El mal de muchos

España en dificultades según una inteligencia artificial.

Una vez escuché la historia de un tío que se ponía muy contento cada vez que se miraba al espejo y se encontraba más arrugas, más canas, o unas ojeras más profundas. No sentía ningún afán de autodestrucción: simplemente tenía un hermano gemelo al que detestaba y disfrutaba pensando en el proceso, igual al suyo, por el que el otro estaría pasando.

Así me parece a mí que empiezan a funcionar algunas cosas en la política española: algunos se ven muy jodidos, pero como piensan que su deterioro hace daño también a otros, y justamente a otros que detestan, dan por bueno su calvario.

Por eso vamos orillando los verdaderos problemas y nos centramos en maquillajes, en alquimias, en conjuros de nigromante que sólo sirven para que la parroquia aplauda, a ver si entre tanto escampa porque sí, o se nubla de tal modo que nadie pueda echar la culpa del desastre a esta generación de voluntaristas convencidos de que las cosas se arreglan con sólo desearlo.

Decía Torrente Ballester, en una de esas perlas que se encuentran en el patatal de sus libros, que lo que los pobres necesitan es alguien que los saque de la miseria, pero los deje seguir odiándose. Por eso no les valen ni Cristo ni Freud.

¿Quién nos valdrá a nosotros cuando el gemelo se muera de una vez y en el espejo sólo veamos nuestro propio abandono? A lo mejor entonces llega la hora de reconocer que no, que la culpa no era siempre de otro, ni de la sociedad, ni del vecino, ni de un extraño constructo siempre dispuesto a oprimirnos.

Quizás, demasiado tarde, se nos pase por la cabeza que, algunas de las mierdas que nos pasan, las hemos labrado a pulso.

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