Juan I: el desconocido y controvertido último rey de León, Galicia y Sevilla

Sepulcro en la Catedral de Burgos del infante Juan, que se proclamó Rey de León entre 1296 y 1300.

Jesús María López de Uribe

Rey coronado de León durante cuatro años, pero llamado el Usurpador por la historiografía castellana. El infante Juan, hijo de Alfonso X, señor de Valencia de Campos (hoy Valencia de Don Juan), puede ser considerado el último rey de León entre 1296 y 1300 por causa de una de las constantes guerras civiles que jalonaron la historia de las dos coronas mancomunadas, la leonesa y la castellana, desde que su hermano Sancho se enfrentara a su padre.

Un controvertido personaje que desconocen de su existencia muchísimos leoneses. Para encontrarlo en los estudios de Historia, hay que localizarlo actualmente como Juan de Castilla el de Tarifa, pese a que en su propio emblema no tenía ningún castillo, sino que era una cuartelada “en el primero y cuarto, de plata con León púrpura, y en el segundo y tercero, de oro con Águila de Sable” (el negro en heráldica). Sin embargo, se hizo enterrar –tras su muerte por colapso nervioso en una bochornosa derrota saqueando el reino de Granada–, en la Catedral de Burgos. Aunque en un principio había dejado dicho que en la de Astorga, prefirió una con “más prestigio” mostrando hasta en su muerte su carácter voluble y caprichoso.

Rey de León coronado, sí. Por el obispo de León en abril o mayo de 1296, pero sin convocar Cortes que lo proclamaran. El infante Juan era un personaje peculiar, muy ambicioso y poco apegado a respetar a sus parientes. Miembro de una familia real –hijo de Alfonso X, nieto de Fernando III y bisnieto de Alfonso IX de León–; que era completamente disfuncional, con unos problemas internos que darían capítulos y temporadas de una serie de televisión política completamente increíble... demostrando que la Historia supera siempre a la ficción. De hecho, uno de sus tíos, Fadrique, fue ajusticiado por ahogamiento (dicen que con el primer garrote vil de la historia) por su padre... que tiró sus restos a un estercolero al acusarlo, posiblemente en falso, de conspirar contra él.

Y hermano del que fuera rey de León y de Castilla, su hermano Sancho IV, que intentó arrebatarle la corona a su progenitor en una cruelísima guerra civil en la que el monarca supuestamente sabio llegó a vender su corona de oro a los benimerines para combatirle (por lo que no pudo heredarla y por lo que es completamente errónea habérsele adjudicado la de Sancho con castillos, doscientos años posterior, a Alfonso VI como defiende sin motivo histórico el escultor Amancio González en la tumba que creó para él en Sahagún).

En esta primera guerra civil de la Corona de Castilla y de León –aunque ya hacía unos años su tío Enrique el Senador había tenido veleidades con el Regnum Legionensis en contra de su padre Alfonso–, se mostró la voluble voluntad y la falta de lealtad de Juan Alfónsez. Con 20 años había apoyado a su hermano Sancho en despojar de poder político a Alfonso X, que en aquellos tiempos mostraba signos evidentes de locura y estallidos de ira acrecentado por el dolor que le producía un tumor cancerígeno en su cara, contradiciendo su sobrenombre de Sabio; pero un año más tarde se pasó al bando paterno, llegando a arrebatar a su hermano rebelde Mérida en 1283.

Todo para que muriera Alfonso Fernández –el numerado como décimo rey de los territorios leoneses y castellanos– un año después, en 1284; y subiera al trono Sancho, obviando que su padre había concedido en su último testamento un reino en favor de los hijos de su primogénito fallecido, Fernando de la Cerda. Lo que traería cola once años después, a su muerte. Tras haberse alzado como monarca sin respetar la voluntad de su padre, dejó un hijo menor de edad (el que sería Fernando IV) a cargo de la reina consorte, María de Molina, a la que se la criticaba intensamente; y tras haber encarcelado a Juan en 1288 por conspirar contra él y haber dado muerte al mayor aliado de éste, su suegro, Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya. Se tenía que liar, y se lió.

