Sergi Bellver: “Julio Llamazares me ayudó a mirar el paisaje como un espacio simbólico en el que literatura y memoria se funden”

Sergi Bellver. // Miguel A. Merodio

Manuel Cuenya

Credo leonés

Para Luis Miguel Rabanal

Creo en León, reino sobrio y generoso, linde del cielo y de la tierra. Creo en el libro del frío, en la memoria de la nieve, en la casa roja y en el sepulcro en Tarquinia, que fueron concebidos por obra y gracia de las minas de carbón y de las fraguas, donde nacen todos los poetas y cuentistas de estos lares. Creo en los bosques bercianos y en los cañaverales coyantinos, por los que agoniza y resucita el sol padre. Creo en el templo mozárabe que habrá de durar otros mil años en el Valle del Silencio. Creo en el silencio de Valdeón, Vegacervera y Valdetaja, como creo en el de otros valles agazapados entre las hoces de los ríos, refugio de sauces y cerezos por los siglos de los siglos. Creo en los pecios de los pueblos en el fondo de los pantanos, donde todavía suenan ahogadas las campanas de sus espadañas. Creo en el mar leonés, en su oleaje de ramas y espigas, en sus atalayas de ladrillo y en el faro de Sahagún, en el que duerme el espíritu santo de un torrero escribidor. Creo en la cigüeña que camina sobre las aguas de hierba y sobre la espuma de las flores, como el hijo del carpintero en el mar de Galilea. Creo en las iglesias de barro, en los palomares de barro y en los hombres y las mujeres de barro que protegen las almas y los campos del olvido y la sequía. Creo en el perdón a los niños que se avergüenzan de apalear a los perros y en la lealtad de los arrieros humildes. Creo en la inversión cósmica del cocido maragato y en la desecación de la carne, así como creo en la liturgia del vino y en la tertulia eterna. Amén.

(Sergi Bellver, 'Gavia', El Desvelo, 2019. Página 51).

El polifacético Sergi Bellver, que es además un nómada escritor o un escritor que nomadea a través del ancho mundo, ha publicado, entre otros, 'Del silencio' (Ediciones del viento, 2021), que es, en su opinión, su libro más logrado y ambicioso hasta la fecha.

Se trata de su primera novela, donde cree haber encontrado por fin su voz literaria, algo que no resulta nada fácil eso de lograr una voz genuina, que sea reconocible, que no se parezca a otras voces literarias. En todo caso, ha logrado imprimirle emoción y reflexión a las páginas de su novela, cuyo protagonista es el joven Baros János, un exiliado húngaro instalado en el París de posguerra, que nos narra su historia en primera persona, contándonos cómo regresa a su lugar de origen, Budapest, en busca de su tío Gábor, el hombre que le enseñó el valor del silencio y de las palabras (“los buenos libros son como la buena tierra, Jani, la vida crece en ellos”), lo que le confiere a su obra la estructura narrativa de un viaje, algo que le fascina a su autor.

Un viaje por esa Europa sumida en la Guerra Fría cuyos escenarios son, aparte de París (El Sena, Montparnasse, Quartier Latin... Bois de Vincennes) y Budapest (El Danubio, Óbuda, Pest, Buda...), Praga (El Moldava, Malá Strana, Plaza de la Paz...) y Viena (Prater, Café Europa, Belvedere). Incluso existen referencias a Berlín, con el Muro como “acantilado infame”, Roma (“caótica e inabarcable”) o la Barcelona de las Ramblas, con “el aroma de las floristerías callejeras y el barullo del mercado”.

“Llevo doce años como sonámbulo, viajando por ciudades de media Europa sin darme cuenta de que me persiguen los mismos fantasmas”, dice János, que aspira a armar en torno a sí un país de soledad y de silencio.

“Me gusta el silencio de los museos porque en ellos sólo hablan las cosas que tienen algo que decir... Para pensar, crear, sembrar y cosechar algo, primero hace falta arremangarse y hundir las manos en la tierra fértil del silencio... Quedará el puro silencio de las cosas que hice por amor. Y si en verdad no hay otra, ni al otro lado ni en lo alto, todas esas cosas, junto con la música, la belleza y otros encuentros fugaces con la maravilla, ya me habrán regalado una breve pero genuina experiencia de la eternidad”, agrega.

“Casi todos hablan de una historia emocionante, y pocas cosas mantienen viva una obra literaria como la emoción de su lectura”, señala este 'explorador de la existencia' con respecto a su novela, que al escritor Justo Sotelo se le antoja elegante y ambiciosa, clásica en el mejor sentido de la palabra, pero también comprometida con este tiempo que nos ha tocado vivir.

