De pianos e inteligencias artificiales

Bette Davis al piano como en 'Eva al desnudo' en una interpretación de una inteligencia artificial.

Ninguno de sus largometrajes merece ser olvidado, todos (y esto es absolutamente literal) son estupendos filmes, y unos cuantos auténticas e irrefutables obras maestras. Entre estas últimas está Eva al desnudo (1950), un clásico eterno e inmarchitable. Esto es así y punto. Y lo es más allá de lo subjetiva que pueda parecer esta rotunda afirmación. Discutirlo sería como discutir, por ejemplo, el Kind of Blue de Miles Davis, Las señoritas de Avignon de Picasso o Crimen y castigo, de Dostoyevski. Además, todas las opiniones son subjetivas. Ya lo dijo un tal José Bergamín: “Si yo fuera un objeto, sería objetivo; pero como soy un sujeto, soy subjetivo”. Pero a lo que íbamos, Eva al desnudo es un prodigio de construcción argumental, una lúcida y demoledora reflexión sobre el mundo del espectáculo y, más allá de Broadway, sobre los entresijos del alma humana. Su texto rebosa de diálogos certeros y afilados como puñales. En uno de ellos, el dramaturgo Lloyd Richards le suelta a Margo, la arrogante actriz teatral a la que da vida Bette Davis: “Ya es hora de que el piano se dé cuenta de que él no ha escrito el concierto”.

Imagino que a estas alturas de artículo muchos de ustedes lo habrán abandonado con sincera indiferencia y cierto alivio, hartos de desvaríos ajenos e irritantemente gratuitos. O quizás, en el peor de los casos, usted ni siquiera exista, y un servidor no sería más que otro de esos locos que van hablando solos por la calle. En el mejor, en cambio, estará pensando: de acuerdo, Eva al desnudo es una joya, mañana mismo me pego una sesión de buen cine en casa. Pero lo que es seguro es que, en cualquier caso, todos ustedes estarán haciéndose la misma pregunta: ¿Qué tiene que ver esta historia del piano con la inteligencia artificial? Pues viene al caso precisamente por eso, porque ya va siendo hora de que esas inteligencias artificiales que llevamos en el bolsillo, las mismas que resuelven dudas siguiendo los consejos de los infinitos datos que caben en su memoria sintética, sepan que tampoco ellas han escrito ni el concierto, ni el poema ni nada de lo que requiera haber manchado el alma para existir. Tanto el piano como la inteligencia artificial son meros instrumentos, avanzados y complejos pero carentes de la capacidad para crear o sentir piedad que brota de nosotros, humildes monos con pretensiones que amamos, sufrimos, anhelamos, odiamos, nos equivocamos y tenemos plena conciencia de nuestra propia mortalidad.

Aunque, y volviendo a tirar de una referencia cinéfila, quién sabe si en el futuro conviviremos con sofisticados replicantes a los que habrá que entrevistar concienzudamente para descubrir su verdadera naturaleza biomecánica, su condición de pianos con forma humana.

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