Algunas lecciones científicas de la pandemia del coronavirus

Acaba de cumplirse un lustro de la dramática pandemia de covid-19 que asoló todo el planeta. La mortalidad estimada supera ampliamente los 7 millones de fallecimientos (de los cuales más de 120 000 corresponden a España). ¿Cuáles son las causas que explican esta capacidad devastadora?
En primer lugar, tenemos que hablar de la naturaleza biológica del agente causal, un coronavirus genética e inmunológicamente nuevo. Estos virus tienen una estructura singular, consistente en una sola cadena de ARN con polaridad de mensajero (o positiva, lo que amplifica su replicación e infecciosidad), de tamaño relativamente grande (30 kB) y sujeta a una elevada tasa de mutación. Esto último favorece la aparición de nuevas variantes.
El ARN está recubierto por una cápsida helicoidal de proteína, rodeada a su vez por una envoltura membranosa procedente de la célula infectada donde se insertan glicoproteínas de reconocimiento. Entre ellas se encuentra la famosa proteína viral S (Spike o espícula), esencial en la unión y posterior infección de células diana.
En lo que va del siglo XXI, los coronavirus han ocasionado ya tres graves brotes pandémicos. Dos tuvieron un impacto más restringido (el SARS en 2003 y el MERS en 2012), mientras que la expansión de la covid-19 adquirió tintes apocalípticos.
Conviene subrayar que antes de decretarse el estado de alarma, ya había sido aislado e identificado el futuro SARS-CoV-2 a partir de su epicentro original, el mercado del pescado de Wuhan. Se da la circunstancia que esta localidad china, de 11,2 millones de personas (mayor que Nueva York), es un importante nudo ferroviario y de comunicaciones.
A través de la globalización y los viajes intercontinentales, el ser humano se ha convertido en el principal vehículo transmisor de agentes patógenos causantes de graves infecciones respiratorias. A diferencia de sus predecesores, el SARS-CoV-2 presentaba una elevada tasa de contagios, incluyendo los portadores asintomáticos del virus.
Adicionalmente, no hubo ningún segmento de población que presentara resistencia natural, si bien los jóvenes y las personas sanas sin ninguna comorbilidad asociada tenían mejor pronóstico frente a quienes padecían alguna patología crónica o inmunodepresión.
¿Se reaccionó adecuadamente?
Aunque a toro pasado es fácil criticar que se debió actuar con mayor antelación, las medidas sanitarias preventivas adoptadas de forma coordinada fueron, en general, correctas y necesarias: como la limitación de la distancia social y el confinamiento domiciliario obligatorio, combinadas con prácticas higiénicas sencillas como el lavado frecuente de manos y la desinfección de utensilios.
Quizá recordarán la polémica superflua sobre el uso de las mascarillas. En enfermedades transmisibles mediante “aerosoles” o “gotas”, las mascarillas homologadas son muy útiles tanto para prevenir contagiarnos como para impedir que nuestras secreciones puedan contagiar a otras personas.
Además, el diagnóstico mediante PCR resultó infalible al 97 % de los casos y, una vez constatado el escaso valor terapéutico de los antivirales, quedó claro que la obtención de una vacuna segura y eficaz era el único remedio para erradicar la pandemia.
Distintos organismos y compañías, en muchos casos apoyados con fondos públicos, se pusieron de inmediato a la tarea. Todas tenían en común utilizar como antígeno vacunal la proteína S, llave de reconocimiento y entrada del virus a sus células diana.
Así, en menos de un año se obtuvieron varios prototipos verificados para realizar una vacunación masiva. Aunque ello implicaba una reducción de los protocolos habituales en la formulación de nuevas vacunas, la relación riesgo-beneficio en la emergencia mundial que vivíamos aconsejaba su administración. De hecho, esta estrategia consiguió controlar y erradicar la pandemia.
Una novedad esencial fue el papel jugado por las vacunas basadas en la tecnología del ARNm, entonces en ensayo, que ahora permanecen como referentes en las campañas anuales y representan el futuro de la vacunación.
Lecciones y secuelas
Y ¿qué lecciones hemos aprendido de la pandemia? Quizá la capacidad de la investigación biomédica para afrontar con garantía futuros episodios pandémicos, y que “siempre es mejor prevenir que curar”, siendo las vacunas la herramienta preventiva imprescindible frente a las infecciones respiratorias graves.
Sin embargo, la superación de la covid-19 en las sociedades occidentales no parece haber conllevado cambios relevantes en sus hábitos de vida colectiva. Para muchos países cuya economía se basa en los servicios y el turismo –entre ellos, España–, la pandemia es sólo un mal recuerdo.
Por otra parte, todavía permanecen graves secuelas entre nosotros, como el denominado “covid persistente”, un cuadro grave en pacientes que tras recuperarse siguen padeciendo una sintomatología (cansancio, insomnio, pérdida de memoria, mareos, debilidad, postración, etc.) que demanda atención y un tratamiento adecuado.
En cuanto al riesgo de nuevas pandemias, la OMS alerta sobre probables episodios más devastadores incluso que la covid-19. Los virus respiratorios con capacidad de intercambio y transmisión zoonótica figuran entre los candidatos principales. Factores como el cambio climático y el estilo vida (hacinamiento urbano, contaminación, estrés, agotamiento de recursos) facilitarían su propagación.
Los servicios sanitarios y la comunidad científica están en alerta y actividad permanente, pero ¿qué puede hacer la ciudadanía? Sin duda tomar conciencia y actuar en consecuencia. Necesitamos implementar la iniciativa “One Health”, que propugna integrar la salud humana con la del resto de la biosfera y el medio natural en un todo único.
Todas las iniciativas en este campo serán muy beneficiosas, y su filosofía puede resumirse en ese conocido proverbio hindú:
“La tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos”.
Juan Carlos Argüelles Ordóñez es catedrático de Microbiología en la Universidad de Murcia. Señalización y respuesta a estrés en levaduras patógenas. Mecanismos de acción antifúngica: nuevos productos naturales. Artículo publicado originalmente en The Conversation España con permiso de republicación para ILEÓN.