Escribir sobre humor no es divertido. Ni resulta gracioso leerlo. Lo sé. He intentado ambas cosas. Hasta el gran Jardiel Poncela naufragó con su roma comparación: tratar de definirlo es como pretender pinchar una mariposa con un poste de telégrafos. Para mí el humor constituye un acto eléctrico de alivio de tensiones similar al funcionamiento de algún esfínter –tenemos varios– o un interruptor de secuencia con forma: Esto me confunde y aterra, no lo entiendo / Ah, ahora lo comprendo y no resulta una agresión o una amenaza / Ja, ja, ja, ja. Así de sencillo. Desde un bonobo que se cae del árbol y los demás monos se descojonan hasta una elaborada ironía de Borges. Tanto el mecanismo como la propia historia de la comedia, mucho me temo, va ligada íntimamente a la de la tragedia y la muerte: habitual e involuntariamente también a la de los graciosos que han pagado el pato más veces de las necesarias por defender no ya el humor, sino la verdad. Una historia conocida: la del payaso Yu Sze. Hace cuatro mil años en la antigua China, un comediante llamado Yu Sze servía en la corte del emperador Qin Shi Huang, que inició la construcción de un muro –igual les suena– en la frontera norte. A Yu Sze se le otorgaría un privilegio que le será reconocido al bufón desde entonces: el poder burlarse del rey, hacerle sugerencias e influir de alguna manera en sus decisiones. Esta singular autoridad vicaria no era, me temo, absoluta y debía ser ejercida con gran tacto y cautela, pues sobrepasándose o equivocándose nuestro chistoso personaje podía pagar con su propia sangre. Es sabido que el sacrificio de vidas humanas no importó demasiado en la construcción de la Gran Muralla. De hecho ya habían muerto levantándola dos millones de personas. El emperador Qin Shi Huang, no contento con esto, tuvo la idea de... lacarla (!), con lo cual el pueblo se estremeció; pero solo el bufón se atrevió a sugerirle –y convencerle de–, medio en broma medio en serio que no lo hiciera por… motivos. Me encantaría saber qué chuflas le contó. Debían ser fenomenales. Yu Sze –junto con otros cientos de miles de potenciales pintores– salvó el cuello, pero otros, como digo, no tuvieron tanta suerte. Un día cuento lo de las atelanas y lo de Tersites y lo de Calígula y lo de Filemón y Estúpido y lo de Bucco y Manducus y tal. ¿A cuento de qué viene esto? Pues al asteroide 2024 YR4 que nos va a aniquilar. Juá. Bueno. Tiene un 1,2% de probabilidad de chocar con la Tierra y probablemente un porcentaje aún más pequeño de hacerlo contra León. ¿Ven? A esto me refería. ¿Hay algo más peligroso que este pedrusco, con entre cuarenta y cien metros de diámetro, de impacto previsto para el 22 de diciembre de 2032? Pues sí. Columnas como esta con chascarrillos de dinosaurios –es célebre la gracia de que estos votaron A FAVOR del meteorito–. Estoy esperando que algunos personajes nos hablen de las bondades del cuerpo YR4 –si Coocoowork Orange o Mellon Karen y Google no lo quieren rebautizar de alguna otra manera– y nieguen directamente su presencia o realidad. Vivimos una nueva e imbécil época con asimismo nuevos actores que no descartan ningún escenario. Malos tiempos, como todos, para la comedia.