Cuestión de expectativas

Los gimnasios suelen ser los protagonistas de los buenos deseos de enero.

Llega enero y todos inauguramos libreta nueva, un espacio en blanco sobre el que garabatear los ambiciosos planes que conformarán nuestro yo del futuro más próximo. Evidentemente esa libreta sin estrenar no es más que una recurrente metáfora de los días que van después del exacto momento en que decidimos empezar de cero, justo cuando se produce esa pretendida catarsis que está irremisiblemente asociada al nuevo año y a sus flamantes nuevos días. Un tiempo aún inédito que, por supuesto, acogerá la mejor versión de nosotros mismos, aquella que únicamente pertenece al mundo de los deseos. 

Esta decisión de cambiar nuestras rutinas más improductivas o abandonar nuestros vicios más insalubres se repite cada año por estas fechas con voluntariosa e ingenua precisión. Un ambicioso plan que, ubicado como está en plenas Navidades, suele ir también precedido por una vorágine de excesos. Total, que más da, si el día uno ya voy a dejar todo lo malo para concentrarme en todo lo bueno. ¡Comamos pues con vocación suicida! ¡Bebamos como si no hubiera un mañana! ¡Despidamos a los placeres y pecados del mundo cómo se merecen! Los días que anticipan el gran cambio transpiran el aroma inequívoco y amargo de las grandes despedidas, de la gran broma final.

Aunque eso sí, una vez llegado el momento, tras la gran fiesta que despide el año viejo y ya expertos en lidiar con nuestra conciencia, nos afanamos en enarbolar la mentira de nuestro cambio personal con inusitado entusiasmo, inasequibles al desaliento y olvidando los frustrantes precedentes con pasmosa facilidad. Y nos dejamos invadir por un desubicado optimismo que sitúa el primer día del año como el primer día del resto de una vida mucho más centrada y prolija (dónde va a parar). Y nos da un subidón de determinación que es casi tan inherente al mes de enero como su frío o su celebre cuesta. 

Entre todos esos planes y deseos que procastinamos con vergüenza torera hasta el comienzo del nuevo año hay unos cuantos clásicos, proyectos que compartimos muchos de los que habitamos este pretendido mundo moderno: dejar de fumar, adelgazar, moderar la ingesta de alcohol, comenzar algún deporte, tener más paciencia con nuestros mayores y menores, escuchar más y mejor a nuestras parejas (o simplemente escuchar), visitar a ese amigo del que hace tiempo no sabemos casi nada, disfrutar más y protestar menos, aprender por fin (y aunque a esta edad ya sea un poco tarde) a decir que no, besar más y gruñir menos…

Lo que es impepinable es que, sea cual sea ese propósito, nuestra satisfacción o frustración serán directa o inversamente proporcionales a nuestras expectativas. Porque cómo dejo escrito el poeta griego Homero, y cómo nos repite cada mes de enero ese optimista vocacional y experto en entelequias que llevamos dentro: ¨La vida es en gran medida una cuestión de expectativas¨.

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