo XX a apenas una treintena en la actualidad en Matalavilla. La despoblación acecha para amenazar el futuro de estas localidades; pero al menos su patrimonio toponímico ya está a salvo. 

Etiquetas
stats