Los capilotes, Riaño y algún recuerdo

Ramo de capilotes en el pantano de Riaño.

Ceo que al menos en una ocasión lo escribí, recordando que había nacido en la ribera del río, ése de generoso caudal que nos ha dado nombre e historia desde muy remotos años (Astura). Su agua había no sólo nominado, sino ayudado a vivir a nuestros antepasados, y ya con el nombre de Esla lo conocíamos cuando iba a ser embalsado sobre el suelo vivencial de nueve pueblos sacrificados.

Fui visitante muy ocasional de Riaño, debo reconocerlo, aludo a pernoctaciones, no así en cuanto visitas transitorias, casi siempre camino de Valdeón, para acceder desde el Pontón al valle, camino de Posada, Caín y la Garganta del Cares. Aunque tampoco sin exagerar. ¡Más lo real, que lo posible! Lo mismo que las visitas a Sajambre…

Capilotes para las aguas de Riaño, he ahí, en lo que este título de hoy encierra entre símbolo y realidad, donde está la motivación de los recuerdos refrescados entorno a unos valles anegados. Siempre, cuando regresábamos a Legio, tras los fines de semana de disfrute de naturaleza viva, lo hacíamos con un manojo de capilotes, cuando era su tiempo de lucimiento en las verdes praderas.

El úlimo vídeo del pueblo viejo de Riaño

Algo que ya he contado, de otro modo y manera, pero hoy me motiva traerlo como recuerdo.

En la primavera de 1987, acompañado de mi esposa e hija, digamos en plan familiar, nos propusimos hacer un último viaje hacia los valles que se iban a inundar, y a los pueblos que además de ser anegados también sufrirían la destrucción previa de las casas. Sin experiencia alguna entonces, y provistos de una cámara Beta, grande de tamaño, que un buen amigo nos prestó, jugamos nuestra bien intencionada baza del... ¡Adiós!

Nos motivaba de modo especial el recuerdo de Riaño. Parece una frase hecha, pero ciertamente queríamos quedarnos en las retinas el recuerdo de lo vivo aún, y en vídeo poder repasar a futuro la ignominia, y perennizar la despedida.

Se trataba de una cámara de hombro, no demasiado fácil de manejar, y mucho menos por manos desentrenadas, más bien diría inexpertas. Casi in extremis, en la primavera de 1987, con la mejor de las intenciones acometimos la tarea.

En la primavera de 1987 nos motivaba de modo especial el recuerdo de Riaño. Parece una frase hecha, pero ciertamente queríamos quedarnos en las retinas el recuerdo de lo vivo aún, y en vídeo poder repasar a futuro la ignominia, y perennizar la despedida

El día para nada nos acompañó, al sol le costaba aparecer en un cielo demasiado nublado, lo que venía a ser una dificultad añadida para quienes teníamos 'pocas luces' sobre el tema. ¡Todo eran sombras de pesar y contrastes de luz celeste nubladores!

El resultado conseguido, muy emotivo, pero de calidad… poco más allá de familiar, vamos, de 'andar por casa'. Invito a verlo, y pido disculpas por la calidad:

Un doble hondo pesar en nosotros, los autores, mas, la intención es lo que cuenta, se suele decir a modo de consuelo.

Habíamos acudido, más de un día festivo, a las manifestaciones Pantano NO, que se organizaban en Riaño y recibido algún manojo de capilotes, signo vivo y de rechazo a la injuria destructiva. Luego, y hasta hoy, ha seguido siendo para mí esta flor signo de rebeldía, eso, el rebote de impotencia ante los que aprovechando el muro franquista, que más de uno nominaríamos de las lamentaciones riañesas, se proponían consumar el cierre y empantanar el agua, luego veríamos que su uso, beneficiaría especialmente a otros.

Se decía entonces, como principal pretensión, que el embalse era para mantener un caudal constante útil en la ¡Atómica!, la central nuclear que pretendían instalar en las proximidades de Valencia de don Juan, afortunadamente sería abandonada la idea, por distintas razones, entre las que no faltaron las grandes protestas de la zona, y no sin razón.

Ramillete de capilotes, de obligado cumplimiento en Riaño

Lo de un ramillete de capilotes en mano, después de acudir a las manifestaciones locales en Riaño, llegó a ser de obligado cumplimiento. Y ante ello surge algo que puede tomar la consideración de anécdota y me permito colocarla como cierre, hoy, a modo de minirrelato:

El niño, que portaba un ramillete de capilotes, espabilado hijo de un amigo, uno de los días de manifestación, ¡cómo olvidarlo!, cuando ya marchábamos hacia nuestras casas, se colocó con agilidad delante del alicaído grupo en retirada, para soltar con inusitada delicadeza, mostrando el ramo de capilotes, ¡¡¡voy a depositarlo!!! en el agua que lo llevará…, y si nos damos prisa podemos esperar en el puente de Valdoré a verlo pasar…

Acaso 'la barca de oro', portando el sentimiento de muchos, emprendía un viaje sin retorno, pero... ¡No hacia el olvido!

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