Advierten del aumento de estafas telefónicas en establecimientos hosteleros de León
Hasta arriba de pastillas

Uno de cada cinco, si queremos ser optimistas con el censo. Esa es la proporción de leoneses que vive con la farmacia a cuestas. Y no se trata de juzgar si son pocos o muchos, pero sí de llegar a la conclusión de que, en cualquier caso, son demasiados. Y una afirmación así, me parece, necesita algún tipo de explicación, o de justificación, o de historia. ¿Que para eso estamos aquí, no?
Cuentan que en una institución especializada en niños autistas, en Inglaterra, encontraron que una de las internas, de 14 años, estaba especialmente inquieta. Pensaron que podía ser cosa de la edad, o quizás hormonal, y la hormonaron. En otros tiempos le hubieran dado bromuro o una ducha fría. Algo hemos mejorado. La chavala de algún modo acusó recibo del tratamiento, pero no colaboró con los resultados.
Seguía inquieta.
Tras muchos exámenes, le dieron ansiolíticos, y su situación mejoró ligeramente, pero no llegó a corregirse del todo. Porque lo suyo era un estado de ansiedad, pero no acababa de encajar en los estándares y en los formularios que había que rellenar para su tratamiento.
Se reunió un comité médico y le hicieron un par de análisis de sangre. Todo muy rápido. Todo muy profesional. Todo terriblemente inútil, porque la situación no mejoró visiblemente.
El problema no llegó a solucionarse hasta que, varios meses después, alguien descubrió que la chica tenía una piedra en uno de los zapatos que le ponían a diario.
Así funcionan las cosas.
Porque resulta que el sistema médico se basa en una premisa: si te encuentras mal es culpa tuya, y se puede arreglar con pastillas o con terapias. Lo importante es que no pienses que el problema puede estar FUERA de tí, en tus horarios de trabajo, en la ausencia de transporte público, en los ruidos de la calle, en la falta de guarderías, en la imposible conciliación de la vida laboral y profesional.
¿Eso te genera ansiedad y depresión? No jodas. Eso no. Tiene que ser la relación con tus padres, el deseo sexual freudiano por calzarte a tu abuela o el fetichismo de los calzones de cuello vuelto. ¿Pero los bajos salarios, la carestía de la vivienda o los malos horarios? Imposible que sea eso. Dadle unas pastillas y que no pida la baja.
Y a cascarla.
Ya. Muy conveniente todo, me parece a mí.
Javier Pérez es escritor. Ganó el premio Azorín en 2006 y acaba de publicar su último libro: La libertad huyendo del pueblo.