HUMOR GRÁFICO Los accidentes del verbo

Toda la casa era un desagüe

En los sesenta del siglo pasado el etólogo norteamericano Lucyan David Mech acuñó el término alfa para nombrar al ejemplar dominante en una manada de lobos, especie en la que es experto (iba a escribir era, pero todavía vive, tiene ochenta y seis años el hombre). El (o los) alfa de la manada puede (o pueden) ser perfectamente una pareja o una hembra solo, como ocurre en muchos casos. Los lobos son animales enormemente cooperativos, sociales y, ejem, nada sexistas, me siento ridículo teniendo que explicarlo (otro día cuento cómo matar un ejemplar puede convertir al grupo en un disfuncional peligro, señor Quiñones). Así que lo de macho alfa para denominar al chulo de urbanización que queramos alabar o denostar es una contrastable bobada psicólogo/etimológica. No existe tal cosa. Otro artefacto verbal importado de los USA e igual de vistoso y tontorrón es el de la corrección política. Irónico término que la muy ácida Nueva Izquierda y el feminismo californiano universitario de los setenta usaban contra sí mismos (!) y su manía de cogerse la picha (o el tampón) con papel de fumar. Eran tiempos de muy necesarios cuestionamientos radicales, también en el lenguaje y no (se) dejaban pasar ni una. Entendido aquí asimismo por la bragueta, uno debe echarse a temblar cuando alguien advierte que va a soltar algo políticamente incorrecto: de forma invariable va a eructar un maximalista disparate no incorrecto, sino directamente grosero, ignorante y faltón contra algún colectivo minoritario. Tenemos los estándares tan bajos que llamamos en el mejor de los casos corrección política a la educación básica (confundiendo quizá politics con politeness) o elemental: no decirle (por ejemplo) subnormal a una criatura con un trastorno genético causado por una copia extra del cromosoma 21. Corrección y política nos hacen muchísima falta. La tercera y última proposición mal usada, con la que termino y que me resulta igual de irritante que las dos anteriores, me sirve de faro y guía en las espesas natas del periodismo malo: la España vaciada. Pelotillera y llorona expresión que infiere tanto una repletez nunca habida como un evacuador externo, maligno pero abstracto, del territorio exculpándonos de nuestra autoprovocada desdicha. ¿España vacía, según el afortunado hallazgo de Sergio del Molino y su atolondrado y divertidísimo libro? Sin duda. Incluso vacua. O espectral. ¿Pero.... vaciada? ¿Por quién? Acepto vaciante. Eso sí. Con centrifugadora violencia y furiosa cólera.

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