La cita previa y la tomadura de pelo
No hay mejor detector de vagos y diletantes: donde a estas alturas mantienen la cita previa para atender al ciudadano es porque no tienen la menor intención de dar servicio, y aprovechan los estertores de la pandemia para prolongar un poco más la dolce vita que proporciona la cita previa.
Otro día, para echarnos unas risas, hablaremos de quiénes conocen el momento exacto en que se liberan los huecos libres para los próximos días y semanas, y hasta podemos hacer un par de comentarios sobre pro qué, en muchas ciudades españolas, hay locutorios donde te venden una cita inconseguible por unos pocos euros.
La corruptela, es sencilla: alguien de la administración avisa a alguien de ese locutorio de cuándo se liberan los espacios libres y en el locutorio, con múltiples documentaciones, se copan los huecos para después revenderlos. Esto no siempre es posible, porque algunas administraciones dan las citas nominales, e intransferibles, pero hay otras que no se preocupan de ello y permiten que yo le ceda mi cita a mi hermano, o a un desconocido, y ahí está el agujero.
Pero no se trata de picaresca. O al menos, no es la picaresca el principal problema. El problema es sistémico y hasta se estudia en organización de empresas. Lo explico brevemente: si es el ciudadano el que decide cuándo va a acudir a la administración a hacer una gestión, entonces el ciudadano decide cuándo va, y se arriesga a ser atendido o a hacer una cola, si más personas eligieron la misma hora que él. Pero en todo caso, cuando uno termina, es el turno del siguiente, y quien atiende al ciudadano trabaja todo el tiempo, salvo que la cola se termine.
En cambio, si es la administración la que determina las citas, la gente tiene que ir cuando le manden, y los intervalos entre cita y cita, generan grandes espacios ociosos. Además, la persona que atiende a los ciudadanos, o su administrador, puede crear intervalos vacíos a voluntad, por el simple procedimiento de reservar horas a sabiendas de que nadie acudirá. Un servicio cualquiera, que antes atendía a cien personas en un día, atiende ahora cómo máximo a sesenta, simplemente dividiendo las seis horas de atención al público en intervalos de diez minutos, aunque se sepa que muchas, muchísimas gestiones, son entregar un recibo, o similar, y no duran más allá de los noventa segundos.
En resumen, sin cita previa, el ciudadano es atendido y quien le da servicio, tiene que estar en su puesto en todo momento. Con cita previa, es el trabajador el que determina el número máximo de personas que va a atender, y determina cuándo lo hará, que será cuando a él le convenga y no cuando te convenga a ti.
De hecho, el tema es tan grave que puede incluso ser objeto de reclamación por incumplirse el principio de servicio efectivo a los ciudadanos, simplicidad, claridad y proximidad que las Administraciones Públicas deben de respetar en su actuación según el artículo 3 de la Ley 40/2015.
¿Pero creéis que alguien se acordará de aplicar esa Ley? ¿Servicio efectivo? ¡Venga ya! Y mira que, afortunadamente, en León ya te van atendiendo en casi todas partes sin cita previa. Pero aún quedan algunos... ¡Y es de traca!
Javier Pérez es un escritor leonés que ha ganado, entre varios, el premio Azorín en 2006 y el Ciudad de Badajoz en 2011, y ha publicado 16 libros. El último 'Catálogo informal de todos los Papas'