En España se puede tener razón o no tenerla, pero siempre contra alguien; tener razón no constituye ningún recreo ni proporciona ninguna recompensa. Tener razón es una lata. Yo, con lo que publico (en la vida diaria, no: no doy ni una), tengo razón todo el rato, lo que resulta a la vez agotador y estéril. Saber lo que va a pasar no sirve de nada. Tampoco es muy difícil estando familiarizado con los personajes que van a hacer. Conocer el futuro es una maldición ya que, al igual que el pasado, es inalterable. La historia de Casandra lo tiene y explica todo. Hija de los reyes (y dueños) de Troya, sacerdotisa y oráculo del templo de Apolo, dotada de superpoderes desde pequeñita (ver el porvenir y, según otras fuentes, incluso hablar con los animales) enamoró al propio dios, al que rechazó. Cosa curiosa de cojones: ¿¡qué proporción buscaría la moza!? Apolo, furioso por tal desprecio, envenenó su visión profética e infalible escupiendo en su boca, elocuentísima manera de segregar una maldición. Seguiría viendo el futuro, pero nadie la creería. En efecto: advirtió a sus compatriotas de que no aceptaran extraños regalos como caballos gigantes de madera llenos de aqueos, pero siguieron votando a tarugos de derech... Estooo... A ver, que me pierdo. Todos conocemos la leyenda: metieron al troyano (que no era) dentro de las murallas, etc. Bueno, al final, secuestrada por Ayax (el pequeño) y enviada como concubina para Agamenón, pereció con este asesinada por su mujer (la mujer de Agamenón, Clitemnestra) y su amante (el amante de Clitemnestra, ojo). No me explico cómo no se lo olió. En total: que yo me identifico con Casandra, no por su atractivo físico y carácter indomable y desdeñoso (quizá un poco), sino en su melancólico destino de no ser creída aunque lo que diga sea, no ya mágico, sino perfectamente razonable. Así que aquí seguimos, barcas contra la corriente, que decía Fitzgerald, mientras Troya cae una y otra vez y Casandra cruza la Historia y toda historia, muerta, silenciosa y resignada. Oh. Ah. 

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