Juan I de León

Es entonces, en 1296, cuando se lía parda en la sucesión de Fernando Sánchez, el heredero de diez años del rey fallecido pero que no tenía la legitimidad papal. Alfonso de la Cerda utiliza sus derechos de sucesión, acusando al niño de no ser heredero legítimo, para intentar ser él rey de Castilla y de León apoyándose en el monarca de Aragón; con el que inicia una invasión. En ese momento el infante Juan, presto a conspirar siempre que podía, se alía con el de Portugal y acuerda con el De la Cerda repartirse el territorio, proclamándose en primavera en la capital leonesa –con el concurso al parecer del obispo legionense que lo coronó en misa–, a su vez rey de León, Galicia y Sevilla. Solar en el que, teóricamente, estaría la actual Extremadura representada en el reino de Badajoz, los dos últimos territorios que le prometió también su padre en testamento como reinos para él.

Alfonso de la Cerda sería coronado en Sahagún como rey de Castilla.

Pero salió mal. Lo explica Ricardo Chao en su blog Corazón de León: “El rey de Aragón envió un ejército comandado por Pedro, su hijo menor, que fue devastando todo lo que encontraban a su paso, y que se reunió con don Juan en la ciudad de León [...]. planearon que su siguiente paso sería tomar Burgos, pero finalmente Juan convenció a los coaligados de la conveniencia de atacar Mayorga. Juntos cercaron la villa durante todo el verano, e incluso el rey de Portugal se dirigió hacia allí para ayudarles, pero durante ese tiempo sufrieron la peste. Una de las víctimas mortales fue el infante aragonés: sus tropas recogieron su cuerpo y regresaron a Aragón, por lo que Juan y Alfonso abandonaron el cerco y fueron a Salamanca al encuentro de Dionisio I, el rey de Portugal, para convencerlo de atacar Valladolid, donde se encontraban Fernando IV y su madre. El portugués accedió, pero la diplomacia de María de Molina y las deserciones de algunos nobles le hicieron desistir y regresó a su reino”.

Chao continúa:

Don Juan volvió a León, y la reina regente propuso a sus nobles que asediaran la ciudad, pero ellos se opusieron, así que tuvo que contentarse con cercar la villa de Paredes, donde estaba doña María [nota: la hija de Lope Díaz de Haro], “mujer del infante don Juan, que se llamaba reina de León”. Dicen las crónicas que las huestes agresoras no ponían mucho empeño en tomar la villa, a pesar de que dispusieron de todo tipo de máquinas de guerra. Además, la regente también tuvo que sufrir deserciones como la del gallego Fernando Rodríguez de Castro, que se pasó a las filas de don Juan, por lo que finalmente levantaron el sitio y regresaron a Valladolid. A pesar de este revés, María de Molina demostró una vez más sus grandes dotes diplomáticas al lograr que el rey de Portugal aceptase el matrimonio de Fernando IV con su hija Constanza, con lo que los portugueses abandonaron el partido de Juan de León y comenzaron a apoyar militarmente a Fernando IV y a su madre. Con esta ayuda invadieron los territorios de Juan I, quien se vio recluido en la capital leonesa.

Cuatro años duró el Reino de León como independiente, pero no llegó a consolidar su poder. Incluso María de Molina lanzó a Guzmán el Bueno contra el último monarca leonés, ya que eran grandes enemigos al haber estado éste en una de sus conjuras aliado con el sultan de Fez en el episodio de Tarifa en el que mataron a su hijo. De hecho fue Juan quien amenazó con matarlo delante del noble que defendía la fortaleza y a él le tiró el famoso cuchillo. Es decir había una fortísima animadversión entre uno de los considerados por los leoneses héroe más importante de su tierra, contra el que casi nadie conoce como último rey de la misma.

