Historias de familia
La familia, la más íntima de las tribus, esa pandilla inevitable y tan nuestra que no nos quedará más remedio que querer porque, al fin y al cabo y poniéndonos en modo bíblico, son sangre de nuestra sangre. Esa misma saga familiar que nos hastiará unas cuantas veces, justo un instante antes de hacernos comprender que hay vínculos que son para siempre, que nos acompañarán más allá de distancias y latitudes, que explicarán la sabiduría del viejo que llegaremos a ser y que posiblemente también llegarán a explicar la mejor versión de la palabra amor que llegaremos a comprender nunca.
La familia y sus entelequias siempre han sido un paisaje ideal para plasmar la evolución de una sociedad desde dentro, desde su origen puro y sintético. Todas esos diminutos relatos que únicamente pertenecen al ámbito familiar y que cuentan a los Vázquez, los Montoro o los Rodríguez radiografían el mundo más cercano con una precisión casi mitológica. Porque esos cuentos orales que se cuentan en noches embriagadas y locas como la que se asoma a la esquina del calendario son el tejido con el que se construye la historia de un país.
Cualquier historia familiar que se precie ha de poseer unas cuantas y estimables dosis de crónica costumbrista y de época, con retazos de comedia dramática y donde lo anecdótico adquiere condición de legendario con el paso de los años y la lectura que hace cada nueva generación. Aquel tío abuelo que emigró a Sudamérica y desapareció sin dejar rastro, aquella vez que tu hermano olvidó cerrar el grifo de la bañera e inundó la casa, la vez que tu madre mandó a freír espárragos al cotilla del barrio, aquel misterioso motivo por el que tu padre y su cuñado dejaron de hablarse durante años…
Sea cual sea el conflicto que se haya vivido dentro del clan, este quedará mitigado por unos lazos afectivos que, balanceándose en un eterno y tiernamente inestable equilibrio, siempre acuden al rescate para finalmente transformar el drama en comedia.
Aunque también todas estas historias familiares suelen derrochar amor a raudales, ese tipo de cariño que se explica desde la piel y no entiende de versos, el mismo que cabe en aquella sonrisa que un buen día te dedicó tu padre o en las lágrimas que se desprendieron desbocadas y un poco ridículas dentro de aquel otro abrazo que te dio tu hermano. Los abrazos y silencios que caben en la familia son secretos, incondicionales y guapos, se parecen mucho al amor. Como todas esas historias de familia que escucharemos la próxima Nochebuena.