Los interrogatorios de Mazón
Venga, no nos engañemos: a todos nos parece muy divertido, muertos aparte, que el presidente de Valencia se pasara la tarde con una chica guapa el día de la dana. Y todos, por supuesto, pensamos que se la estaba follando. Porque oye, ¿para qué otra cosa sirve una rubia maciza? ¿De qué podrían estar hablando?
¿A que esa es la idea que más se ha escuchado durante las últimas semanas? ¿A que no me desvío gran cosa del clamor popular?
Na, joer, si fuera un tío, estaría conspirando con él, intercambiando sobres, pactando crímenes, ajustando contratos para corromper las licitaciones o enchufar a los amigos y afiliados del partido. Pero como es una rubia de buen ver, pues estaban follando. Y le pedimos, entre guiño y guiño, los tickets del garaje y las horas del Ventorro, para demostrar que estaban follando, digan lo que digan, y echarnos unas risas.
Podemos pintarlo de malva o vestir la mona de seda, pero gran parte de este circo va de eso: el presidente se beneficiaba a una rubia guapa mientras la gente moría en la dana. Un mensaje mucho más potente que “el presidente conspiraba con un periodista mientras la gente moría en la dana”. Y de lo que se trata, lo sabemos, es de que el relato quede grueso, crudo y salado. No hay mucha diferencia entre el periodismo político y el asador de leña.
La cuestión es que todo esto es un tema machista y puritano que se basa en la potencia narrativa del sexo, del sexo ilegítimo y escondido, entre un poderoso y una periodista. Da igual si es real, si traficaban con drogas, si vendían órganos de niños o se intercambiaban los planos de un arma nuclear. Lo que mola, lo que pone y lo que vende, es que estuviesen follando.
Y mira tú por dónde que aquí las feministas no están dando la cara por la pobre Villaplana. Y mira que aquí las feministas la consideran puta de oficio, o de beneficio, o de vocación, porque lo que importa es que estaba con un político mientras llovía fuera, y lo que es peor, no con un político de los suyos mientras le llovía claramente dentro, como sucedió con Monedero o Errejón.
Todo lleva al final a hablar de si allí se follaba o no: y se acusa a la mujer. Se la acusa a ella, y a ella se le pregunta dónde estaba y con quién, cuando es cosa que no le importa a nadie. ¿O acaso esta mujer tiene alguna responsabilidad o alguna obligación de declarar con quién estaba?
Estaba con quién le salió de coño, porque podía.
Pero no va de eso. Esto es la caza salvaje. Altamira en tres dimensiones.
Ningún fluido corporal está a salvo.