Acuñó moneda

Eso sí, como Juan I de León llegó a acuñar moneda. Dicen que de escasa calidad y que hoy en día la historiografía actual la considera como “una falsificación para perjudicar al bando realista”. “Don Juan la acuñó en León y en Castrotorafe, y la Crónica de los Reyes de Castilla dice que sus monedas eran idénticas a las de Fernando IV, pero con un valor en metal muy inferior, y que con ellas 'confondieron toda la buena moneda de este rey don Fernando, é por esta razón toda la tierra fue en grand turbamiento, lo uno porque la moneda non la conoscian los omes, lo otro porque pujaron las cosas á muy gran prescio'. Sin embargo, también acuñó moneda en su nombre, pues existen decenas de ejemplares con un león pasante en el reverso y la leyenda '+I(OHAN) REX LEGIONIS/+ET LEGIONIS'. Es decir, tenemos la constancia de que Juan se consideró rey de León con todas las de la ley, llegando al atrevimiento de acuñar moneda, que era un privilegio reservado a la realeza (aunque lo podía delegar en monasterios u obispados)”, cuenta el divulgador Ricardo Chao.

Éste en su libro Historia de los Reyes de León (que subtitula 'De Pelayo a Juan I') se refiere al final de este fugaz retorno del Reino de León a la línea histórica política así:

En abril del 1300 se convocaron cortes en la ciudad de Valladolid, con la principal finalidad de obtener fondos para que el Papa reconociera la legitimidad de Fernando IV, ya que era hijo de un matrimonio [considerado] ilegítimo. A las cortes acudieron el mayordomo y el canciller de Juan I; tras unas cortas negociaciones y cumpliendo con el mandato de su señor, acordaron que Juan renunciaría a la corona leonesa y que reconocería a su sobrino Fernando IV como su legítimo rey, a cambio de recibir el gobierno de varios lugares (Mansilla, Paredes, Medina de Rioseco, Castro Nuño y Cabreros) y recibir las rentas de su rango.

Acababa así su aventura regia, que había durado cuatro años, durante los cuales la separación entre León y Castilla fue una realidad palpable que además tuvo visos de convertirse en definitiva ante la intervención de potencias extranjeras.

Durante esos cuatro años, al que se puede llamar Juan I de León, acuñó moneda y también emitió numerosos documentos, en los que se intitulaba 'Rey de León, de Galliçia, de Sevilla'. Sólo uno se conserva (Archivo Histórico Nacional) porque, tras la renuncia, María de Molina envió cartas a los concejos ordenando que le remitieran todos los diplomas emitidos por Juan. Otra 'Damnatio Memoriae'.

La 'damnatio memoriae' del reino leonés

Esta práctica que sufrió Juan como rey leonés [que significa en latín “condena de la memoria”], y el mismo reino legionense olvidado por la historiografía castellanista del siglo XIX y XX –haciendo desaparecer tres siglos de la historia medieval hispánica pasando de Asturias directamente a Castilla, cosa que, aunque los historiadores actuales van corrigiendo, todavía perpetúa la Junta de Castilla y León incluso en los exámenes de selectividad–, es la que ha provocado que pase a la historia como Juan de Castilla el de Tarifa o como el Usurpador. El primer apelativo, con mucha mala baba, puesto que lo fue por ir en contra de los cristianos en una de sus múltiples alianzas contra el poder establecido (y matar al hijo de Alonso de Guzmán). El segundo, si añadimos que también lo denominan el Espurio, habla por sí solo.

El profesor de Historia del Arte de la Universidad de León, César García Álvarez, explica este proceso de hacer desaparecer lo que no interesa: “La damnatio memoriae es el conjunto de acciones destinadas a dañar la memoria e imagen de una persona, generalmente tras su muerte o caída en desgracia, por parte de sus sucesores o enemigos políticos. Se tiene constancia de ella desde las civilizaciones antiguas”. De hecho se puede datar esta práctica desde el Antiguo Egipto y en Mesopotamia, miles de años antes de Cristo, y fue muy común en Roma.

¿Pasó en el Reino de León? Para García Álvarez no. “Que yo sepa en el Reino de León no hay casos así, porque hay un sentido de continuidad dinástica y regia fuerte”, apunta.

¿Pero pasó con el Reino de León una vez tomó el mando Castilla? Pues sí, mentira tras mentira para ocultarlo que continúan a día de hoy: “Yo creo que se ha aplicado al reino de León en su conjunto. La historiografía ha condenado al ostracismo al Reino entero”, critica.

