A pesar de la cita apócrifa de Santa Teresa –que nunca escribió que se hubieran derramado más lágrimas por las plegarias atendidas que por las desatendidas–, se llora más por las plegarias que no se escuchan. Pocas tareas e industrias tan melancólicas como las del adulador despreciado. Lo he visto en muchos ámbitos, pero sobre todo, y por motivos, en redacciones de periódicos. La recompensa a estos laterales del poder, del director o hasta de la chica de la puerta suele ser el despido. A todo el mundo le gusta ser alabado, pero el pelota, personaje recurrente en la literatura desde la Grecia clásica a los actuales ganadores de premios literarios –que no es que escriban sobre el viscoso ser, sino que lo son ellos mismos– resulta un ser despreciable. No todos los cobistas buscan un beneficio o medro personal. Alguna gente, sencillamente, es así. Por carácter. De hecho somos educados en la obediencia más o menos lacayuna tanto en casa –el ¿qué trabajo te costaría decirle a don…? de las madres– como en escuela, ejército, empleo y bar de carretera con luminosos y nombre en inglés. A ver, por fin puedo meter una etimología que viene a cuento. Coba viene de incubare –empollar– que, en germanía, significaba entretener al primo mientras era saqueado, adular de adulare o mover el rabo, PERO la pelota de la que hablamos cuando es sinónimo de hacer la rosca –esta rosca viene de cómo los pavos reales se enroscan en su vistosa cola para deslumbrar a la hembra… Ya acabo– es literalmente la prostituta, que lisonjea al cliente. Pelota era la puta y pelote su chulo. ¿Se las denominaba así porque pasaban de mano en mano como… una pelota? Es muy dudoso. Por cierto, que andar o quedar en pelota nada tiene que ver con estas señoritas ni con órganos genésicos –o nutricios– colganderos y sí con los paños menores de pellice o pelo. Debemos reseñar que la adulación como evitable vicio ya estaba muy mal vista en el Siglo de Oro y la describen muy bien como tal; aunque en el rato en que no estaban llamándose moriscos o borrachos unos a otros todos esos autores debían redactar bochornosas loas a sus amos para que les dieran una renta o les pusieran de jurados del premio Planeta. Recordemos pues que, tanto para alcanzar un beneficio, como por su tradición monárquica o por mera afición hay mucha gente haciendo la pelota, mucha pelota y, sobre todo, mucho hijo de pelota. Y si en redacciones y tertulias televisivas esto es ofensivo y repugnante, en otros areópagos es directamente homicida. Afortunadamente en política, sobre todo en la noble Junta de Castilla y León, tales prácticas no se dan jamás: por fortuna nuestros representantes, honestos y valientes, al carecer tanto esta institución como los partidos que se la disputan de una rígida estructura jerárquica y estar ellos mismos desprovistos de cualquier ambición monetaria, no tienen que rendir cuentas más que a Dios nuestro Señor.