Experiencias cercanas al deporte (II)
Creo que no soy de los que más tiempo gastan en preliminares y postcoitos con esto del deporte y puede ser que esté perdiéndome lo mejor. Las fases del coito, repasemos, consisten en deseo, excitación, meseta, orgasmo y resolución y como no deseo hacer ejercicio, paso de la excitación –o mala hostia– a la meseta, obviando orgasmo y resolución. Muy mal todo. En ocasiones, sobre todo los días festivos, veo gente que extrae de esta más o menos ambulante actividad todas sus posibilidades y contempla todas sus facetas. Que exprime –y liba con entusiasmo en– el jugoso racimo de la vida. Imaginemos las complicadísimas intendencias de gran costumbrismo protagonizadas por un cuarentón –o cincuentón, ahora la gente hace estas cosas hasta el viático– español normal un domingo: se levanta temprano, se viste de ciclo/runner/fondo/turista, coge el coche, coge al niño, coge las bicicletas, baja al garaje, se va al quinto pino, anda un rato, trota, se oxigena, se para once veces, estorba, charla con otros equipadísimos individuos en medio de los caminos, toquetea y habla con –y desde– su dispositivo móvil, bebe una bebida isotónica, anota sus registros, se pasma y entusiasma con sus registros, comparte sus registros, le toca las narices al niño, vuelve al coche, vuelve al garaje, devuelve al niño, se ducha, se hidrata, se cambia y se va a misa de una –también incluyo la misa como falsa gimnasia– En todas estas operaciones… ¡ha tumbado, consumido o derribado la mañana entera! ¡La mañana de, por ejemplo, un domingo! No consigno a los esquiadores que dilatan la actividad incluso durante días. Es un logro considerable. Un triunfo contra la duración. Una auténtica victoria sobre el panorama. Todo lo que el ser humano haga en oposición al domingo, enemigo natural del ser humano, nos ennoblece. Eso y compartir con Iggy Pop o Cristiano Ronaldo la noción de que tus abdominales son no solo tus amigos, sino los únicos que tendrás jamás. Pelear y vencer al intervalo y vivir en la historia es lo que nos separa de los seres no autoconscientes –si es que tales seres existen–. No es mi caso. Repito. Hago muy poco deporte, de acuerdo. Pero tanto cuando corro como cuando nado mis transiciones de persona normal a sudoroso o empapado tarugo –y a la viceversa– son brevísimas. Trato también, al igual que los héroes descritos en este relato, de exprimir el jugoso racimo de la vida. Pero el jugoso racimo de la vida rápidamente me mancha la ropa o me salpica a los ojos.