De pinguinos y pájaros bobos

Excusado es decir que hay festejos colectivos, como la concentración celebrada hace cuatro días en el aeropuerto de Ciudad Real, –sí, sí, aeropuerto de Ciudad Real, por extraño que pueda parecer– para dar la bienvenida al nuevo año, que se tiene cumplida réplica en la concentración motera que se celebra desde hace ya muchos años en las calambrizas campas pucelanas el segundo fin de semana de enero. Heróica decisión de pernoctar unos días bajo la tenue protección de una tienda de campaña para acreditar urbi et orbe que cuando el dinero sobra y nada hay que hacer, se pueden tomar decisiones que el tiempo calificará de exagerada 'resiliencia'.
Es de sobra conocido el instinto gregario de la especie humana para hacer cosas que más tarde se considerarán excesivas hasta el extremo de llevar el cuerpo al límite innecesariamente porque, caso de serlo, pondrían el grito en el cielo y se tildaría a quien tal cosa propusiera de enemigo público, pero el concepto de grey de ganado churro, no conoce fronteras y no faltan voluntarios para someterse a temperaturas de congelación que si acaso no causan admiración y estupor, causan piadosa compasión. Sea como fuere, aplíquese aquello de que sarna con gusto no pica aunque mortifica.
Con tan esforzado propósito acaban de pasar bajo mi ventana al redactar estas líneas numerosos 'jinetes del frío' que, a lomos de sus poderosas y rugientes motocicletas, se encaminan hacia Valladolid, como las muñecas de aquella conocida firma de juguetes se encaminaban hacia el portal de Belén. Hete aquí pues que desde latitudes del norte de León, quien sabe si también desde el Noroeste de nuestra provincia y provincias limítrofes, los incombustibles moteros de cupo, pasan con humildad frailuna camino de tan extravagante cita. ¡Bien hallados sean los que allá van y bien recibidos sean!
Como nunca me he sentido atraído por este tipo de fastos –obligado es reconocer las flojedades propias– no se me alcanza que tipos de actos lúdicos y actos gremiales se pueden sustanciar en este tipo de amenas celebraciones. Sean cuales fueren, incluidas aquellas que las hormonas sexuales impongan, me parece demencial arriesgarse a soportar temperaturas bajo cero cuando, de regreso a sus respectivos hogares, cabe la posibilidad de que los participantes en el evento pingüinil pongan el grito en el cielo si la calor hogareño no alcanza niveles confortables. En fin, todo sea por la impronta festiva y el desahogo multitudinario.
Que a uno no se le alcance a concebir las mieles de tan gélido ejercicio no quiere decir que los intervinientes no las paladeen, no obstante resultaría paradójico que en pleno siglo XXI, en nombre de no se sabe muy bien que impulso vital, acudieran a tal evento calurosos moteros leoneses, al igual que hicieron algunos predecesores de su tierra cuando peregrinaban en autobuses, puestos al efecto por el Ente castellano y leonés, para ir a hacer el caldo gordo a las estepas de Villalar cuando todavía la criatura neonata aún emitía vagidos. Es proverbial el sentido de la oportunidad de los leoneses que afirman gustosos que se desentienden de la política, con grande gusto para los castellanitos que casualmente no se desentienden de ella y sacan notable provecho de esta peculiar dejación ajena.
La participación leonesa en este evento pueda resultar atractiva para personas carentes de otra inquietud ideológica que no sea el hedonismo o la despreocupación por los asuntos públicos, pero jóvenes y no tan jóvenes leoneses deberían ser conscientes de que tal actividad supone hacer un rendez vous ante organizadores que promueven este evento a mayor gloria y exaltación de los valores vallisoletanos y de la Junta que los preside. Dicho de otro modo, es indignante que la presencia de leoneses contribuya a dar lustre y brillo de una sociedad que pisotea los derechos de los leoneses –aunque a muchos leoneses no les importe– porque, vistos nuestros indicadores sociales, visto el ninguneo y el descarado expolio al que nos somete, ya no sólo de nuestra condición diferenciada sino también de nuestros exiguos recursos, los leoneses que asistan a esa concentración no lo harán en calidad de pingüinos lo harán en calidad de pájaros bobos.
Me pregunto a cuantos individuos ascenderá la colonia leonesa de ese tipo de pájaros que hacen noche esos días en los desangelados predios de Pucela.
Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata