¿Qué está pasando en Francia?
Y resulta que en las elecciones legislativas francesas, que no hay que confundir con las presidenciales porque su sistema político es muy distinto al nuestro, han ganado de calle los extremistas de Le Pen. Y la gente se echa las manos a la cabeza y culpa a la injerencia rusa, a los medios de comunicación, y a una radicalización de la sociedad procedente de estas dos malas influencias, pero evita la autocrítica como a un Mihura en un encierro.
¿Qué ha pasado? ¿Se han hecho los franceses fascistas de repente? ¿Se bajan de un ovni los votantes de la ultraderecha? ¿Un tipo que hace poco votaba a un partido moderado ha pasado a votar de repente a los amigos de Vichy porque ha tomado una pastilla del color equivocado?
Un poco de seriedad.
Como tengo la gracia (por el país, que es cojonudo) o la desgracia (por los putos peajes) de atravesar Francia varias veces al año, he tenido la ocasión también de ver unas cuantas cosas y de hablar con alguna gente.
La cuestión, parece ser, pasa por la negativa de los partidos tradicionales a debatir ciertas cuestiones que a la gente le preocupan.
Por ejemplo, si estás en contra de la inmigración descontrolada, eres un fascista. No hay más. Hablar mal de los inmigrantes te convierte en racista, xenófobo y filofascista, y ya de que lo eres, porque sí, pues votas a los que lo son. Esa es la clave que la izquierda no entiende: han gastado hasta tal punto la palabra 'ultraderechista' que la aplican a todas horas a los que no piensan como ellos. Y una vez que la gente se ha acostumbrado a recibir la etiqueta, se ha inmunizado a ella y deja de avergonzarse de votar a los partidos ultraderechistas que, visto lo visto, son los que los representan. Es como si a ti te llamasen piojoso a todas horas: acabarías votando al partido de los piojos, si no eres capaz de deshacerte de la etiqueta.
Y el caso es que el tema de la inmigración, en Francia, es un problema crucial en la vida de muchas personas, que lo perciben como causa de la bajada de los salarios, pérdida de identidad y aumento de la inseguridad.
Aquí tenemos una curiosa esquizofrenia con el asunto, porque si llenas Barcelona de colombianos lo consideran un ataque a su identidad, pero si la misma queja sucede en Madrid, es sólo racismo y xenofobia. Pero en Francia, donde las identidades regionales no existen o han sido laminadas por los jacobinos desde tiempos de la guillotina, lo que está en juego es la identidad de todos. O así lo perciben.
Y la gente se cabrea. Y se cabrea más cuando aumenta la delincuencia, protagonizada de forma desmedida por los foráneos. Y a la izquierda, lo más que se le ocurre es decir que delinquen porque son pobres, y no porque son moros, y seguramente tenga razón, pero la gente lo que entiende es que delinquen, y que preferiría que, pobres, moros, o las dos cosas, se fueran a tomar por el culo cuanto antes. Y entonces, la respuesta, una vez más, es que eso es de fascistas, y otro saco de votos a la saca de Le Pen.
Hay que entenderlo de una vez: a la gente le da igual por qué le han robado a su hijo el móvil. A la gente le da igual por qué le han reventado la ventanilla del coche o se lo han quemado cuando estaba aparcado en la calle. Esa gente lo que quiere es que no le roben a su hijo el teléfono y no le joroben a ellos el coche. Y la mayoría no son racistas: si los que crean la inseguridad en la calle fuesen los elfos silvanos, estarían contra los elfos silvanos. La prueba es que nadie se queja de que haya barrios chinos enteros, porque los chinos, como norma habitual, sólo se esclavizan y delinquen entre ellos, o eso es lo que la gente cree.
El problema de Francia, que ya vimos en Italia y veremos pronto en sitios tan inquietantes como Alemania, es que los partidos progresistas niegan el debate, lo resuelven con un insulto, y no están dispuestos a ofrecer soluciones a la gente.
El que no trague con mis manías es fascista, es nazi, es racista y es xenófobo. Y luego la gente vota a la ultraderecha y es culpa de los medios y de Putin. ¿Y por qué no del Sacamantecas y la bruja Lola?
No vendría mal un poco de cabeza y un poco de seriedad, antes de que sea tarde.