Ana Cristina Herreros, escritora: “Nuestra identidad se construye sobre la base de gente que ya no está”
Cuando a la madre de la escritora leonesa Ana Cristina Herreros le llegó su hora, hacía años que lo tenía todo planeado. Originaria de la comarca gallega de Valdeorras, había tirado de catálogo de la aseguradora Santa Lucía para seleccionar el ataúd. “Y recuerdo a mis tías decir lo bien que había elegido la mortaja”, cuenta Herreros, que ahora ha resucitado su libro publicado en 2011 Cuentos populares de la Madre Muerte para reformularlo en tiempo récord en vísperas de la festividad de Todos los Santos como Cuentos de la Madre Muerte. Y escribe en el prólogo que hasta hace no mucho un velatorio era una celebración de la que se apoderó el miedo al mismo ritmo que las sociedades cambiaban la tierra por el asfalto. “Hemos perdido el vínculo de tener en cuenta que nos alimentamos de cosas que arrancamos de la tierra”, ratifica en conversación telefónica tras constatar que su progenitora había preparado los detalles de su funeral de la misma manera que lo había hecho con su boda.
Cuentos de la Madre Muerte tiene su propio recorrido vital. Se trata de la segunda vida de Cuentos populares de la Madre Muerte, un libro que nació en 2011 en el seno de la Biblioteca de Cuentos Populares de la editorial Siruela. Surgida la colección con un criterio geográfico, Ana Cristina Herreros hizo ver la necesidad de adoptar en este caso un cariz temático sobre la base de varias premisas: que “muerte y vida no se oponen” y que la primera tenía un peso específico en la tradición oral. “Era un libro muy necesario”, señala quien por entonces era editora en Siruela. Ahora que el sello entendió que esta obra “ya había cumplido su ciclo”, su autora, ya al frente de Libros de las Malas Compañías, recuperó sus derechos y lo ha reeditado reformulando el título, introduciendo las ilustraciones del polaco Marcin Minor, versionando algunos cuentos y pasando de 44 a 40 el número de relatos al quitar cinco y añadir el titulado María de las Muertes también por una cuestión de cabalística (por los vínculos del 4 y del 40 con la muerte en culturas como la china). “El 44”, aclara la autora, “suponía morir definitivamente. Y el 40 dejaba un pie a la resurrección”.
La obra, que ya era en sí misma un recorrido geográfico al recoger y dar forma a cuentos tradicionales de un ámbito que abarca desde regiones españolas como Asturias, Galicia y Cataluña hasta Marruecos, México, Cuba o China, ha resucitado con esta reedición revisada, corregida e ilustrada. La autora, narradora y editora, que para esta obra ha explotado su condición añadida de investigadora cultural volcada en la tradición oral, ha acelerado el proceso para culminarlo apenas en tres semanas, cuenta el mismo martes de la semana de Todos los Santos en que recibe los primeros ejemplares en papel. “La idea era conectar con algo profundamente humano. Y algo profundamente humano es la muerte”, indica la autora para destacar que en la obra ha incluido un cuento israelí y otro árabe en la actual encrucijada sociopolítica en una decisión con moraleja: “Quiero mostrar que las diferencias nunca son culturales”.
La cultura es la que ha cambiado con el paso de sociedades rurales a urbanas. Antes se pisaba la tierra y ahora apenas se rueda por el asfalto. “No hace mucho tiempo, hombres y mujeres celebraban la muerte tanto como la vida”, escribe en el prólogo. Descendiente de una abuela y una madre que “guardaron silencio”, la primera como esposa de un “marido represaliado” y la segunda por la “vergüenza” de hablar en gallego en tiempos de monolingüismo, Ana Cristina Herreros alza la voz hasta construir una trayectoria literaria que, en sí misma, es un legado. “Los narradores traemos la voz de los que ya no están”, dice para sentenciar a continuación: “Nuestra identidad se construye sobre la base de gente que ya no está”.
Los ciclos de la vida exigen que haya muerte. Y deberíamos ser conscientes de que somos insignificantes
Consciente de que la muerte es uno de los grandes temas literarios que ha marcado obras de autores de renombre, Herreros considera la lectura de este libro apta para todas las edades. “Todos morimos cuando cambiamos de estado”, advierte para fijar “la primera experiencia” vital con la muerte cuando se caen los dientes, llega el Ratón Pérez y “se pasa de lactantes a niños”. “Los ciclos de la vida exigen que haya muerte. Y deberíamos ser conscientes de que somos insignificantes”, abunda para contraponer “ansiedades por procesos de culpa” que vincula al “narcisismo” imperante en la actualidad en países occidentales con el sentido de comunidad que observa en sociedades como las africanas, donde no es tan importante el yo como el nosotros y “no hay tantos casos de enfermedades mentales”.
Aunque se puede abordar “en cualquier momento”, la lectura de Cuentos de la Madre Muerte también le parece a su autora especialmente aconsejable para estas fechas señaladas, máxime ahora que “el consumo está invadiendo las vidas de manera atroz” hasta reducir a “la compra de un disfraz” una celebración tradicionalmente vinculada a otras costumbres tan significativas en lo simbólico como comer huesos de santo. El recorrido por las páginas de la obra dejará en la inmensa mayoría de los personajes una búsqueda de la inmortalidad hasta incluso lograrla en el cuento de origen valenciano titulado El peral de la tía Miseria. Puestos a buscar una raigambre leonesa, Herreros encuentra lazos con el relato asturiano El Güercu, en el que el protagonista cambia su imagen y su vestimenta burlar a la parca. Y a la hora de quedarse con uno, la escritora lo hace con el de origen inuit La mujer esqueleto, hasta recitar su última frase: “Y aquel hombre y aquella mujer, que había aprendido a amar no a quien te sumerge en un mar helado sino a quien te cuida, volvieron a acostarse, piel con piel, carne contra carne, sobre la piel de caribú”.
“La muerte nos iguala a todos. Lo único democrático que había en las sociedades medievales era la muerte”, reflexiona finalmente Ana Cristina Herreros, que ha trufado este libro de cuentos con versos como los del poeta uruguayo Mario Benedetti (“La muerte no existe, / la gente solo muere cuando la olvidan, / si puedes recordarme, / siempre estaré contigo) o muestras de sabiduría popular como la sentencia oída a un anciano en un bar: ”Yo no pienso morirme mientras viva“.