El topo salmantino de la Catedral de León

Todo el mundo sabe que el topo es un metódico zapador de galerías para desesperación del hortelano que recibe tan detestable visita entre sus hortalizas. El pobre animal, que pasa por ser un roedor entre personas poco avisadas, es en realidad un insectívoro que con un par de manoplas excava el terreno en busca de lombrices y otros pequeños animales que pueblan el primer sustrato edafológico.
Cuando éramos pequeños –no sé ahora– en la visita a la Pulchra Leonina se decía que la coraza de una tortuga laúd que cuelga sobre la entrada principal, era el pellejo de aquel mítico animal subterráneo que era capaz de sobrecoger el ánimo en aquellas imaginaciones infantiles que se veían anonadadas y superadas por la monumentalidad del templo. Templo, sea dicho de paso, que al parecer fue construido por el primer rey que fue monarca a la vez de Castilla y de León –hasta entonces las efímeras 'uniones' de reinos propiedad de un mismo rey habían sido de León y de Castilla– que vino a sustituir a otra catedral con sabor leonés, quizá de estética semejante a los cimborrios de Zamora, Toro, Salamanca, etcétera. Dicho sea de paso para los simpatizantes de autonomías uniprovinciales.
El caso es que la pobre criatura, según la leyenda, estaba empeñada a echar abajo tan esbelta fábrica, maquinando y excavando sin tregua para que aquella gótica construcción no llegara a buen término. Si he de ser sincero nunca supe cómo pudo ser el desenlace de aquel medieval atentado contra aquella construcción religiosa, sólo que el peludo excavador, por arte de birlibirloque, acabó transformado en espaldar de quelonio marítimo. Supongo que algún milagro de los que menudean por este tipo de templos votivos a vírgenes y santos.
Con el tiempo –y la ciencia, que siempre viene a chafar con sus datos fabulosas creencias– supimos que aquello no pasaba de ser una historia cuya repetición se hizo parte de nuestro acervo cultural, aunque fuera tan falsa como la pretendida identidad castellana del pueblo leonés. Pero hete aquí que todo es mutable y en el año del señor de 2024, un salmantino, a la sazón presidente autonómico de Castilla y León, con la fe del carbonero y condición castellanoleonesa sobrevenida, por intrincados designios del hado, vino a dar el tradicional mensaje de fin de año con la catedral leonesa como retablo al fondo.
Llegados a este punto, ruego a todo lector leonés de este artículo que abandone lo que esté haciendo y se cuadre respetuosamente ante nuestro inefable presidente, si acaso no se cuadró ya antes el día de autos. Nadie sufra por la rumorología que de sobra sabe nuestro paisano Mañueco que cualquier crítica que se le pueda hacer no traspasará el ámbito del hogar, porque lo que se dice valentía, que quieren que les diga, en León hay muy poca, y contestación ninguna. Algún exabrupto entre dientes y quede la cosa ahí. El patriótico leonesismo es como el teletrabajo, se realiza desde casa. Los votos hablan por sí solos del predicamento que goza Castilla y León en la tierra de los Decreta, Reino de León, Fueros de León, Cortes Leonesas y bla, bla, bla...
Un servidor, cada día menos caustico, alaba tamaña decisión entre otras razones porque ha tenido la entereza y el arrojo –casi la temeridad– de plantarse en León, prueba de que ya da por sometida esta tierra, a la que asigna la condición de grey lanar oportunamente pastoreada por rabadanes del PP e irreductibles careas del PSOE. De verdad que ha sido gesto de hombría de nuestro insigne paisano charro. A lo más podría hacérsele una sugerencia y es que en esas fechas de cambio de año, en la próxima ocasión, quien sabe si reeditando electoralmente su cargo, alegre la pestaña de sus correligionarios e incondicionales varios tomando buena nota de los modelitos que las estrellas televisivas lucen ese día. No se me podrá negar que un vestido de tules y transparencias, dejando entrever lo más casto de su anatomía ante a las cámaras, no acabaría por ser determinante y supondrían las campanadas postreras que de una vez por todas erradicaran esa contestación residual que opone León a la homogeneización castellana.
Se lo digo en serio, tome nota de las Pedroches y otros apellidos de relumbrón y adopte el marco incomparable de la catedral leonesa como retablo propicio para despedir el año viejo y recibir al nuevo. Tolere alguna broma pesada, soporte el frío decembrino de la capital leonesa, luzca con valentía encajes y puntillas que todo vendrá a ser júbilo y admiración entre los capitalinos y capitalistas leoneses. No tema por ello, desde estas líneas le auguro yo el más rotundo de los éxitos y la entrega sin ambages de los que hoy disienten.
Cierto que podrá tachársele alegóricamente de remedar la acción del topo que quería derribar la catedral de León. No le importe, si en León una tortuga puede pasar por un topo, un lazarillo de Castilla bien puede pasar por un abnegado defensor de los intereses de esta tierra. A decir verdad en León todo da igual, nada tiene importancia, tanto tiene un topo salmantino como un quelonio del Índico, haya cebada en el pesebre y el látigo a mano por si hay alguna leve insurgencia y esto será coser y cantar ¡Persevere señor Mañueco, la gloria le aguarda en León!
Mi único lamento es que el presidente de una autonomía que todavía hoy resulta un cuerpo extraño para la idiosincrasia de muchos leoneses, no cuente con todos los pronunciamientos a su favor para presentarse aquí, –porque no deja de estar en su tierra leonesa, esa que le es propia aunque le repugne– y tenga que venir como un prófugo de la justicia a sofocar la cada vez más exigua insurgencia leonesa. Insista Mr. Mañueco, está próximo a tocar el cielo con los dedos. Cúbrase de velos arábigos, gasas de Oriente, sedas de China y aterciopeladas pieles de topo la próxima vez, y León caerá rendido a sus pies. Y ahora, sin el gallardo lastre de Vox, sólo cabe una victoria aplastante en las próximas elecciones autonómicas. ¡León es muy agradecido! ¡Créame!
Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata