La aventura americana de Alba y Juan Luis, dos 'hijos' de Laciana becados por Amancio Ortega

Alba Rodil y Juan Luis Peláez en 2022 antes de sus estudios becados y a su regreso en 2023.

Luis Álvarez

El verano avanza y septiembre cada vez está más cerca. Y Alba Rodil y Juan Luis Peláez aún están reasignándose mental y físicamente a la nueva situación que van a afrontar en su último curso de Bachiller en los institutos de Villablino. No será como siempre porque ellos están recién llegados de su aventura americana del curso pasado, tras haber cursado sus estudios becados por la Fundación Amancio Ortega, la entidad emanada del emporio textil del conocido dueño de Inditex (Zara, entre otros), reconocido como gallego pero nacido en la localidad leonesa de Busdongo de Arbas, aunque fuera accidentalmente.

En una de sus labores de 'descompresión', Alba y Juan Luis ahora ya vuelven a pensar en español, porque nada más llegar de sus estudios en el continente americano “los primeros días aún piensas en inglés”. Y es que pasado un mes en América el pensamiento ya no traduce, “cuentas y piensas ya directamente en inglés”, detalle que da a entender la perfecta integración que el sistema propone.

“No llores, estate contenta porque lo has vivido”

“Breves pero muy intensas”. Así resume Alba sus sensaciones contradictorias por la alegría de estar de nuevo con la familia y la tristeza de los amigos dejados atrás, y repite la frase que le comentó una de sus profesoras americanas: “No llores porque se acabe, estate contenta porque lo has vivido”. Un auténtico bálsamo anímico para superar ese mundo de los sentimientos encontrados que bullen intensos en los jóvenes.

Ella se muestra muy contenta porque una de sus amigas de allá, una joven holandesa que participaba en un intercambio escolar, vendrá este verano a visitarla y pasará unos días en Villablino. En eso coinciden ambos, que sus grupos de amigos más próximos “eran chicos y chicas que estaban viviendo lo mismo que nosotros por intercambios, o recién llegados”, detalla Juan Luis.

Con ellos compartían actividades fuera de las familias de acogida, visitas turísticas, comidas o deportes. La vida allí es “como la que vemos en las películas, todos tienen coche a los 16 años y con ellos te vas de turismo a visitar lugares”. Y como no hay bares o cafeterías como aquí “a un búrguer o una pizzeria a tomar refrescos y comer, a esquiar”. Es, muy en resumen, la forma de vida que han llevado durante los nueve meses que ha durado su aventura estudiantil.

Distintas ciudades, distintas experiencias de vida. Juan Luisen una ciudad mediana, Peterboroug, ciudad industrial, con una población en torno a doscientos mil habitantes, en la provincia de Ontario (Canadá). Sus padres de acogida Meyelin, cubana y Mat, canadiense, “han sido excelentes, hemos hecho muchos viajes turísticos y casi todos los fines de semana nos íbamos a su casa de campo”.

Su rutina diaria le obligaba a una hora de autobuses urbanos para acudir al colegio y otra para regresar. En un instituto con 1.500 estudiantes y con un sistema educativo muy distinto al español, “casi todo es experimental, estudiar solo en una asignatura, historia de la filología inglesa”. Por ejemplo, comenta, “tuve una asignatura que se llama automoción y nos traían coches y nosotros los reparábamos, los dueños solo pagaban a los profesores las piezas”.

Una cara mala y caras buenas

Eso sí, una de las cosas que peores sensaciones le produjo era ver por la calle a mucha gente drogándose, “pinchándose, tirados por las aceras”. El resto “como dice Alba: como en las películas, las casas sin verjas, las calles con arboledas y jardines, el instituto con las taquillas, las enormes instalaciones deportivas...”. Y entre sus malos recuerdos, las comidas, porque está “todo grasiento, comida basura, precocinados, con aditivos prohibidos en Europa, muchos días me provocaba malestar de estómago”.

En el asunto culinario coinciden los dos, tan alejados allí en el espacio como próximos en los hábitos alimenticios. Juan Luis respira aliviado porque “desde que llegue, al menos, ya he podido adelgazar cuatro kilos”. Y el primer bocadillo de jamón “que me preparó mi padre nada más llegar, me supo a gloria”, aunque uno de sus preferidos es la cecina.

Alba coincide con su compañero en el poco aprecio a sus sistemas alimenticios, pero lo llevó algo mejor: “A mi me gusta cocinar bastante y en la casa hacia comidas a veces, paella, tortillas de patata y otros platos nuestros”. Y cuenta que sus padres le enviaron un paquete para Navidad, con embutidos, turrón y dulces navideños y hasta pastas de Riolago“. Tanto sus guisos, como los productos llegados desde Villablino ”les gustaron a mi familia americana, que fueron una familia excelente conmigo“.

Una familia compuesta por tres miembros, Lesly, la madre, Riley, el padre, y su hija Juliet, “un año mayor que yo”. Con ella acudía todos los días al instituto que compartían, en un paseo a pie de apenas 15 minutos. El colegio de 500 alumnos “con un gran campus deportivo y con instalaciones para todas las modalidades, yo hice tenis”. Habla de Montpelier, capital del estado de Vermont (EEUU), de apenas ocho mil habitantes.

La añoranza y la sopa de cocido de la abuela

El sistema educativo era similar al canadiense, mucho más experimental que el español, “pero muy flexible, tanto en horarios como en la libertad de permanencia en el centro, pocos exámenes y estos de tipo test, sin libros de texto, todo con ordenadores, y pocas materias para estudio”. Entre sus peores recuerdos los “cuatro meses sin ver el sol, un invierno muy largo y duro, la soledad en mi cumpleaños y la falta de vacaciones de Semana Santa, cuando veías a todos los de aquí de fiesta”, todavía añora.

El regreso de Alba con las sensaciones encontradas, estuvo regado por un sabor agradable, “el de la sopa de cocido de mi abuela”. En la fiesta de bienvenida que le hizo la familia, “todos estaban comiendo empanadas, embutidos y esas cosas y yo con el tazón de sopa de mi abuela relamiéndome”. Porque ese fue el sabor más añorado en el tiempo de su aventura americana.

Ambos coinciden en una cosa más: que subirse al difícil tren de la beca Amancio Ortega ha sido laLa mejor decisión que he tomado en mi vida“. ”Muy efímero“, una vez pasado, ”pero muy intenso porque sabiéndolo breve, lo aprovechas al máximo en cada instante“, se congratulan, ya pensando en su futuro con las miras un poco más amplias que lo que habitualmente permite una comarca rural y alejada como Laciana.

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