Escupiré sobre vuestra obra
Los términos injuriosos, ofensivos o insultantes son más comunes de lo que creemos y los usamos a toda hora. Cuando decimos de una catedral que es gótica no se nos ocurre que nos estamos riendo de sus formas no romanas o románicas. Hay una serie de términos artísticos que provienen de la rapidez con la que se nos calienta la sangre –y la boca– cuando vemos algo con lo que no estamos familiarizados. Gótico viene de godo, población germánica escandinava, sinónimo de bárbaro o poco refinado desde el siglo XI hasta nuestros días. Lo romano o clásico era la tendencia natural en arquitectura. Los atrevimientos apuntados por los escultores y arquitectos que se apartaban de la robustez románica eran llamados así por su… vandalismo –otra población nórdica con mala fama–. En Inglaterra llaman al gótico primigenio primitivo inglés y ya al del siglo XIV, ornamental. Estos ingleses… A lo que íbamos, la cosa de ofender: en las Islas Canarias se sigue llamando, con ánimo de faltar, godos a los peninsulares. Estos canarios… El término barroco (1600-1750) proviene de una palabra portuguesa –barroco, curiosamente– que significa joya falsa o, también, perla irregular o basta. En el dialecto romano barlocco o brillocco tiene el mismo sentido. El rococó viene de barroco cocó y no requiere mayor explicación. Los artistas barrocos, naturalmente, no se llamaban así a sí mismos y no es hasta el siglo XIX cuando la palabra, reivindicada por los críticos –que son los que se inventan tanto el elogio como la afrenta–, pierde su connotación despectiva. El impresionismo es también una ocurrencia de un crítico al ver el título del cuadro de Monet: Impresión de sol naciente. El que un cuadro solamente fuera una impresión, y no una trabajada plasmación de algo real, le chocó tanto que fue lo que escribió en su crónica y le hizo pasar a la historia de la pintura –como un berzas, eso sí–: “Impresión... no me cabe duda. Me decía a mí mismo que, como estaba impresionado, debía haber alguna impresión allí... y ¡qué libertad, que fácil artesanía! El papel pintado en su estado mas embrionario está más terminado que este paisaje marino”. El listo, que no consigné en uno de mis centones anteriores era Louis Leroy y eso, un fragmento de su crítica: Exposición de los impresionistas en el periódico Le Charivari, en 1874. Lo mismo ocurrió con el cubismo –¡personas y objetos retratados como cubos!–. Ambos términos fueron aceptados con rapidez por los propios artistas y permanecen despojados de cualquier cuchufleta hasta ahora mismo. Si hay alguna duda solo hay que mirar sus precios. Luego ya se abre la veda y los movimientos artísticos se ponen nombres provocativos –los salvajes, los dadás…–. También hay un art brut, término creado en 1972 por otro crítico –Roger Cardinal– traduciendo al inglés el concepto del pintor y escultor Dubuffet que definía el arte sin ataduras creado –paradójicamente– por los pacientes de sanatorios mentales. Brutto en italiano incluso significa feo –cattivo, biasimevole, riprovevole, disonesto, abbietto, ignobile, spregevole, bieco, turpe, sozzo, osceno, sgradevole, orribile, orrendo, mostruoso, disgustoso… me encanta–. Este modo de pintar, de gesto maniático y con técnicas inéditas influiría enormemente en los informalistas –otra palabra que podría ser injuriosa– españoles como Tàpies o Millares. Después de los ismos ya ningún movimiento que se precie dejará de tener un nombre provocador y/o asqueroso: los povera –pobre– también puesto por un crítico –Germano Celant– el pop –contracción de, según el vulgo, popular, pero en realidad de lollypop –chupachup–, aunque ese es otro tema– y así todo el rato. Ahora mismo lo vejatorio sería darle a este tipo de actividades nombres bonitos y coloridos más allá de los literales –land-art, body-art…–. De todas maneras, el culto por las formas se ha diluido y el asunto de las ideas se ha apoderado de este mundillo yendo a lo etnoconceptual indigenista ecológico solidario y tal y los nombres que se dan a estos barullos no duran mucho más que los artefactos pergeñados. Otro día hablo de lo egipcio cuando era lo más moderno –pero lo más–. O de los indigenistas. O de las chinoiseries. O de Weiwei. ¡Juá!