La cuestión es si se puede revertir este tipo de procesos, y conseguir que se enseñen tres siglos enteros de la Edad Media en nuestro país, con la primacía leonesa. El profesor experto en simbolismo, sí cree que se puede revertir. “Pasó en Egipto con Akhenatón y después Tutankhamon. Pero no es muy frecuente”.

¿Cómo hacerlo? ¿Será misión imposible? En teoría para él es sencillo: “No lo es. Basta con ser fiel a la realidad histórica. Y eliminar el ninguneo sistemático a que se ve sometido”.

Pero para eso, como siempre, es necesaria la voluntad política.

El infante Juan: una vida de conjuras tras renunciar a la corona leonesa

Juan de Castilla (de nuevo tras renunciar a la corona de León), fue un conspirador nato. Un traidor a su palabra, un hombre rico y poderoso –conservó siempre grandísima influencia entre la nobleza gallega, leonesa, extremeña y sevillana– obsesionado fundamentalmente con dominar a los dos reyes niños con los que le tocó convivir (Fernando IV y su hijo, Alfonso XI) y, sobre todo, con recuperar para su mujer, María Díaz de Haro, el señorío de Vizcaya que habían perdido por culpa de su aventura regia.

Era todo un prenda terriblemente orgulloso de sí mismo, que siempre ponía por delante su condición de familia real (y antiguo monarca) para ascender, recuperar el poder (en 1302 ya estaba otra vez en la pomada) o liarla parda cada vez que podía. Fueron casi veinte años más de alianzas y enemistad, perdones y favores, traiciones, cambios de bando y pactos ocultos, con todos los grandes nobles: Juan Nuñez de Lara (padre e hijo), Diego López de Haro, su primo don Juan Manuel o su sobrino el infante don Pedro entre otros muchos. E incluso con su mayor enemiga, María de Molina, que en alguna que otra ocasión intercedió por él para salvarlo de una muerte segura. Tan importante era y tan listo para sobrevivir, como poco eficaz fue en conseguir sus pretensiones más deseadas. Todos le necesitaban y nadie se fiaba de él. Nada raro en realidad, puesto que era la circunstancia más común entre todos los personajes de la alta nobleza leonesa y castellana de aquella época, que fue tremendamente convulsa dejando al Viejo Reino de León casi como una balsa de aceite política en comparación con las luchas intestinas de las dos coronas mancomunadas que supuso el ascenso imparable de la nobleza sobre los derechos del pueblo llano que tanto protegieron los monarcas legionenses.

“Era un pieza, un conspirador y una persona que faltaba constantemente a su palabra para intentar conseguir el mayor poder posible en la situación que fuera”, explica la medievalista Margarita Torres. “Ni el mismo se creyó sus pretensiones, y tampoco concitó grandes apoyos entre los leoneses, no al menos como el más querido de los reyes, y volvió pronto al redil para seguir conspirando. Hay que tener en cuenta que el paso del siglo XIII al XIV en León y Castilla es un momento de querellas civiles muy mal encajadas, culpa todo del testamento del nefasto Alfonso X, por mucho que le llamen el sabio; que en lugar de dejar las cosas claras, que podía haberlo hecho si hubiera querido, las dejó todas enrevesadas”.

Ciertamente el señor de Valencia de Campos, no era la persona más fiable. Había aprendido todas las malas artes sobreviviendo dentro de su intrigante peligrosa propia familia. Y, con su actitud (o la que ha quedado para la Historia) de idas y venidas, traiciones y veleidades políticas, puede que no sea tan desacertado llamarlo el Usurpador, pese a haber sido rey coronado leonés. “Se le llama así porque los derechos se considera que los tiene Sancho, entonces la mayoría de historiadores opina que es éste el que debe reinar y se dice que los demás son usurpadores”.

Pero también se le llama el de Tarifa de forma peculiar y poco consistente: “Es como lo de llamar a Urraca I de León la Temeraria, que no sé de dónde ha salido ese apodo porque en aquella época no le llamaba nadie así. Sin embargo a Ramiro II de León sí le llamaban el Grande sus coetáneos. Vamos, como llamar a Manuel Fraga, el nosequé; no tiene sentido”, comenta Torres-Sevilla; más allá de que se lo pusieran para fastidiar...

