La borrasca Óscar que despejó los malos augurios para una campaña de incendios forestales mejor de lo previsto en León
De temer la peor campaña de incendios forestales de los últimos años a salir airosa con poco más de un centenar de fuegos y de 700 hectáreas afectadas, el 10% de las 7.000 quemadas en la anterior. La provincia de León ha oscilado en cinco meses de un lúgubre augurio a uno de sus mejores resultados. ¿Por qué? Hay quien incluso le pone nombre a la causa.
“Se llama Óscar”, responde el doctor en la materia por la Universidad de León (ULE) Raúl Quílez al aludir a la borrasca que cambió el panorama a principios de junio: acabó con la sequía de primavera e hidrató la vegetación hasta hacerla más resistente a las llamas. A las precipitaciones caídas entonces podría sumarse otro factor más intangible: un efecto de precaución añadida que suele notarse en positivo en los veranos inmediatamente posteriores a funestos como el de 2022 todavía con el humo en la Sierra de la Culebra (Zamora) en la retina.
Faltaban apenas unas horas para que la borrasca Óscar llegara a España cuando la Junta de Castilla y León decretó una ampliación de la declaración de peligro alto de incendios forestales en toda la Comunidad, que se extiende durante un mes más de lo habitual hasta comprender del 12 de junio al 12 de octubre. “Y eso fue un punto positivo”, señala el coordinador del Máster Fuego en la Universidad de León, Fernando Castedo, tras reconocer que las lluvias caídas a finales de la primavera “en buena medida han salvado la campaña” de incendios de 2023 sobre la que pesaba la espada de Damocles de un cambio climático que había convertido el monte en un polvorín por la escasez de precipitaciones de los primeros meses del año.
“El inicio del año pintaba realmente mal”, admite el meteorólogo Miguel Iglesias, del departamento de I+D+i (Investigación, Desarrollo e innovación) de Vexiza, una empresa que desarrolla soluciones frente a incendios forestales desde León. “Las lluvias de junio vinieron muy bien”, cuenta para abundar en otros factores que jugaron a favor en un contexto a partir de entones de clima caluroso pero “estable” sin las tormentas secas que desataron la catástrofe en Zamora en 2022 y con poco viento, uno de “los principales ingredientes que dificulta la extinción”. El mismo paradigma, tras las precipitaciones caídas en semanas pasadas, debería hacer neutralizar el efecto de posibles incendios asociados al 'veranillo de San Miguel' con la alerta operativa hasta el 12 de octubre.
La inestabilidad de junio duró casi un mes cuando antes apenas era una o dos semanas. Ahora habrá que ver qué patrones se instauran en un futuro. Pero van a tender a durar más en el tiempo
“Todos estábamos muy preocupados por la falta de precipitaciones en primavera. Y en mayo se preveía la peor campaña de incendios de la historia”, coincide Raúl Quílez también desde su experiencia en Tecnosylva, empresa que desarrolla desde León aplicaciones tecnológicas frente a los fuegos con presencia en distintos puntos de España y hasta en puntos del extranjero como California en Estados Unidos. Tras el paso de Óscar y la caída de más lluvias, se pasó “de terreno seco a húmedo o extremadamente húmedo”. “Eso hidrató mucho la vegetación. Y así el fuego no se ha propagado como lo hizo en Zamora en 2022”, abunda.
Las precipitaciones cambiaron la faz de los montes, amenazados por un cambio climático que pilla a la península ibérica en una “zona de transición” entre latitudes. “Y será donde más se van a notar esos cambios”, apunta el meteorólogo Miguel Iglesias al hacer ver que, en este contexto, los fenómenos “se alargan más de lo normal”. “La inestabilidad de junio duró casi un mes cuando antes apenas era una o dos semanas. Ahora habrá que ver qué patrones se instauran en un futuro. Pero van a tender a durar más en el tiempo”, avisa. Y eso tendrá consecuencias en las campañas de incendios forestales.
Entre la prevención y la extinción
El cambio climático viene a sumarse a un conjunto de factores en los que hasta la fecha primaban la prevención y la propia extinción. “Nuestros dispositivos de extinción son de los mejores del mundo. En general, apagamos muy bien y muy rápido los incendios. Ahora bien, no se puede morir de éxito ni creer que el problema está solucionado”, sostiene el coordinador del Máster Fuego. Con 30 años de experiencia en primera línea de fuego, Raúl Quílez ve más margen de mejora. “Necesitamos modernizarnos en las capacidades de análisis de comportamiento del fuego”, considera incluso al ponerse en determinados casos en la tesitura de “saber qué terreno se puede sacrificar” en aras de una mayor efectividad.