“Da lo mismo en París, Viena o Praga que en Budapest, suele verse al campesino como una reliquia del pasado, pero a mí me parece que no hay gente más ocupada del presente y del pasado. Ocupada en ordeñar la vida de la tierra cada día y en que mañana no falte un plato en la mesa de nadie... Para conocer hasta dónde pueden llegar mañana la alegría o el horror en nosotros mismos, hay que escuchar de nuestros padres toda la luz y la oscuridad que ayer dejaron a su paso”, reflexiona János (Xuanín).

“Los diarios, los libros y las películas nos recuerdan cada cierto tiempo la amenaza de un holocausto nuclear, y la gente a veces bromea con el día en que termine de hervir la Guerra Fría, cualquier loco presione el botón rojo en Washington o Moscú y nos mande a todos a la mierda”, añade János, que nos habla asimismo de la relación con su familia y del recuerdo sensorial de Věra.

“Todos los sabores de Věra permanecían intactos en mi recuerdo, la sal de su sexo, el pan de su vientre y la tierra de su espalda... La memoria del cuerpo es más sabia y honesta que las palabras”.

'Del silencio' es una novela escrita contra el ruido de nuestro tiempo –tal y como recoge en una entrevista Laeticia Rovecchio–, “ese zumbido de máquinas político, social y mediático que a menudo no nos deja pensar, y del que conviene apartarse un poco, pero no para quedarnos mudos, sino por reencontrar nuestra verdadera voz. Creo también que mi primera novela, de algún modo, comparte carta de naturaleza con cierta periferia de la literatura contemporánea que no participa de ese ruido de fondo de las modas, la actualidad y el discurso vacío del mercado”, porque esta novela nos invita a repensar el planeta en que vivimos, en el que los seres humanos, demasiado animales, lo llenamos cada día con más ruido y más veneno.

“El hombre es la peor de las bestias cuando huele la sangre o el hueso de un semejante vulnerable... el ser humano lanza cada día al mercado al ser humano y le pone precio, lo clasifica y lo condena, dispone de él y luego lo desecha... El ruido de las máquinas atraviesa a menudo los bosques... Nuestro 'Mundo Libre' no sólo está 'lleno de mierda' sino también infestado de mentiras, las que cada día mastican con su pienso millones de esclavos, gente que cree haberse liberado de sus cadenas por elegir una marca de forraje o de grilletes, en este zoológico humano”.

'Del silencio' nos hace recordar por momentos al Henry Miller de Trópico de Cáncer, cuyos escenarios son las ciudades de París y Dijon.

El coloso Miller, con su voz inconfundible y su prosa lírica y filosófica, logró devolverle vida a la literatura. Y Sergi se refiere a Miller en su novela: “Trópico de cáncer, qué manera de escribir, qué arrebato de vida” al tiempo que nos adentra y nos guía, a través de su protagonista János (Jean), por esas ciudades europeas cargadas de historia y cultura, de arte, que nos embriagan con sus olores y sabores, también con su colorido y la musicalidad de sus caricias. No en vano Sergi muestra su devoción por la genialidad de Kafka, el imprescindible Chéjov o bien Dostoievski, con quien se siente hermanado en lo espiritual. Se trata de tres escritores a los que les ha dedicado prólogos y ediciones. Asimismo, reivindica a Conrad y Faulkner como sus otros pilares literarios.

“La lista sería larga, pero desde que empecé a escribir mis propios libros, fueron llegando otros autores que se han convertido en referentes, no sólo literarios, sino en algunos casos también éticos, como Steinbeck, Camus, Hrabal o Buzzati”, precisa Sergi, convencido, como Gil de Biedma, de que las influencias hay que merecerlas, “de modo que sólo puedo dar fe de mis afinidades y de mi admiración, pero no sé hasta qué punto esos maestros han calado en lo que escribo”, afirma él, que recuerda dónde comenzó a escribir su elegía 'Del silencio'. Y eso fue en Valencia de Don Juan, su refugio en España a la vuelta de un largo viaje por Europa Central.

Durante mucho tiempo, y en particular desde Madrid, León era tierra de paso para mis temporadas en Galicia o Asturias, como si este nómada fuera casi otro maragato. Sin embargo, y gracias a Virginia e Isabel, mis queridas libreras de la leonesa Valderas, me puse a escribir de veras 'Del silencio', una novela que estaba pidiendo la quietud de aquellos paisajes. Con la casita frente al río Esla me prestaron también un coche, viejo pero robusto como un percherón, así que pude recorrer a fondo y sin prisa toda la provincia durante varias semanas.

