El orbayo, calabobos o txirimiri que salva: así se nombra la lluvia fina que ayudó a frenar algunos incendios

El orbayo y la niebla frenaron en gran medida los incendios que amenazaron el valle leonés de Valdeón en Picos de Europa.

Carlos J. Domínguez

El tipo de lluvia más fina es casi tan difícil de definir como de encontrar la palabra local que la resume e identifica porque son casi decenas sus variantes en la rica lengua española. Este especial tipo de llovizna ha sido noticia nacional de primer orden esta semana al hacer acto de presencia en la vertiente leonesa del Parque Nacional de Picos de Europa.

Esa agua suave cayó del cielo, literalmente, ayudando definitivamente a evitar el gravísimo problema que le suponían a este espacio natural del máximo nivel de protección dos incendios forestales que llegaron a penetrar en el interior del municipio de Posada de Valdeón, dejando una grave situación. Unos siniestros que obligaron a la medida histórica de evacuar todos sus pueblos, cerrar la Ruta del Cares o vaciar incluso con helicópteros todos sus refugios. Sólo cuando apareció el orbayo, como aquí se dice -y escribe-, la situación dio un giro y todos respiraron tranquilos. Fue un momento casi milagroso.

El orbayo tiene mucho de especial. Es una lluvia que apenas se oye cuando cae, ni suena en los tejados ni arrastra la tierra de los caminos. Hace charcos, pero apenas los inmuta. Y sin embargo, es muy húmeda, persistente, a veces casi invisible. Es capaz de mojarlo todo en un momento de manera muy silenciosa.

Esa llovizna, tan habitual en ambos lados de la Cordillera Cantábrica y también de la costa del mar del mismo nombre, no solo ha dado respiro a bosques y montes en llamas, a pueblos en peligro directo, sino que también ha generado un eterno debate: el interminable abanico de palabras con las que se nombra a la fina llovizna en la lengua española.

El orbayo que frenó los incendios en Picos de Europa, visto desde el pueblo de Santa Marina de Valdeón.

Empezando por lo más común, en León y en Asturias, territorios tan unidos en la lengua y más cosas, se escribe habitualmente orbayo. U orbayu. Así lo define la Academia de la Llingua Asturiana:

orbayu, l’: sust. Aición y efeutu d’orbayar. 2 Agua [menudo que cai al orbayar]. 3 Rosada, agua o humedá de l’atmósfera [que condensa sobre les plantes, sobre los oxetos nes nueches fresques].

Para la zona de Galicia, donde la lluvia tiene decenas y decenas de nombres según sus particularidades, suena igual pero cambia la grafía: es más bien orvallo. Es como más se parece al término oficial que recoge la Real Academia Española, que admite que se escriba indistintamente con uve o con be, pero considera más oportuna su grafía con 'elle' y no con 'y griega'. Una de las más bonitas definiciones tenía que ser la de un escritor gallego, Castelao, que habló de esa “lluvia sutil que moja sin sentirlo”.

Origen y territorio

El término presenta un origen incierto y en realidad está plagado de connotaciones locales: no es solo la lluvia que moja, también se la reconoce como la lluvia más propia del norte, la compañera del paisaje verde y de los días grises cantábricos. Por eso en estas tierras, las muchas palabras que la definen se escuchan en conversaciones cotidianas y forman parte de refranes populares, como parte inseparable de su cultura y su identidad.

El español general opta por una voz más extendida: la llovizna. Se trata del término normativo, recogido en todo el ámbito hispanohablante. Sin embargo, a su lado la Real Academia de la Lengua recoge muchos términos más. Por ejemplo, uno más popular, coloquial y simpático: es “calabobos”. Se trata de una pintoresca manera de retratar, más que a la llovizna en sí, a quienes se pasan de listos, no se protegen de ella y acaban empapados, por desconocer la gran capacidad de humedad de gotas tan insignificantes.

La RAE también consigna 'sirimiri' y no son pocos quienes lo utilizan. La procedencia de este término es de amplias zonas de Euskadi y Navarra, donde surge una variante con fuerte arraigo local. En euskera se habla del txirimiri y recogen también no pocas variantes, como zirimiri, xirimiri. En el País Vasco, el término ha traspasado incluso al ámbito cultural y turístico, hasta el punto de que resulta difícil encontrar viajeros que no haya escuchado hablar del famoso txirimiri donostiarra, esa lluvia leve pero persistente, capaz de empapar con profusión la ropa y teñir el paisaje de un húmedo brillo muy especial.

Una vez españolizado, el txirimiri se convierte en otras variantes muy usadas, como chirimiri o incluso chiribiri. Y entre Asturias y Euskadi, en Cantabria no es raro escuchar a los paisanos hablar de 'morrina' para referirse a lo mismo. Eso podria explicar que la RAE recoja como variante también 'mollina', de muelle, para referirse a la lluvia que cae menuda y blandamente; y también 'mollizna', que uniría de manera muy natural 'mollina' y 'llovizna'.

Cae la 'morrina' en Santillana del Mar, Cantabria.

Si sólo en la Cornisa Cantábrica las variantes del orbayo son casi tan numerosos como las propias gotas, cuando saltamos el charco y nos trasladamos a América Latina, la palabra se multiplica en variantes. En las costas del Pacífico, sobre todo en Perú y Ecuador, se habla de la 'garúa'.

Es más bien 'chischis' si nos fijamos en El Salvador y Honduras, así como se escucha hablar de 'chipichipi' si nos encontramos en México, Honduras o Guatemala. Ojo con Honduras, que en sus núcleos más rurales también echan mano de sus raíces indias para hablar de 'tapayagua', que provendría de la palabra náhuatl 'tlapaquiahui ', que significa “llover a menudo y sin cesar”. Todo ello es recogido por la RAE.

Siguiendo esa costumbre de repetir una sílaba casi igual, como ocurre con 'sirimiri' o 'chischis', en Venezuela emplean el término 'cerecere'. Y también siseando: 'Seresere'.

Si se escribe y dice 'cilampa' puede ser que estemos viendo llover muy suave en Costa Rica o de nuevo El Salvador, se supone que proveniente del quechua 'tzirapa', que significaría llovizna, según admite la Real Academia. 'Silampa' sería más bien en Nicaragua.

Lluvia fina en Lima (Perú), donde la denominan, garúa'.

En Colombia y Ecuador a veces se oye hablar de 'páramo' como otro sinónimo de este tipo de llovizna, y en la primera se puede emplear la palabra 'brisa' también con este significado, quizá no tanto por designar la lluvia en sí, sino por evocar la sensación atmosférica ligera y húmeda que la acompaña.

En definitiva, lo que para algunos es una simple llovizna, para otros es un orbayo, un txirimiri, una garúa o un calabobos si se trata de identificar a los osados que desconocen sus húmedos efectos. La diversidad de palabras refleja matices climáticos pero sobre todo culturales y etnogáficos, de modo que cada terrirorio bautiza a su propio modo a este original tipo de lluvia suave. Sólo esperemos que el cambio climático no convierta al orbayo en un lejano recuerdo y a este artículo en un viejo archivo histórico sobre algo, por desgracia, ya desaparecido.

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