Sed de Navidad

Luces de Navidad en la Catedral de León.

Cada año ponen antes las luces, cada año ponen ante los puestecillos y cada año empiezan antes con esa matraca asesina y perforadora de meninges de la musiquita forrajera. Y si lo hacen, es porque les funciona. O porque creen que les funciona. O porque les funciona o creen que les funciona para un segmento de población afín o vulnerable a esas cosas, que a lo mejor es lo que hay que estudiar.

Lo venía sospechando a medida que se hablaba de las iniciativas de otras ciudades, y aquí tampoco hubo remedio: a veintitantos de noviembre empezaron ya a instalar por todas partes símbolos zombies, representaciones de un Dios en el que no se cree, de una nieve que no cae, de un acebo que no existe en ninguna parte, de renos que jamás han vivido en esta tierra, y de unas estrellitas que en la ciudad no se ven ni de broma, por la contaminación lumínica o de la otra. Seguro que lo intentaron, pero ya no podían esperar más. No podía pasar de finales de noviembre.

Y el caso es que la cosa tampoco da para muchas alharacas. Es todo un disfraz de no sé qué, ideado para que la gente compre más, o compre antes, o agote su presupuesto en este lado de la calle antes de poder cruzar la acera. Es algo por estilo, porque si no, sería difícil comprender qué se gana poniendo todo este decorado en noviembre, cuando falta mes y pico para las fechas que realmente se celebran.

La idea, parece, es anticiparse. Porque si otras ciudades lo ponen antes, los visitantes se irán allí, ávidos de iluminación y pamplinas. Y si otra calle lo pone antes que la tuya, los compradores se irán allí con la tarjeta de crédito entre los dientes, a comprar lo que sea. O se irán a un centro comercial con bolas más gordas. O a un estanco con más acebo falso.

O a lo mejor lo que hay es sed de Navidad, porque estamos tan aburridos que tenemos que empezar a disfrutar a pedacitos las cosas que nos hacen un poco de ilusión, para alargar el tema, para prolongar el infantilismo impostado de una orgía de consumo y una fiesta de dos días, cuando en realidad sabemos que somos pobres y nos va a costar permitírselo.

Hay muchas maneras de enfocarlo, pero de veras que no encuentro ninguna sana, ninguna adulta, que permita justificar por qué la decoración de Navidad se pone a finales denNoviembre. Ninguna que no pase por intentar engañar a la gente. Ninguna que no recorra el camino del fraude, la manipulación y el desaliento.

Viejo que me hago, supongo.

Etiquetas
stats