De la rabia a la tristeza por los incendios del sur de León: “No sabemos de un solo pueblo que estuviese protegido”

Pallozas y colmenares arrasados en la comarca de la Valdería, en la provincia de León.

Abel Aparicio

Uno puede llegar a pensar, asistiendo a las manifestaciones de protesta, como la de La Bañeza, que es una más de las muchas que se están llevando a cabo en el desposeído e incendiado noroeste de España. En ellas se exige la dimisión de los responsables autonómicos en materia de incendios y la declaración por parte del Gobierno de España del nivel 3 de emergencia.

Uno puede llegar a pensar que este es un artículo más de los muchos que se llevan escribiendo desde el pasado 10 de agosto, cuando el fuego volvió a llamar a las puertas de la Sierra de la Culebra, en el corazón de las tres provincias leonesas. Uno puede perderse contando hectáreas arrasadas por las llamas, porque contar una a una hasta 400.000 se hace muy soporífero. Uno, en definitiva, puede llegar a desconectar de todo lo que le rodea porque, ya lo vimos en la pandemia, se cansa de noticias y cifras devastadoras.

El problema, o más bien la necesidad de estar con quienes lo pierden todo, es que tienen nombre y apellidos, tienen un pueblo, una familia, recuerdos, amistades. En definitiva, tienen una vida que merece la pena ser conocida, y, por lo tanto, analizadas su rabia y desesperación.

Entre ellos, Inma Ares Cenador. Después de completar sus estudios, trabajar en Madrid y dar alguna vuelta más, decidió volver a La Bañeza y dedicarse profesionalmente a la apicultura en unos terrenos que su familia posee en Castrocalbón, con unas trescientas colmenas de las que acaba de perder un ochenta por ciento. “En una oficina sería incapaz de estar, no me veo rodeada de paredes, prefiero la inmensidad del campo”, relata Ares Cenador entre el bullicio de la manifestación.

Ante la mirada a futuro que ahora ha quedado negro, esta apicultura está decidida a “sacar fuerzas de la flaqueza”. Se alimenta de que “estamos recibiendo mucho apoyo, no podemos rendirnos y dejar esto así. Mi idea es seguir, estoy decidida a seguir”.

Pallozas, colmenares y tierras de labranza destrozadas por el fuego que arrasó el suroeste de León.

A la conversación se suma su primo José Miguel Cenador Villar. José Miguel nació en Calzada de la Valdería. Allí tiene un pequeño grupo de colmenas, una palloza que levantaron varios vecinos y alguna tierra de labranza. Por motivos de trabajo se tuvo que trasladar a León, como tantos y tantas de la Valdería, pero, asegura, “cada vez que tengo un cuarto de hora libre voy a Calzada, donde nací, donde cazo, donde tengo familia”.

“Si no es por nosotros, el pueblo arde entero”

Cenador Villar relata como el día de autos, el martes 12 de agosto, lo único que vieron ajeno al pueblo en Calzada fue un grupo de GRS de la Guardia Civil que les pretendía prohibir la entrada al pueblo a las tres de la tarde. “No había nadie, ni un solo medio de extinción. Nos dejaron solos, amargamente solos. Teníamos claro, que sin las ocho personas que estábamos allí, el pueblo ardería entero, por eso decidimos quedarnos”.

Inma Ares Cenador, orgullosa de sus colmenas en la Valdería, que quedaron arrasadas por el fuego.

José y su hermano Toño, que trabaja varias tierras, eran conscientes que la Guardia Civil los podía multar, pero eso era lo que menos les importaba. “Nos dejaron solos, tanto en Calzada como en Castrocalbón, San Félix, Felechares, etc. Nunca pensamos que nos fueran a dejar abandonados, como así fue. Insisto en esto, si no es por las personas que estábamos allí, el pueblo arde entero”.

Inma insiste en lo mismo que su primo, que les aseguraron que no se preocuparan por los pueblos, que iban a estar protegidos. “No sabemos ni de un solo pueblo que estuviese protegido. A los que se quedaban les amenazaban con multas. Un buldócer, que fue lo único que vimos, estuvo parado toda una noche y toda una mañana. No entendemos nada. La desesperación y la rabia son absolutas”, sentencia.

Tanto Inma como José Miguel coinciden en que el fuego debió perimetrarse en Zamora, donde el terreno no es escabroso, como ocurre en Picos de Europa, en Omaña o Laciana, en toda la montaña de León. Porque “aquí son mayoritariamente tierras de cultivo, por eso no encontramos una respuesta a la dejadez”.

José Miguel Cenador Villar revisa sus colmenas calcinadas por los incendios.

“El futuro a diez años, por desgracia, va a ser tranquilo”

Preguntados por un futuro a corto plazo, José Miguel ironiza: “El futuro a diez años, por desgracia, va a ser tranquilo. La prevención ya está hecha. Somos muchos y muchas los que pensamos que esto puede ser una dejadez intencionada, porque de otro modo no se entiende. No sabemos qué intereses hay, porque no puede ser tal el tamaño de la incompetencia de quienes se supone que gobiernan esta comunidad, que tienen nombres y apellidos y todos y todas conocemos”, explica indignado. Y es que recuerda nítidamente que “a las ocho de la mañana del martes el fuego estaba muerto, lo vi en primera persona. En Ayoó de Vidriales pasó lo mismo. El fuego estaba muerto y los buldóceres no trabajaron de madrugada”.

El responsable del sector de apicultura de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), Pedro Loscertales, ha lamentado los incendios «no solo por la pérdida del aprovechamiento agrícola» o de la biodiversidad, sino también por del detrimento de más de 7.000 colmenas.

“Abandonado y engañado. Primero abandonado y luego engañado”. Con estas lapidarias palabras resume José Miguel su pesar. Y apuntala Inma: “Frustración. Fueron diez años de mucho trabajo. Lo malo es que esto no nos afecta solo a nosotras y nosotros. Se está quemando el pulmón de España. El encinar de la Valdería era uno de los mayores de Europa, y digo era, porque ya no lo volveremos a ver”.

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