'Te sigo'

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Francisco Muñoz López

Lo había visto por televisión alguna vez. En menos de dos minutos apareció en la playa una lancha fueraborda, lanzó a la arena cuatro fardos al mar. Al volver la vista a la playa cuatro chavales, con los bultos al hombro, corrían. El más alto lo hacía con dificultad. Los otros lo esperaban ya en el coche.

‒ Cualquier día nos trincan, Chule.

‒ ¡Otra vez con laturra! Si no te gusta así llévatelo tú y yo no vuelvo.

«Estoy harto de los reproches del Lolo. Siempre cagando prisas. ¿Quién lo guarda hasta que vengan a recogerlo?, ¿quién se come el marrón si falla algo o cualquier idiota se va de la lengua? Aun así, prefiero aguantar al Lolo que a mi viejo en el taller. Si viera que todavía conservo los trastos que usaba para sus apaños de tapicería... Pero son perfectos para esconder unos sacos. Matías estará al llegar».

‒ No avisas, tío. Algún día no me pillas aquí.

‒ Mejor será que sí. ¿dónde están?

‒ Espera, te los traigo. Creí que vendrías antes.

‒ Cuando me dicen, tío. Hasta luego.

«Me tienen hasta los huevos las quejas de este imbécil. Por “bocas” como el Chule hemos caído más de una vez. Hablaré otra vez con Sebas, si hay otro que se quede con la carga, mejor. Aunque no sé para qué, nunca me han hecho caso, a ellos les trae al fresco todo mientras los paquetes lleguen. Por cosas así también hemos caído. Al menos desde que se fue al campo no tengo que entrar en Sevilla y lo agradezco, demasiados años dedicados al “descuido”, demasiados policías conocidos. Siempre me espera en la entrada de la finca, sube a la camioneta y juntos tiramos hasta el corral viejo».

‒ ¿Todo en orden?.

‒ Todo. El Lolo dice que el Chule retrasa mucho las recogidas.

‒ Es de fiar y tiene un buen agujero. El Lolo que no me toque los huevos, gente pa cargar y salir corriendo sobra. Vamos a meterlos en la parte de atrás, éste déjalo aquí. Están al venir los vascos.

‒ A mandar.

‒ Cuando haya algo te llamo. Nos vemos.

«Lo de siempre: 25 tabletas, 25 kilos, medio saco. Gente seria. Sin mosqueos, con la pasta por delante y poco hablar. Los mismos del primer día. Sin mosqueos. Sí, fue un acierto venirnos pal campo. Como dice Matías, hay que dejar la calle para los jóvenes».

Antes de la comida aparcó el BMW en la campa de la entrada. Fui a su encuentro. «Veinticinco chapas, como decían ellos, perfecto».

Iñigo metió la bolsa en el maletero y se puso al volante.

‒ No paramos, Sebas. Parece que pueden cerrar las carreteras de entrada a Madrid.

‒ Eso he oído. Se está liando.

‒ Eso parece. Agur.

«Los últimos viajes los hemos hecho por Salamanca. Hay que ir cambiando la ruta y, aunque un poco más larga, es más tranquila. Menos tráfico, menos policía, menos problemas. Además, aunque nunca entramos en la ciudad, me gusta recordar los tiempos de estudiante. Los dos anduvimos en política, eran otros tiempos y teníamos otros años».

Ander iba adormilado en su asiento. Las luces de la urbanización lo despabilaron.

‒ ¿Te quedas a dormir?

‒ No, tiro hasta Donosti. Si esto se complica prefiero estar allí.

Pasamos diez chapas a su coche. Listo.

‒ Ok, el mes que viene hablamos. Agur.

«No hay apenas tráfico. Parece que va en serio. Desde los tiempos de dedicarme a la “muga” no me gusta conducir con poco tráfico, se llama demasiado la atención. Pero prefiero llegar tarde a mañana. Hay que aprovechar el fin de semana. Un par de chapas me las mueve el Rubio hasta el domingo.Si, como dicen, han cerrado las Universidades, puede que haya movimiento».

A media mañana el Rubio estaba pegado al timbre.

‒ Llegué a las 5 de la mañana, ¡quieres hablar más bajo!.

‒ Vale, tío. ¿El mismo de siempre?.

‒ El mismo y al mismo precio. ¿Dos chapas?.

‒ Guapas. El martes te veo. Agur.

«Ander siempre trae buen material, en un par de días resuelvo. Tengo que cambiar de agujero. La amatxu tiene la mosca tras la oreja, aunque no diga nada. Era peor cuando los txakurras aporreaban la puerta de madrugada cada dos por tres. ¡Tengo que buscarme algo!».

El Bulevar estaba a medio gas. Poca gente para ser sábado, muy poca. «De lejos vi venir al “Decano” (dicen que lleva doce años en Derecho). En un sábado podía colocar 30 ó 40 posturas y al día siguiente otras tantas».

‒ No sé donde está la peña, tío.

‒ ¡Se habrá evaporado, no te digo!. Me voy pal campus, tengo a los chavales esperando. Han cerrado la “uni”. Agur, tío.

No había bajado del bus y ya estaban esperándome Iñaki y sus colegas. Todos los fines de semana pillan tres posturas: 90 euros.

‒ No bajéis por lo viejo, está “matao”.

‒ 3¿Es bueno?, dijo acercándoselo a la nariz a la vez que con suavidad lo doblaba.

‒ Goma. Ya sabes.

‒ De puta madre, Agur.

«Me fio del “Decano” pero hay que comprobar la mandanga».

Habíamos quedado y cuando llegamos al paseo, en la playa sólo estaban nuestros colegas.

‒ Hazte un “chiri”, tronco.

‒ Toma, háztelo tú. Y, hazte tú otro, no seáis ratas.

‒ ¿Nadie ha traído las birras?

‒ Eh, tíos, viene la poli.

‒ No te flipes, será la ronda.

‒ No, tío, van muy despacio y con las luces encendidas. Se han parado. Tira la china, ¡no jodamos!

‒ No jodas tú. Espera.

‒ ¡Una mierda! La coges tú o la tiro al agua. A tomar por saco, ¡al mar!.

Desde la barandilla del paseo marítimo, aparece un agente con un megáfono en la mano:

«POR FAVOR, ABANDONEN LA PLAYA. SE HA DECLARADO EL ESTADO DE ALARMA EN TODO EL PAÍS. REGRESEN A SUS DOMICILIOS».

* El relato Te sigo es la segunda colaboración en este ciclo de Cuentos de Cuarentena del salmantino Francisco Muñoz López. Si en el primero de sus textos ya consiguió dejarnos sobrecogidos, algo parecido puede decirse de esta segunda propuesta, una de las más originales que hemos recibido hasta el momento.

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