“Durante mucho tiempo, y en particular desde Madrid, León era tierra de paso para mis temporadas en Galicia o Asturias, como si este nómada fuera casi otro maragato. Sin embargo, y gracias a Virginia e Isabel, mis queridas libreras de la leonesa Valderas, me puse a escribir de veras 'Del silencio', una novela que estaba pidiendo la quietud de aquellos paisajes. Con la casita frente al río Esla me prestaron también un coche, viejo pero robusto como un percherón, así que pude recorrer a fondo y sin prisa toda la provincia durante varias semanas”.

Recuerda aquella primavera como una de sus épocas más felices como escritor, concentrado en su tarea igual que un peregrino en su camino diario. “Además de las calles y piedras solemnes de León o Astorga, entre el Bierzo, Babia, La Bañeza o Sahagún me dejaron una huella muy especial otros lugares. Pueblos, iglesias y palomares. Montañas, valles y gargantas. Bosques, praderas y pastos. En fin, horizontes y soledades que, siendo como soy hijo del Mediterráneo, me hicieron sentir en casa de un modo inesperado. En el fondo y por puro egoísmo, me alegré un poco de que León no fuera tan transitada como ciertas babilonias de hormigón y playa, ya que para mí se convirtió en un dichoso exilio interior, una esquina del mundo a la que espero poder regresar algún día por otra larga temporada, pues le sienta bien a mi espíritu y a mis letras”, evoca este escritor con espíritu aventurero, un superviviente nato, que tanto me hace recordar al gaucho Eduardo Díscoli en su odisea por la Tierra.

La literatura de viajes como la madre de la literatura

Rememora Sergi -el cual ha publicado textos en 'Viajes National Geographic' como este sobre Marruecos- que la literatura de viajes fue el primer género al que pensó dedicarse, incluso mucho antes de concebir siquiera la escritura de ficción. Aquellas primeras notas en sus cuadernos tenían siempre que ver de un modo u otro con los viajes, y sólo muchos años después empezó a considerar el cuento, la novela o el guion como otras formas de expresar sus ideas, búsquedas y dudas acerca de la condición humana.

“En ese sentido, 'Variaciones sobre Budapest' (La línea del Horizonte, 2017) cerró un círculo que llevaba décadas pendiente, pero la idea y la experiencia del viaje recorren todos mis libros, también el de relatos, la novela y el poemario. Y no sólo por mi peculiar modo de vida, sin domicilio fijo desde hace una década y de refugio en refugio a la búsqueda de tiempo y espacio para la creación literaria, sino por mi visión del mundo. A veces no tengo del todo claro si soy un nómada que escribe o un escritor que viaja, pero poco importa ya la diferencia... Siendo honesto y aunque no haya ficción en sus páginas, creo que 'Variaciones sobre Budapest' es una propuesta mejor acabada que mis anteriores libros”, detalla Sergi, que, como buen apasionado de las esencias leonesas, ha leído a Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez, José María Merino y Antonio Pereira, “quizá el menos reconocido de esos cuatro defensores del filandón, pero cuyos cuentos siempre he preferido”. Y sobre todo muestra su entusiasmo por Julio Llamazares, que es, en sus propias palabras, su narrador leonés favorito, “quien me ayudó a mirar el paisaje como un espacio simbólico en el que literatura y memoria se funden”. Tanto es así que Sergi le hace un guiño al autor de 'Escenas de cine mudo' en su novela 'Del silencio': “Noviembre ha convertido el paisaje en una película en blanco y negro, como si los colores de las cosas se hubieran esfumado, igual que en la pantalla de un cine”. En este sentido, Sergi deja constancia en su novela, a través de su narrador János, de sus gustos cinematográficos: Dreyer, Bergman, Fellini, Truffaut, Tarkovski, Alain Resnais, Buñuel, Chaplin... Y de paso los literarios: Marco Aurelio, Mary Shelley, Albert Camus, Céline... Y aun los musicales: Ligeti, Bartók, Leonard Cohen, Los Beatles, los Doors...

En cuanto a poetas españoles, sus favoritos son Antonio Colinas y Antonio Gamoneda. Curiosamente leoneses, aunque a Gamoneda lo nacieran en Asturias.

“Releí a Colinas muy cerca de la muralla etrusca de Perugia, en su querida Italia, y regresé a menudo a la poesía de Gamoneda por ver si se me pegaba algo mientras intentaba escribir la mía, pero no hubo manera. De uno y otro me llega de forma muy especial su equilibrio entre fondo y forma, como una suerte de decantación natural del mosto de la vida en un vino que destila autenticidad”.

