Los primeros 100 años

Belarmino y Natividad

Luis Álvarez Pérez

La pedanía de Caboalles de Abajo rindió homenaje a su vecino centenario Belarmino Rodríguez Cosmen, con diversos actos programados por la Junta Vecinal a lo largo de este domingo, como muestra de cariño y respeto para quién ha sido vecino de la localidad durante 60 años.

Después de una jornada intensa, con misa cantada por el coro, un aperitivo en la casa del pueblo y una comida con varios invitados, familia y amigos. Belarmino se mostró agradecido y “profundamente feliz”, como nos aseguró su esposa a poco de regresar a casa después de media tarde.

Belarmino “el fontanero”, como es popularmente conocido en el pueblo, no en vano ese ha sido su oficio durante casi toda su vida. Nació al otro lado del puerto de Leitariegos en la localidad de Lindota, en el concejo de Cangas de Nancea, un 7 de octubre de 1918.

Según el mismo explica su vida no tuvo en los primeros años muchos sobresaltos hasta la guerra civil, para la que fue movilizado joven con 18 años. Pasada la contienda y licenciado regresó a casa y como era habitual en aquellos tiempos cogió su hatillo y se fue a tratar de ganarse la vida en Madrid, con un tío que tenía una casquería.

Pero a él lo que le tiraba era la fontanería y aprendió el oficio. Madrid le dío lo que buscaba y además le puso frente a él a Navidad Díez, su esposa, de Fonsagrada (Lugo), que sin la capital como marmita de aleación casamentera difícilmente se hubiesen conocido. Con esos dos asuntos resueltos se decidió a venir a Caboalles, “acababan de poner en marcha el abastecimiento de agua domiciliaria en el pueblo”, era una oportunidad de negocio para su trabajo.

Sus padres ya vivían en el pueblo de Caboalles regentando un bar, que se llamaba lo mismo que su localidad natal “Lindota” y “los avatares de la vida así lo decidieron”, tan sólo tres días después de casarse con Natividad, en Madrid el día 10 de agosto de 1958, llegaron a Caboalles donde han permanecido hasta la fecha.

Si lo de alcanzar los 100 años le hace sentirse “afortunado”, el hecho de permanecer casado y junto a su esposa durante 60 años, ya no es cuestión de fortuna, es cuestión de méritos propios y de saber convivir con la persona elegida superando las dificultades que se puedan presentar. Algo que empieza a escasear en estos tiempos de prisas y socialización digital.

Gracias a sus manos y su labor profesional muchos de los vecinos de Caboalles de Abajo supieron lo que era disponer de una cañería y grifos para tener agua en casa sin tener que ir a buscarla a la fuente o contar con una calefacción de las de antes, sin bombas para hacer circular el agua ya que esta lo hacía por su propio peso con el circuito bien diseñado por la profesionalidad de “el fontanero”. Y los mineros de Hullas del Coto Cortés e Hijos de Baldomero García recibieron el lujo de tener cuartos de aseo en su trabajo para poder regresar a casa duchados y limpios. No es de extrañar por tanto, que aunque solo sea por gratitud se merezca este homenaje. No solo por eso, su forma de ser bonachona y su integridad humana le han dado el cariño y aprecio de sus convecinos del que le han dado muestras sobradas en ese recordatorio del domingo, que se va a repetir otras dos veces más los días 14 y 19 de este mes, por parte de algo más de medio centenar de vecinos con una merienda y sus compañeros de la asociación de pensionistas “La Chaniecha”, que incluso piensan además en un baile.

Este tipo de personas, que sin alardear, sin decir nada excepcional ni llamativo, son capaces a dar una lección de vida en cada gesto, en cada momento, en cada hecho de su dilatada existencia. Se merecen sobradamente todo el reconocimiento y el recuerdo de sus convecinos. Como el de los niños, que según recordó por la mañana, estando trabajando en una casa vieja en Caboalles, reparaba unas tuberías en la buhardilla cuando aparecieron tres niños sigilosos “a donde vais, si esto está lleno de polvo y telarañas nada más”, “Chiss, calla que venimos a buscar el tesoro de la abuela”, la única vez, que por tener al fontanero en casa la abuela había dejado abierta la puerta de la “cueva de los tesoros”, permitiéndoles el acceso.

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