Sobre lo de Castilla, para la experta en la época –de hecho tiene una interesantísima novela histórica sobre su tío, Enrique de Castilla, que defendió la primacía del joven Fernando IV–, tampoco tiene mucho sentido. Para ella Juan Alfónsez “era un ambicioso y un miserable, un canalla y un cobarde que murió de una forma lamentable” en 1319. Torres matiza, aún a sabiendas del personaje tan poco fiable y honorable que las fuentes apuntan que llegó a ser, que “bien es verdad que, siendo familia de quien era, debería haber sido conocido hoy como don Juan de León”.

Una vergonzosa muerte

Juan Alfonsez murió de forma lamentable y vergonzante en una campaña militar contra el reino Nazarí que se preveía exitosa al contar con un ejército poderosísimo que lo asoló y saqueó. Pero el orgullo y la prepotencia a la hora de planificar los movimientos estratégicos y tácticos terminaron provocando un enorme desastre por culpa de una apresurada y terriblemente planificada retirada sin agua, bajo un sol abrasador y dejando la vida inútilmente por llevarse los pesados tesoros conquistados en vez de salvarla.

El infante Juan colapsó a sus 57 años al sufrir una apoplejía tras enterarse que su sobrino, el infante Pedro, había muerto coceado por su caballo en una disputa con sus propios nobles que le impedían cargar contra los enemigos que los acosaban por los flancos. Sin líderes, los caballeros y las mesnadas leonesas y castellanas se desbandaron ante una fuerza muy inferior de musulmanes que provocó una carnicería que se conoció como el desastre de la Vega de Granada.

¿Mal juzgado por la Historia o no?

Pero Torres también critica que no se le mencione como rey de León en la historiografía con un ejemplo para que se entienda hoy: “Muchos consideran que Sancho III el Mayor de Pamplona como rey de León, cuando nunca lo fue, porque fue otro usurpador como la copa de un pino. Como hacen algunos castellanistas con cero lógica y cero conocimiento para llamar a éste, el padre de Fernando I como monarca leonés cuando el rey legítimo es Vermudo III” (y a su muerte en Tamarón su hermana Sancha).

“¿Si a Sancho Garcés el navarro lo consideran rey de León a Juan también, no? O reyes los dos, o reyes ninguno”, quiere destacar la medievalista.

¿Entonces quizá fue mal juzgado por la Historia, Juan I de León? Es probable, porque la damnatio memoriae no sólo se aplica borrando el nombre de una persona, o destruyendo toda su documentación diplomática como hizo María de Molina con estos cuatro años de Cancillería Leonesa independiente entre 1296 y 1300, sino también denostando su figura cuando no es posible eliminarlo de la Historia. Aunque sus andanzas y sus deslealtades y felonías no ayudan mucho a hacerla honorable.

Margarita Torres matiza también esto: “Pues quizás ha sido maltratado por la Historia, no digo que no. A mi criterio era un rata; pero a veces tenemos la versión que se nos da, eso es cierto. Lo que también es verdad es que a él no le pinta nada bien, porque después vino la figura de Guzmán el Bueno arrollando y se conforma una clara historia con héroe y él de antihéroe”.

Figura del malo, evidentemente, que le tocó a este último rey de Leónúltimo mientras el bueno –y nunca mejor dicho– fue el noble más fiel a Castilla. Muy convenientemente aprovechado todo por la historiografía castellana para hacer desaparecer de la Historia al que se proclamó como monarca legionense por derecho dinástico a disgusto de los que defienden la primacía de Castilla por encima de todo. Y que, si no es por algunos historiadores leoneses, habrían conseguido que las gentes leonesas siguieran desconociendo que, más de sesenta años después de la supuesta “unión para siempre” de León y de Castilla, esta no se había conseguido tan férreamente en los siglos XIII y XIV. Y aún habría más intentos de separación de las coronas.

Pero esa... esa es otra Historia. Y primero estaría bien que una serie de televisión o de novelas contaran ésta. Sería un exitazo, porque vaya personaje el infante Juan para protagonizar un House of Cards de la política medieval hispana.

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