Memorias de la Montaña: el tabernero (I)
Casa Blas abría sus puertas en 1944, apenas un año antes de que naciera en ese mismo local (de casta le viene al galgo) nuestro protagonista, ese al que sus amigos y compañeros de profesión llaman, cariñosamente y dando rienda suelta a esa retranca tan inherente al carácter montañés, ‘el tabernero’. Él asegura que pasó en esa casa de comidas toda una vida, desde que nació hasta su jubilación con 65 años.
Fue a la escuela hasta los 16 años, edad en la que ya empezaría a trabajar en el bar. De esos primeros años recuerda con especial cariño a don Justo. Todo lo que sé, se lo debo a él, asegura. Fue su mentor, el mismo que enseguida se percató de que tenía cabeza para estudiar y habló con su padre para que le mandará a dar clases con él. En realidad cualquiera que le conozca un poco sabe perfectamente que este entrañable tipo de voz socarrona y humor fino, vivaz y curioso como un niño, siempre ha sido más listo que un ajo. Es autor de algunas de las mejores replicas orales que uno puede recordar, bandeja en mano y sonrisa burlona en rostro siempre tenía una respuesta ingeniosa ante cualquier lance verbal soltado por los no menos graciosos parroquianos. Este siempre ha sido un pueblo de artistas, suele aseverar entre risas al terminar de explayarse con alguna de sus anécdotas.
El caso es que don Justo empezó a darle lecciones en Boñar durante casi todo el bachillerato de entonces, y él iba luego a rendirlas al Instituto Padre Isla de León. Cogía el tren y se plantaba ante el tribunal un par de veces al año, en junio primero y lo suspendido en septiembre, casi siempre francés y religión. La religión porque posiblemente siempre estuvo más interesado en asuntos terrenales que en sermones celestiales. Y el francés porque no había manera de estudiarlo en el pueblo, hasta que ya en tercero empezó a ir con la primera bicicleta que le había regalado su padre y acompañado por su amigo Lorenzo a Palazuelo, a recibir clases de don Pedro, un profesor que tenia ciertas nociones del idioma por haber vivido un tiempo en Francia y gracias al cual pudieron sacar adelante la escurridiza asignatura. Después llegarían cuarto de bachillerato y una reválida que también aprobaría, ya viviendo en León y asistiendo a clases presenciales en el instituto.
En esos años los únicos estudios universitarios que había en León eran Veterinaria, la Escuela de Comercio y La Normal, donde preparaban para ser maestro. Aunque para él llegaba el momento de comenzar una nueva historia alejada de los libros, quizás en la escuela más importante y llena de sabiduría de la vida, la que muestra la vasta condición humana desfilando ante tus ojos cada día. Lo que se llega a aprender observando y escuchando detrás de la barra de un bar no se enseña en ninguna universidad. Empezó a trabajar con su padre y su tío en la taberna, era joven y salía de casa los domingos con 100 pesetas en el bolsillo para ir a la fiesta, no había estudios que pudieran competir con eso. Se iniciaba una nueva época para él y otras muchas historias para nosotros, las que cuentan la vida de entonces en los pueblos y las peripecias de los paisanos que los poblaban, las mismas que nuestro amigo el tabernero vivió en primera persona en Casa Blas y aún guarda en su prodigiosa memoria.
👉 Continúa en la entrega II: el tren