La magnitud de la catástrofe
1) La semana pasada una pareja de ingleses acerca de los que ignoro más datos se mató al salirse su vehículo de un puente en una carretera cerca de Boca de Huérgano. La marca del vehículo era Ferrari. He visto la noticia redactada de muchas maneras. A veces escribían la nacionalidad de la pareja o si lo eran, el tramo concreto… pero en TODOS los titulares salía la marca del coche. Me pregunto si ocuparía tanto espacio o si mencionarían tal cosa si hubiera sido un Opel, un Dacia o un Simca. Igual eran dos jubiletas que habían juntado la pensión para comprarse de segunda mano el deportivo de sus sueños. Supongo que se explicará en el cuerpo de la noticia. Pero según lo titulan en efecto parecen dos maniáticos millonarios que, yendo a toda velocidad por nuestros idílicos paisajes llenos de cambios de rasante, recibieron su merecido. 2) Cuando dan fútbol de verdad, del caro, del de pago… capan sitios. Es decir, no dejan acceder a la gente a páginas perfectamente legales por si tal morralla contempla el fútbol piratamente, lo que llevaría a Federación, jugadores y presidentes de clubes a la ruina. Me di cuenta de esto tratando de ver una página de transcripciones de… bueno, da igual. Una puta página normal y corriente. Pregunté cómo se podía acceder a los sitios a pesar del capamiento y me dijeron que usando una VPN (Virtual Private Network): es decir, una red simulada que establece una conexión digital entre ordenador y servidor encriptando tus datos, enmascarando tu IP y evitando bloqueos. Tunelar es el verbo. Funciona. Lo gracioso es que cuando quise ver el fútbol pagando me decía que no se podía acceder al servicio. Me había olvidado de la VPN. Ojo. Cuidao. La quité y ya pude contemplar –abonando– cómo palmaban –injustamente– mis escuadras favoritas. 3) Leo el caso de un fulano: le llega notificación de que una IA –instalada en su dispositivo sin permiso– le ha escrito un mensaje y a continuación la AI afirma que Él –el usuario involuntario, se podría llamar– ha escrito un mensaje pidiendo ayuda para buscar trabajo y que la inteligencia artificial le va a ayudar. Este bucle de invención y disparate ya ocurre en Twitter, donde los bots se inventan conversaciones suplantando al usuario para generar una necesidad –o una opinión– falsa a un cliente que no existe. El UI –Usuario Involuntario, recuerden–, con mucha gracia equiparaba el caso al señor aquel que daba caramelos con drogas en la puerta del colegio… para crear la adicción. Qué risa. A mí me parece más bien el señor de las drogas, pero que en vez de drogas te dice que son caramelos y que no son caramelos tampoco y no te da nada –más que ganas de mandar a la mierda al señor–. Bien, ¿qué conclusión extraemos de estos tres casos que he numerado –del uno al tres– porque el editor digital no me deja poner puntos y aparte? Bueno, sí me deja, pero aprovecha para meter anuncios entre párrafo y párrafo y no quiero yo. Que eso, la conclusión. Voy: inferimos cosas. Las suponemos. Maliciamos. Rellenamos huecos. O, lo que es peor, eliminamos información cierta o real y buscamos sesgo, simpatía, que nos den la razón. Atajos. Después de todo el único diálogo que nos concierne es el genético y este es igual de robótico y absurdo que cualquier otro, lleno de improvisación, ruido y vacíos. Creemos que Dios es inteligente y conduce un Ferrari y tiene drogas y quizá es un atolondrado imbécil que ignora hasta cómo llevar un triciclo y no es que no tenga Sugus, es que no tiene ni tofes de esos malos.