En una campaña con hasta 34 jornadas sin incidencias y en la que muchos focos declarados se han quedado en conatos por afectar a menos de una hectárea, este doctor en Incendios Forestales apunta que eso a veces depende de “una rápida intervención” o de que “no haya simultaneidad”. Y recela de sobredimensionar la importancia del dato de hectáreas quemadas: “Si hay una zona que no se quema nunca, pero está muy seca, de prender puede acabar registrando el incendio más grande”.
Quílez también ve “mucho margen de mejora” en prevención, una materia que insta por adaptar a las nuevas circunstancias derivadas del cambio climático con la sugerencia de actualizar los cortafuegos tradicionales para adecuarlos a las necesidades actuales. “Todo el dinero invertido en prevención es dinero bien invertido”, afirma Fernando Castedo para remarcar la importancia de acometer en otras fechas del año tratamientos selvícolas y así poder “romper la continuidad del combustible”. La sabiduría popular dice que los incendios forestales se apagan en invierno.
Un pasto, un viñedo, un olivar, un bancal de patatas o tener un camino con disposición de agua son oportunidades para la extinción. Un mosaico de actividades humanas intercalado pone trabas al fuego y es una ayuda a las operaciones de extinción
La prevención, aplicada en este caso a la propia población, podría también contribuir a explicar la escasez de fuegos de este verano en comparación con campañas anteriores. Así lo sugieren tanto Fernando Castedo como Raúl Quílez al aludir a un factor “social” de respuesta ante episodios tan duros como los grandes incendios de 2022. “Hay un efecto de concienciación que no se puede demostrar ni resulta fácil determinar sus efectos”, indica el primero sin dejar de hacer una constatación: “El número de incendios intencionados o negligentes está bajando”. El segundo lo expresa con otras palabras: “Hay un efecto de sensibilización con el problema. La memoria de lo último vivido cuenta”.
Al caldo de cultivo que dispara el riesgo de incendios forestales con el cambio climático se suma finalmente el ingrediente del éxodo rural. La despoblación resulta terreno abonado para el abandono del monte. “Y si no hay presencia humana, nos ponemos en contextos más inflamables”, advierte Quílez al ilustrar la importancia de generar “discontinuidad” en el territorio: “Y un pasto, un viñedo, un olivar, un bancal de patatas o tener un camino con disposición de agua son oportunidades para la extinción. Un mosaico de actividades humanas intercalado pone trabas al fuego y es una ayuda a las operaciones de extinción”.
“El hombre es el principal causante de los incendios, pero a la vez es el único que puede combatirlos”, aporta el coordinador del Máster Fuego en la ULE al citar tanto labores preventivas como la propia alerta o denuncia a los pirómanos. Ante la pregunta sobre si subsiste una 'cultura del fuego' a veces aludida como factor explicativo de la abundancia de incendios en determinadas zonas, Castedo responde: “Había sitios donde se decía que los niños nacían con mechero debajo del brazo. Pero esa gente se está muriendo y no queda nadie detrás”. Y ahí la despoblación vuelve a sembrar de alarmas los montes.
Había sitios donde se decía que los niños nacían con mechero debajo del brazo. Pero esa gente se está muriendo y no queda nadie detrás. Y el hombre es el principal causante de los incendios, pero a la vez es el único que puede combatirlos
Más dudas genera otra recurrente apelación, en este caso a “los intereses” en quemar el monte. Fernando Castedo dice que el origen humano de un fuego se limita a una disyuntiva: “O hacer daño o lograr un beneficio”. Cuestionando como explicación la de “recalificar suelo”, sí insta a conciliar “intereses” entre las administraciones y actores implicados en el medio rural. “Hay que avanzar en esa conciliación”, coincide Raúl Quílez tras coger “con pinzas” esas alusiones habituales en asociar a determinados intereses los incendios intencionados.
Con la declaración de peligro alto prorrogada hasta el 12 de octubre, los expertos instan todavía a mantener la “precaución”, máxime en un contexto en el que los incendios forestales se están “desestacionalizando”, reconoce Fernando Castedo para admitir que los de invierno “no son tan raros para León” al estar “asociados a regeneración de pastos”, pero sí lo son los de primavera como el de la Tebaida berciana de 2017. Ahora, en un otoño que ha comenzado en León con la población todavía en mangas de camisa, todavía habrá que permanecer alerta.