Premios
El premio es la recompensa que se recibe por algún mérito o logro. Los que nos hemos educado bajo los preceptos de la moral católica, hemos asimilado totalmente la idea de correspondencia entre mal acto y castigo o buen acto y premio. Para muchos es también un poderoso incentivo, la ansiada meta final de casi cualquier proyecto. Y da igual que hablemos de un título deportivo o del aprobado en un examen, de los aplausos en un teatro o del azucarillo que degusta un caballo después de la carrera, de ese viaje que añoramos hacer desde hace años o del estallido de su risa ante nuestras tonterías, del descanso reconfortante que llega después del trabajo bien hecho o de la cerveza que este cronista se va a tomar cuando acabe su artículo…
Lo que es impepinable es que marcará el punto final de cualquiera de esos retos, sean personales o colectivos, diminutos o gigantescos, absurdos o coherentes, nobles o malvados. El premio sabe a epílogo y siempre deja una extraña sensación de vacío tras él. Como dice Elizabeth Taylor en una de las semblanzas que aparecen en el estupendo libro de Truman Capote, Retratos: “Cuando encuentras lo que siempre has deseado, eso no es el principio de un comienzo, es el principio del fin”.
La colosal diferencia entre el premio de la lotería y todas esas trabajadas gratificaciones es que en el sorteo de Navidad el éxito final no depende de nosotros, es la suerte en estado puro la que determina que acabemos la mañana siendo millonarios o no. Uno no tiene nada que hacer, no hay cábalas posibles ni numerología capaz de adivinar cuál será el boleto ganador. No hay tampoco estadística que pueda encerrar alguna clave, alguna tendencia sobre las infinitas posibilidades de que gane este u otro número. Y cuando la ciencia falla solo nos queda la fe, rezar a nuestra Diosa Fortuna particular o volver a pensar, como cuando éramos niños, que deseando algo con todas nuestras fuerzas ese milagro se producirá. Poco importa que la vida adulta ya nos haya enseñado unas cuantas lecciones de cinismo, esa mañana de diciembre volveremos a soñar con ese premio que cambie nuestra vida, que solucione nuestros problemas y los de nuestra familia o que, por lo menos y como escuchamos decir todos los años en esas conexiones con las administraciones de lotería que han dado el premio, esté muy repartido entre los vecinos y nos ayude a tapar esos agujeros económicos que tenemos todos.
Para terminar, un dato: el Gordo de la Lotería de Navidad ha caído en la provincia de León en siete ocasiones. Una vez en La Robla (2012) y otra en Columbrianos (2022), dos en la capital (1998 y 2018) y nada más y nada menos que tres veces en Boñar (1988, 2014 y 2020), lugar en el que un servidor gasta sus días y villa acostumbrada a perder demasiados trenes en las últimas décadas que celebra cualquier pequeña alegría con infinito entusiasmo. Cualquiera diría que nuestro cupo de suerte ya está completo. Aunque, ¿quién sabe?, como no hay matemática posible que acierte el premio ganador seguiremos cruzando los dedos. Soñar sigue siendo gratis.