El Hotel Santiago de León, el 'arca de Noé' para pacientes Covid que no tienen dónde pasar la cuarentena
Cristian Barbero, de 30 años, llegó al Hotel Vinci de Salamanca el miércoles pasado. Se registró y subió a una habitación, en la que ha permanecido hasta ahora. Tan solo ha salido dos veces de ella para ir al hospital. Él es uno de los 15 contagiados de Covid-19 que pasa el confinamiento en un hotel, gracias a las llamadas “arcas de Noé”, un proyecto de la Junta de Castilla y León para personas que, bien por falta de recursos o por imposibilidad de hacer un confinamiento seguro en casa, se quedan en hoteles guardando la cuarentena.
En total son nueve los establecimientos habilitados en la comunidad autónoma: uno por cada capital de provincia, con este fin, aunque la Junta se plantea ya ampliarlo a otras ciudades. El Hotel Santiago en León, el Acueducto en Segovia, el Roma en Valladolid, Leyendas en Ávila, Cadosa en Soria, Don Sancho en Zamora, Hotel Norte en Burgos, Rey Sancho en Palencia y el Vinci en Salamanca.
Al llegar al hotel, el personal da a los huéspedes un kit de higiene personal y otro de limpieza para que puedan ocuparse de la habitación durante su estancia. De media se quedan diez días, aunque desde la Consejería de Familia explican que los convalecientes podrán quedarse hasta dar negativo en las pruebas.
El plan cuenta con una financiación de entre uno y tres millones de euros, que se destinan para reservar habitaciones con antelación y para pagar la manutención de los usuarios en el tiempo que están allí. En total la Junta ha reservado unas 270 habitaciones hasta el mes de diciembre, aunque fuentes del ejecutivo autonómico señalan que el proyecto se extenderá durante unos meses más debido al recrudecimiento de la pandemia.
“Son pacientes asintomáticos o con sintomatología leve”, explica Pablo Arma, director de Arma Hoteles y responsable del Hotel Santiago de León, uno de los alojamientos adheridos. “Durante esos días los pacientes tienen que estar aislados en su habitación. Nosotros les proporcionamos toallas y sábanas limpias cada día, además de tres comidas”, señala Arma. Para este empresario directivo hotelero, que ya puso a disposición de la Junta uno de sus hoteles para alojar personal sanitario en la primera ola de la pandemia, el acuerdo es, sobre todo, una forma de echar una mano.
“La compensación que recibimos no es mucha. No es un negocio y no vamos a ganar dinero con ello, pero sí nos sirve para cubrir los gastos que supone tener un hotel cerrado”, explica el leonés por teléfono. La Junta paga 39 euros al día por las habitaciones reservadas y 64 por cada una de las que están ocupadas con pacientes. A cambio y de manera general los hoteles no pueden alojar a otro tipo de clientes.
En ese último es en el que Cristian hace su cuarentena desde el miércoles pasado. Está de obras en casa y no podía quedarse con su madre como había estado haciendo hasta entonces. La primera noche después de dar positivo se pagó un hotel de su bolsillo, pero finalmente la Junta le derivó al hotel salmantino. El funcionamiento es sencillo. Comunicó en atención primaria que no podía quedarse en su casa, los médicos avisaron a un trabajador social y este se puso en contacto con Cruz Roja. La asociación le trasladó al hotel. En caso de que la familia del paciente esté en situación de vulnerabilidad, explica Cruz Roja en un comunicado, también les atienden.
Cristian está encantado con el trato que ha recibido. “Es espectacular. Todos los días con el desayuno recibo una notita dándome ánimos”, cuenta por teléfono con la voz tomada. No ha coincidido con ninguno de los trabajadores directamente, porque no puede mantener contacto con ellos. Tiene una mesita en la puerta y allí le dejan la comida con cubertería de un solo uso. Cuando termina de comer la vuelve a dejar y los trabajadores la retiran y se deshacen de los restos.
Aunque su sintomatología es leve, arrastra una neumonía bilateral que le impide respirar con normalidad. Mientras habla se fatiga. A pesar de no tener quejas de la atención del hotel y de reiterar en varias ocasiones su agradecimiento durante la conversación, sí que echa de menos que algún enfermero haya ido a ver cómo evoluciona. Cada dos días recibe una llamada de su centro de Salud, pero a veces siente que no es suficiente. El sábado, de hecho, tuvo que llamar a una ambulancia que le trasladó a urgencias después de encontrarse peor.
Cada día tiene que tomar cinco pastillas. Tiene un inhalador que utiliza cuando se le complica la respiración y se administra él mismo la heparina vía intravenosa. También se controla el oxígeno en sangre y la fiebre. “Sí que hubiese esperado un poco más de atención médica, pero entiendo que la situación es complicada”, sentencia. La soledad, además de la enfermedad, también se hace cuesta arriba.
No puede recibir visitas, aunque varios amigos se han acercado para saludarle por la ventana. “Todos los dóas a las 20.00 se acerca alguien para que le vea”, cuenta. También habla con ellos a diario por teléfono o mediante videollamada. Mientras, en la habitación 101 del hotel Vinci intenta pasar el tiempo como puede. “Me traje un libro y un ordenador para ver películas, pero tampoco tengo fuerzas para mucho más”.
Con la voz cada vez más débil después de varios minutos de conversación, Cristian saca fuerzas para hacer un alegato. “Esto no es una broma. Me tuvieron que pinchar en las arterias para ver el oxígeno en sangre; eso duele más que una PCR. Es una enfermedad grave. Por favor, pido a todo el mundo que lleve cuidado.