Asimismo, recuerda con agrado las crónicas viajeras de Jesús Torbado y muchos pasajes de los diarios de Andrés Trapiello, “aunque sea ya un autor más madrileño que de cualquier otra parte”, afirma el creador del poemario 'Gavia', que escribiera, según él, por una necesidad de búsqueda personal, aunque siga sin considerarse poeta.

“Durante mis paseos por la provincia de León, por cierto, escribí un poema en prosa que no es nada del otro mundo, pero que me transporta de nuevo a aquella buena tierra”, aclara Sergi, que dice que de Juan Carlos Mestre le faltan lecturas; sin embargo, es una laguna suya que espera drenar.

“De autores menos veteranos he leído cosas sueltas, como de Rafael Saravia (otro leonés a quien, como a Merino, 'le nacieron' fuera), Ruth Miguel, Felipe Zapico, Luis Artigue, Vicente Muñoz Álvarez o el coyantino Elías Gorostiaga. Tengo pendientes 'Hijos del carbón', de Noemí Sabugal, y 'Pájaro del Noroeste', de Marta del Riego, con los que quizá pueda hacerme mejor idea del contexto y la naturaleza de León. Me quedo, de todos modos, con la lucidez de los cuentos de Pablo Andrés Escapa y la hondura sin afectación de la poesía de Luis Miguel Rabanal, dos autores que me despiertan una gran afinidad”, glosa el autor de 'Agua dura' (Ediciones del Viento, 2013), que es “un libro de aprendizaje” con cuentos como 'Islandia' o 'Propiedad privada', donde 'asoman' las claves de su literatura.

“A veces he escrito como si rodara en mi cabeza una 'road movie', como en 'Islandia', aunque luego el proceso creativo fuera por completo literario, sustentado sobre todo en el lenguaje. Pero en otras ocasiones escribo muy condicionado por mi faceta de guionista, como en 'Propiedad privada', donde de forma deliberada quise ser un poco más directo con ese lenguaje y apoyarme en el 'story board' del cuento... 'Propiedad privada' es, además, un tributo más o menos velado a 'The Shining', tanto a la novela de Stephen King (1977) como a la película de Stanley Kubrick (1980)... Una de las mayores satisfacciones que me ha traído 'Agua dura' ha sido tener noticia de cómo varios lectores y críticos descubrían en mis relatos una suerte de temperatura afín a otros escritores, como Faulkner, Hamsun, McCarthy o Henry James, pero también al cine de directores como Jarmusch, Wenders o Herzog, por ejemplo”, declara Bellver, cuya pasión por la literatura comienza con la lectura, que descubriera por su cuenta y riesgo, pues no tuvo, según él, esa clase de estímulos en casa.

“Aparte de lo que mandaban las tareas escolares, recuerdo las 'Novelas ejemplares' de Cervantes, una versión juvenil de 'Robin Hood' o varios cuentos de Chéjov como mis primeras lecturas de veras voluntarias y gozosas, en la frontera entre la niñez y la adolescencia. Aunque escribí un par de relatos a los dieciséis años, siempre me gustó enviar cartas manuscritas y tomé notas en mis primeros viajes cuando dejé la casa del padre, lo cierto es que soy de vocación tardía, pues no me la planteé hasta muy pasada la mitad de la treintena. Supongo que me llevaron a ello dos décadas de lecturas y una pulsión por abrirme al mundo con la palabra, pero no me puse a escribir en serio hasta entonces, cuando por fin sentí que tenía 'algo que decir' y podía dar con la mejor manera de hacerlo”, explica, consciente de que cada uno de sus trabajos en torno al mundo del libro y la literatura -ya fueran para una editorial, en una antología, publicando reseñas en los medios, de cara al público en la Feria del Libro de Madrid o dando clases de escritura creativa-, le han hecho aprender muchas cosas y, sobre todo, le han ayudado a ampliar su perspectiva sobre el oficio, “pero han sido, son y serán justo eso, trabajos para poder seguir con mi vocación, que es la escritura”, expresa este narrador viajero al que le sorprendió el confinamiento durante las primeras semanas de la pandemia -cuando la situación todavía no había golpeado de pleno en España-, en Marruecos, donde tuvo que quedarse cuatro meses más de lo previsto en la medina de Marrakech, “una experiencia tan inesperada como edificante, pues me ayudó a redefinir y cuestionar varias cosas que daba por sentadas... como que 'todos íbamos a salir mejores después de esto', que seríamos más conscientes en relación al planeta y más empáticos con el prójimo. Por desgracia, ya ha quedado claro que, en lo individual o en pequeños colectivos, el ser humano puede ser una criatura admirable, pero como especie somos un virus insaciable y destructivo”.

