Un hombre ordenado
La definición de paranoia de Emil Wilhelm Georg Magnus Kraepelin –un contemporáneo de Freud al que llaman fundador de la psiquiatría moderna, título tan populoso como el de quinto Beatle– es literatura, poesía. Léase despacio. Contiene términos deliciosos. Ahí vamos: Paranoia: delirio crónico caracterizado por el desarrollo lento e insidioso de un sistema delirante duradero e inamovible y por la conservación absoluta de la lucidez y el orden del pensamiento, de la voluntad y de la acción. No sé qué parte me gusta más o me da más miedo. Bueno, sí lo sé: que lo falso constituya un sistema y que lenta e insidiosamente se acompase con la voluntad y la lucidez. Eso es terrible. Igual que el concepto de paranoico perseguido. Todos empezamos a serlo. Compárese esta elegante patología con el horroroso conspiranoia segregado por un capagrillos llamado Enrique de Vicente –que creo que sigue por ahí– en los ochenta. Se acabó lo lento y lo insidioso y, por tanto, la paranoia deja de ser una enfermedad para convertirse en clarividencia y sensatez. El delirio nos atropella. No creo en las verdades –ni en las terapias– alternativas ni me parece que sean complementarias. El complemento de la verdad no es la mentira. La alternativa a la medicina es el dolor y la muerte. Sí me parezco, en modelo de rarito, friki, pitagorín, nerd o como quieran llamarlo –antes público de fenómenos paranormales por curiosidad humorística–, al Moss de la serie IT Crowd que, cuando se producían en la oficina dos incendios a la vez lo primero que le preocupaba era su disposición y ponerlos cerca uno de otro. Luego –una vez juntos– escribía un correo electrónico a los bomberos. Fuego, mecanografiaba. Con admiraciones. Pues eso. Las mentiras, apretadas y en su sitio. Ya no tienen gracia y resulta tranquilizador que toda la desinformación hecha de bulos, paparruchas, embustes, mixtificaciones y trolas sea inventada, proferida, cometida y reproducida por personas malas y descorazonador ver a un individuo normal o incluso bondadoso consolarse –o delirarse lenta e insidiosamente– con programas de Jiménez del Oso, como si no hubiéramos tenido bastante con la religión y sus milagros. El que nuevas patrañas tipo psicofonías y ovnis y chemtrails y mierdas de estas se asocien –¡por fin!– con la ultraderecha y que sean los reaccionarios anticiencia los que publicitan tales productos me parece lógico y hasta sano. Cómodo. Se pueden ignorar –ya que refutar o limpiar sería ocioso– de golpe. Engaños y artificios, juntos. Aislados. En un solo sitio. Con sus vendedores. Bien. Soy un hombre ordenado.