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'Los Fabelman': nostalgia de un sueño

El sueño que nuestro protagonista añora desde aquella primera vez que su padres le llevan a ver una película es el de convertirse en cineasta, el de plasmar en imágenes un mundo que solo consigue entender cuando se convierte en una sucesión de fotogramas proyectados sobre una pantalla. El protagonista es por supuesto un alter ego de Spielberg al que vemos crecer desde niño hasta convertirse en un joven aspirante a director de cine, al que vemos asistir a la quiebra de su universo familiar mientras busca refugio en esa pasión que crece dentro de él de manera casi inexorable y le empuja a hacer películas.
Desde esa primera vez en que descubre el cine y vive la experiencia como un milagro capaz de expresar todos los sueños del mundo, la cámara se convierte en su inseparable compañera de viaje, en esa herramienta mágica con la que poder experimentar y crear ficciones. Con ella recrea obsesivamente ese accidente de tren que aparece en El mayor espectáculo del mundo (1952) y que le deja pasmado en aquella primera incursión a una sala de cine. Y filma su pequeño mundo, a sus padres y hermanas, sus aventuras domésticas. Y ensaya su talento creando narraciones con sus amigos o grabando casi todo lo que acontece en la órbita de su familia judía de clase media americana. Muchos son momentos de alegría, pero también los hay pertubadores, como cuando descubre mientras edita una película de unas vacaciones familiares un secreto que le empujará bruscamente hacia la madurez. El cine será su vía de escape, el arte con el que poder ordenar el caos que gobierna su mundo, la alquimia exacta que le servirá para contar todas las historias que habitan en su interior.
Los Fabelman es una íntima declaración de amor al cine, una idealizada autobiografía con la que Spielberg se sacude cualquier atisbo de tóxica melancolía que pudiera alejarnos de lo esencial: somos lo que recordamos y la memoria es ese bálsamo sanador que nos ayuda a combatir la infinita perplejidad ante los días nuevos. La suya es una ensoñada mirada sobre su propio pasado, un delicado conjuro que confunde la vida con las películas y las películas con la vida hasta no saber cuál es cuál. Es el cine mirándose al espejo, ese territorio imposible y fabulado que guarda los infinitos relatos del mundo. Con esta hermosa película Spielberg nos vuelve a mostrar que los artistas son por encima de todo soñadores profesionales, embellecedores de recuerdos, inspirados inventores de los cuentos que cuentan nuestras vidas.