Releí a Colinas muy cerca de la muralla etrusca de Perugia, en su querida Italia, y regresé a menudo a la poesía de Gamoneda por ver si se me pegaba algo mientras intentaba escribir la mía, pero no hubo manera. De uno y otro me llega de forma muy especial su equilibrio entre fondo y forma, como una suerte de decantación natural del mosto de la vida en un vino que destila autenticidad.

A partir de esta experiencia en Marrakech, compuso su segundo cuaderno de viajes, un libro muy personal sobre Marruecos.

Se lamenta de que aún no hemos dejado atrás este frenazo global del destino y ya estamos metidos en otra espiral de miedo e incertidumbre, “esta vez provocada sólo por la ambición y la estupidez del género humano”.

En estos momentos, además del cuaderno de viajes marroquí y la versión catalana de su novela 'Del silencio', está terminando el ensayo titulado 'Blanco móvil', en el que, con su vida nómada como armazón del texto, reflexiona sobre la vocación artística, la literatura y otros temas, que publicará este mismo año, “todo esto, claro está, siempre que nos dejen los virus, los tiranos y cualquier meteorito al acecho”, reflexiona Bellver, que está deseando volver a Castrillo de los Polvazares para 'calzarse' otro cocido maragato.

Entrevista breve a Sergi Bellver

“Ni siquiera sé si soy una buena persona, pero estoy seguro de que no podemos aspirar a nada mejor que eso”

¿Qué libro no dejarías de leer o leerías por segunda vez?

Ya he leído varias veces 'El corazón de las tinieblas', 'Las uvas de la ira' o 'El desierto de los tártaros', entre otros. No es por llevarle la contraria al poeta, pero me gusta volver a los lugares donde fui feliz.

Un personaje imprescindible en la literatura (o en la vida).

Chéjov, que parecía en sí mismo un personaje de Chéjov.

Un autor o autora insoportable (o un libro insoportable).

Cualquier pedante o charlatán que esté más pendiente de venderle motos al prójimo que de escribir buena literatura.

Un rasgo que defina tu personalidad.

La intensidad, para lo bueno y lo malo, aunque se modera con el tiempo.

¿Qué cualidad prefieres en una persona?

Me atraen la generosidad y la nobleza, pero hay otra que valoro incluso en el enemigo: la honestidad. Casi todo lo demás es negociable.

¿Qué opinión te merece la política actual? ¿Y la sociedad?

Por desgracia, la política suele ser tan deshonesta y miserable que apenas deja espacio para que la buena gente respire. En una sociedad más confundida y acelerada que nunca, parece que sólo podemos cambiar algunas cosas a nivel local, cada uno en su pequeña comunidad, pero por algo se empieza.

¿Qué es lo que más te divierte en la vida?

Viajar, a ser posible sin fecha de vuelta cerrada.

¿Por qué escribes?

Si lo tuviera demasiado claro lo más probable es que dejara de escribir, pero supongo que me mueve cierta búsqueda de sentido, consuelo y libertad.

¿Crees que las redes sociales, Facebook o Twitter, sirven para ejercitar tu estilo literario?

No es mi caso, pues reservo la tarea literaria para mis libros. Las redes sociales son el paradigma del ruido de nuestro tiempo (sobre todo Twitter, donde ya no tengo cuenta), pero también una herramienta que, bien utilizada, ayuda a tender puentes con los demás.

¿Cuáles son tus fuentes literarias a la hora de escribir?

Un puñado de grandes obras que nunca pasan de moda, quizá porque nacieron de lugares tan ciertos en el corazón humano como la soledad, el miedo o la compasión.

¿Escribes o sigues algún blog con entusiasmo porque te parezca una herramienta literaria?

Antaño era bastante activo en ese aspecto, pero hace mucho que dejé de escribir y leer en blogs o revistas digitales. Con todo lo que aún me queda por conocer y aprender en literatura, prefiero centrarme en los libros y limitar mi tiempo delante de una pantalla a lo indispensable.

Una frase que resuma tu modo de entender el mundo.

“No reconozco otro signo de superioridad que la bondad”, dicen que dijo Beethoven. Ni siquiera sé si soy una buena persona, pero estoy seguro de que no podemos aspirar a nada mejor que eso.

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